xxxviii

390 45 9
                                    

xxxviii

Pero Manuel siempre reconoció en sus huesos la ligereza que la melancolía dejaba. En sus manos, cada resquicio de felicidad se escapaba como si fuesen gotas de agua, la leche derramada que solo dejaba rastros cuando hubiese terminado de caer. Cómo la agarras, cómo la sostienes, de qué manera te aferras al sentir extasiado, a la idea de que este es el momento en qué vivir para siempre, de que aquí perteneces, y aquí debes quedarte.

Manuel de doce años se aferraba a las pelotas de fútbol, a las canchas de granito desigual con su vida, sus pequeñas manos rasgando las líneas opacas que marcaban el fin y el inicio de una cancha, sus uñas incrustadas en los palos de pintura descascarada que marcaban el arco. Sus piernas lo llevaban siempre a esos lugares, lo devolvían después de cada carrera de vuelta del liceo, era algo instintivo: Manuel solo podía pertenecer al mundillo de las zapatillas desgastadas, rotas de tanto rozar la superficie; de las pieles llenas de sudor, las bocas secas las gargantas ardientes ante la falta del agua. El mundo donde no debía hablar, donde no debía explicarse, nadie a quién deberle argumentos sobre la forma en que sus manos se movían, sobre la forma en que sus pestañas apuntaban siempre hacia los rostros sonrosados de sus compañeros. Solo puede estar aquí, aquí entre más piernas corriendo con vigor, de pies pateando el caucho, de contactos silenciosos a no ser por los gritos, por el gol, por la pedida del pase, por la celebración eufórica al lograr un punto. Solo pertenece al mundo ilimitado, íntimo del ardor en su piel, pero aun así, cómo lo encierra en su puño, si pronto se va a acabar, si los partidos infantiles no pueden durar toda una vida, ni siquiera noventa minutos, y pronto va a tener que volver a su casa a ayudar con la once, a sentar a sus hermanos, a actuar como la figura que los guía en la vida, a pretender que él no necesitaba una figura paterna, que eso no lo necesitan todos, que él podía, en cambio, tomar la mano de sus hermanos al cruzar la calle, llevarlos por el camino correcto.

Nada es eterno, pero la sensación de sentirse en casa parece desaparecer más rápido que cualquier cosa en el mundo. Tal vez por la paradójica idea de que, al momento de notarlo, su voz murmura, encerrada entre su laringe y sus dientes apretados, su boca cerrada, que esto va a terminar. Te sientes bien acá, pero el acá no es inmune al cambio: todos los niños se van a devolver a su casa, y la pelota se la va a llevar el vecino, y él deberá volver, bañarse, intentar entender ecuaciones de primer grado. Es algo con lo que vivir, con lo que cargar, algo que manchará cada uno de los momentos que se sientan como el hogar por el cual estuvo vagando constantemente, si cuando David lo sostenía entre sus brazos, en medio de la azulada oscuridad de la fiesta adolescente, cuando sentía que podía dormir para siempre entre sus manos, sin dolor sin pesar, la canción cambiaba, y el ritmo cambiaba, y los brazos de su pololo se cansaban de sostenerlo. La fiesta terminaría, y este momento lo haría con ella, cuando ambos se fueran a sus casas, cuando el sol llegara, cuando Manuel recibiera una invitación a Italia, cuando el hogar de plumas en el que se había acurrucado se destruyera frente a sus ojos.

Entonces tal vez solo debe vivir acostumbrado a la emoción, tal vez hay cosas que dejar, que botar, que aprender a soltar en el mismo minuto en que las tocas. Tal vez por eso Julio lo sostenía con tanto cuidado, temeroso de qué pasaría si las cosas con Martín fallan, temeroso de la forma de los ojos de Manuel en caso de que encuentre su corazón roto una mañana. Y Manuel no lo puede culpar, porque por cada mañana que despierta con la vista del cuello de Martín, de sus ojos llenos de lagañas y su boca media abierta, quiere agradecer a algún dios, pero rogarle, al mismo tiempo, que no le quite este momento, porque no sabría qué hacer si esto se fuera, si se le quitara ahora.

El pensamiento es veloz, es fugaz, pero renace cuando Martín lo mira la mañana de un sábado y con su voz de jade, con su voz de miel le pregunta qué le parece la idea, cómo se siente respecto del posible encuentro, de la idea de que conociera a su familia, a sus amigos.

Between |ARGCHI|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora