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Manuel nunca llegó a sentir Italia realmente como un hogar.

El país es uno de los lugares más bellos que ha visto en toda su vida, y hay gente realmente dulce en sus calles, además de que la comida es algo maravilloso y la disfruta como pocas cosas. Pero el país, el lugar, siempre le han hecho sentir inmensamente solo.

Y no va solamente en el hecho de extrañar inmensamente a su madre, a sus hermanitos y a Ludwig. Es como el lugar no se siente suyo, el como todo lo que lo rodea se siente ajeno y se siente un extraño dentro del equipo que se forma en el Inter de Milán.

Nada es suyo en Italia, excepto quizás por los momentos que es capaz de vivir en cotidianidad con Miguel y a veces Julio.

Manuel sonrió pensando en ello, y terminando de colocar su camiseta de entrenamiento, salió con botella en mano a reunirse con sus compañeros de equipo y su director técnico, quienes se encontraban en la cancha del centro ya listos para oír instrucciones.

A Manuel no le agradaban todos sus compañeros de equipo y definitivamente no se consideraba muy cercano a ninguno, pero el trabajo es trabajo, y aún si por momentos no quiere estar en Italia, su amor por el fútbol y lo llenador que se siente jugar, lo vale.

—¡Bien, escorias!

Manuel frunció el entrecejo al ver a Lovino Vargas, el director técnico, pararse en frente de ellos en la cancha de verdoso pasto. El aire de ese día era un poco helado, por lo que era fácil ver como a Lovino se le corría el pelo hasta dejar su rostro completamente al descubierto.

Manuel solía decirse mentalmente que Lovino tiene un rostro hermoso, y una apariencia frágil y delicada. El problema era su entrecejo fruncido y sus brazos cruzados todo el tiempo, además de lo alto de su voz y sus constantes insultos en italiano. El hombre se veía fino y grácil, pero si te acercabas sin su autorización, lo más probable es que te rompiera la nariz con una piedra.

Lovino se paró en frente de todos con la chaqueta del equipo puesta y un silbato alrededor del cuello. Miraba feo a todos, y su mirada sólo parecía suavizarse cuando caía sobre Feliciano Vargas, la estrella del equipo y hermano mellizo de Lovino.

Feliciano se parecía mucho a Lovino. Delgado, hermoso, pero su cuerpo estaba más marcado, y su entrecejo siempre se mantenía suave mientras su sonrisa se mantenía intacta. Feliciano era puro corazón, dulzura materializada. Sus compañeros de equipo lo adoraban e incluso Manuel se atrevería a decir que le agrada, aun si es sólo un poco.

Lovino pareció verse más dulce al ver a Feliciano, pero era algo difícil de asegurar, ya que el momento pareció durar una fracción de segundo y luego sus cejas volvieron a hundirse hasta casi rozarse.

—Tenemos partido el sábado. ¡Quiero que lo den todo, que se mueran en esta cancha y reencarnen en mejores futbolistas, futbolistas que realmente lo valgan! ¡Ciento y treinta y cinco vueltas alrededor de la cancha!

Manuel suspiró y frunció los labios, estirándolos en una fina trompa. Sus piernas empezaron a moverse con rapidez y destreza, pasando a la mayoría de sus compañeros en el trayecto. No había duda de porque Lovino era conocido como El Diablo en Milán.







Manuel bebió de su botella de agua mientras la camiseta, sudada y pegajosa, caía al final de su bolso. Estaba cansado y sus piernas dolían. Lovino no solía tener compasión por ellos.

Sus compañeros se duchaban y se quejaban del italiano. Manuel sólo se dedicaba a estirar y a beber todo el líquido posible de un solo trago. Estaba agotado, muerto, y apenas era martes. Esperaba que Julio se apurara en ir a buscarlo.

Feliciano entonces aparece en frente de Manuel con sólo una toalla puesta en la cintura. Sus ojos mieles recaen sobre el chileno y le sonríe con dulzura, girando su cuerpo hasta quedar completamente frente a Manuel.

Ciao, Manuel—saludó, sonriente. Manuel hizo un gesto con las cejas y asintió, aún bebiendo agua—. Hoy has hecho unos obiettivi meravigliosi.

Manuel dejó la botella junto a su bolso y sonrió sin mostrar los dientes con un montón de agua en sus mejillas. Feliciano río ante la escena, y Manuel asintió, abriendo la boca cuando toda el agua ya fue tragada.

—Gracias—fue todo lo que salió de su boca, y se sintió un poco mal de ser tan tosco con Feliciano. El italiano era dulce, era simpático y siempre preocupado. Era una buena persona, de esas que son difíciles de encontrar y que por momentos parecen no existir más.

Manuel dudó de si su comentario era suficiente para Feliciano, así que volvió a hablar.

—Tú también, uh, hiciste un goles muy bacanes.

Feliciano sonrió y se agachó un poco hasta estar a una altura suficiente como para posar ambas manos en cada lado de su rostro y acariciar sus patillas castañas.

Feliciano tenía manos suaves y un vago concepto del espacio personal.

El italiano terminó por alejar sus manos de Manuel y, sonriéndole una vez más, se encaminó a las duchas.

Manuel suspiró mientras estiraba sus piernas y guardaba sus cosas en su bolso. Él amaba las palabras, las creía vividas y profundas, que eran algo digno de muy pocas personas, y por eso mismo era difícil expresarse ante otras personas.

Las palabras eran frágiles, bellas. Y Manuel, apasionado amante de la literatura, creía blasfemo dedicarlas a alguien sin realmente sentirlas.

Julio mandó un mensaje diciendo que ya había llegado y que se apurara porque Miguel les esperaba con palta hecha. Manuel respondió con un vago «voy» por mensaje de texto y colgó el bolso al hombro. Pasó una toalla por su nuca y caminó a las puertas del camarín.

—Chao—susurró, y notó como sólo uno o dos de sus compañeros le respondían la despedida.

Manuel mete las manos en los bolsillos de su sudadera y se aleja. El auto negro está estacionado a unos cuantos pasos y el chileno puede ver como Julio manda mensajes desde el asiento del conductor.

Manuel se mete en el asiento del copiloto y suspira, botando todo el aire que sus pulmones habían guardado.

Julio levanta la mirada de su teléfono y alza las cejas mirando a Manuel. Sus labios están hechos una fina línea y están estirados, mientras sus largas y onduladas pestañas rozan la piel que está abajo de sus cejas.

—Hola—dice nada más, y luego relaja su expresión para terminar en una sonrisa ínfima e indescriptible.

Manuel muerde el interior de su mejilla y sonríe levemente.

—Hola.

Y se siente en casa.







ya, volví. la verdad no quería "desaparecer" pero no he terminado los capítulos siguientes y no quería quedarme con medio capítulo y tener que apurarme en terminarlo para poder publicarlo.

espero que estas semanitas hayan sido muy buenas, ojalá que, para la gente chilena que me lee, haya sido un 18 la raja y que estos días siguientes estén llenos de amor y puras cosas lindas.

all the love ❤

Between |ARGCHI|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora