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El otoño avanzaba con una calma avasallante en las veredas de Barcelona. Manuel se había acostumbrado, una vez más, a la constante taza de té en su mano (aunque siendo honesto, jamás se había despegado de ella, ni siquiera en verano) y al libro de poesía que tocara cada semana. Altazor intentaba llenarle la mente mientras Julio prendía la calefacción y Miguel, sentado junto a él en la mesa de la sala del segundo piso, estudiaba en silencio. La mente de Manuel vagaba lentamente, con inseguridad, entre los recuerdos pubertos del octavo básico y las emociones recientemente descubiertas la semana pasada por el rubio trasandino que le toca la espalda con amabilidad después de cada partido.

Huidobro queda relegado cuando Manuel recuerda los ojos de Martín, y se ve obligado a bajar un poco el libro cuando empieza a pensar seriamente en cuál sería el tono exacto del bosque que lo mira con tanta suavidad. ¿Habría un tono, siquiera? Sería injusto definirlo en solo un tono de verde cuando los ojos que Martín le brinda tan gentilmente son la puerta al bosque que Totoro cuidaba con tanto amor. Ahí, tantas hojas verdosas y tanto pasto musgoso que recorrer para no encontrar nunca un fin al paisaje renacentista que se abre. O tal vez era el fondo del océano atlántico: donde todos los peces se reúnen, donde las algas marinas flotan como si volaran, la espuma resuena con una ligereza que nombra cada una de las olas, así como cada punto recrea la pintura específica que es el iris de Martín.

Si pudiera tocarle la nuca aunque sea una vez. Si pudiera rozar sus párpados, aunque sea con la yema de los dedos por tres segundos, entonces Manuel se daría por satisfecho, entonces ya no acumularía estos sentimientos como torbellinos. Podría volver a mirarlo como el alto, delgado Martín Hernández, ese con el que se había cruzado un par de veces antes en los partidos por la selección, ese que jamás le había interesado y que no le interesaba. Lo miraría a los ojos y pensaría que tiene unos ojos inmensos, intensos, pero no necesitaría sentir más, porque no habría nada más mirando esos ojos. Cómo extrañaba esos momentos de sencillez mirando la cara de Martín - mirando su nariz larga, sus labios delgados, sus cejas finas, sus pómulos marcados y sus blancos dientes destacando en su sonrisa de amapola cada mañana de frío. Cuando no sentía nada y su piel pálida parecía nada más que otro pedazo de nieve más, a diferencia de ahora, que se sentía como todas las nubes enteras formando a alguna clase de personaje mitológico.

-Manuel, ¿estás bien?

Miguel tenía los lápices amontonados sobre uno de sus cuadernos y las mangas de sus manos ocupadas en limpiar los empañados vidrios de sus lentes. Su amigo le miraba con una mezcla de curiosidad y preocupación sentado en el piso junto a él. Manuel sintió su rostro arder, y temió los comentarios cuando Julio llegó a la mesa con una bandeja llena de tazas y galletas (Manuel debía dejar de comer tanto. Estaba segurísimo de que estaba ganando peso con tantos dulces y queques que Julio compraba siempre para Miguel, pero es que), mirándolo con una ceja levantada.

-José, estás rojísimo-dijo Julio, dejando la bandeja con rapidez sobre la mesa y acercándose a Manuel a ponerle una mano sobre la frente-. Bah, no parece fiebre. ¿te sientes bien, José?

Julio tenía esa manía de llamarlo por su primer nombre siempre que el amor le pegaba a flor de piel. Tenía sus cejas de amaretto fruncidas en preocupación, y sus ojos de caramelo se fundían en una suerte de amor imposible que a Manuel le tocaba un poco la costilla. Era uno de esos momentos de intimidad extraños que tenían entre los tres, llenos de galletas y calor en la privacidad de la sala. Manuel no quería preocupar a Julio, y le daba demasiada vergüenza ser tan sincero y admitir directamente que sus mejillas rojas eran porque Martín Hernández, el chico de la chaqueta y la bufanda, lo tenía en una clase de limbo emocional agotador.

-Sí-terminó por responder, agarrando con fuerza el libro-,es que está como caluroso...

-¿Le bajo un poco a la calefacción?- Julio colocó ambas manos en las mejillas morenas de Manuel, preocupado, acariciando con su pulgar la suave piel

-No quiero que te resfríes, que después no juegas y...


-¿Bajarle?-intervino Miguel-¡Ahí sí que nos morimos congelados, pana!

-Miguel, si Manuel se enferma...

-No, no, no le bajís-Manuel soltó una sonrisita y apretó con blandura uno de los brazos de Julio, cuyos ojos se fruncieron un poco más en recelo-.Es el té, después se me pasa...

Julio asintió, quitando las manos del rostro de Manuel y sentándose junto a él en la mesita. A pesar de la conversación, Julio le sirvió otra taza de té a Manuel (de manzanilla y miel, el sabor que calmaba a Manuel cuando se sentía nervioso o angustiado. Dios, sí Manuel no podía esconder nada en esa casa) y le dejó un plato con galletas, queques y dulces. Le sirvió más a Miguel, quien se preocupo en seguir escribiendo en su cuaderno, al tiempo que Julio prendía la televisión y bebía de su café. Manuel decidió entonces abrir su libro, intentando retomar el viaje en paracaídas que dejó a la mitad.

Haces dudar al tiempo

Y al cielo con instintos de infinito

Lejos de ti todo es mortal

Lanzas la agonía por la tierra humillada de noches

Sólo lo que piensa en ti tiene sabor a eternidad

Manuel tuvo que tragarse un suspiro para que Julio no lo regañara y se preocupara otra vez. ¿Cómo salir del laberinto? Sólo deseó que el lunes nunca llegara, porque si tenía que ver a Martín Hernández después de toda la poesía que se mandó en su cabeza ese mismo domingo, entonces sabía que no le daría el orgullo para verlo a los ojos sin recitarle todos los poemas de Jorge Tellier.

Se calma tomando su taza de té. No. Jamás le recitaría un poema. Era solo un sentimiento, como todos los humanos lo sienten, y sentir atracción es lo más normal del mundo. Sí, sí, sí.

(pero los poemas están en la punta de la lengua, y negarlo sería un engaño que Manuel no podría soportar)












SABEN QUÉ ESTOY TAN CANSADA

PERDÓN por desaparecer por tanto tiempo. tuve la idea de no subir nada porque quería terminar de escribir toooodo el fic antes de actualizar, pero la cantidad de cosas con las que me bombardearon ufffff entonces avancé un poco pero no intenté como escribir todo porque con lo ocupada que estoy así sí que no nos leemos hasta 2022 (fother muckers de soundtrack)

esto fue CURSI, muy gay y corto. lamento que no haya sido muy wau pero después las cosas se ponen wau

gracias a los seres humanos que me dejaron mensajitos en mi perfil :< me encanta escribir este fic, lamentablemente estoy muy cansada y ocupada como para actualizar más seguido, pero gracias siempre por seguir leyendo ❤❤❤ muchos besitos les aprecio bastante

CUÍDENSE, tomen tecito, agua, duerman ocho horas diarias, no lean los comentarios en la radio bíobío y nos leemos pronto 💛💛💛💛💛💛

foto mía apunto de llorar en clases porque YA NO AGUANTO

Between |ARGCHI|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora