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Manuel ha comenzado a reconocer la piel de Martín en su nuca casi como algo propio. Su cercanía se ha vuelto algo casi vital en su vida, que ahora Martín no se priva de tocarlo, de abrazarlo, de poner sus dedos delgados en su nuca y que se enreden en los pelitos que le caen a Manuel, sus yemas excavando en la piel ajena, a ver si aquí está el tesoro escondido.

Manuel se ha acostumbrado a esa sensación de constante piel ajena sobre él. Todavía se pone nervioso, sus huesos se tensan cuando siente el calor de Martín sobre él, siente su respiración cortarse por fragmentos de segundo hasta que su diafragma da el visto bueno una vez más, hasta que sus pulmones se llenan de aire, hasta que vuelve a la vida y recibe el contacto, lo guarda, lo almacena. Ahora mismo, dentro de sus huesos, entre sus escápulas, se guarda el universo entero que Martín ha creado en su piel luego de rozarlo por algunos segundos. Las nebulosas son los abrazos en los partidos, cada vez más largos, las supernovas son los roces en la nuca como justo este, que Martín masajea los lados de su cuello con una ternura digna de las amapolas; por ahí se guardan algunas constelaciones, y planetas que Manuel sueña con que serán construidas en algún momento, pero se fuerza a sí mismo a no ansiar. Esto es, en realidad, más de lo que jamás hubiese soñado. El hecho de que Martín sea su amigo, se siente frente a él y le roce la rodilla con las propias es algo más que suficiente.

Las manos de Martín se detienen en la nuca de Manuel y luego el contacto se acaba. Vivir, caer, estrellarse. Manuel nunca supo que otro ser humano podría ser capaz de hacerlo sentir tanto luego de apenas mirarle, de batir sus pestañas en su dirección, se coexistir con él en el mismo espacio, en el mismo metro cuadrado, en la misma galaxia. Es algo nuevo, indescriptible, y añora cada vez más esta confidencialidad tan proxémica que han creado. Las palabras que su boca moldea se convierten en el nuevo mundo, y Manuel debe rendirse ante él cuando deja de tocarlo esa mañana de finales de enero.

Manuel no es capaz de articular palabras esa tarde cuando llega a casa y Miguel juega con alguna consola dentro de la biblioteca de Manuel. El olor a madera y limón no puede reconfortarlo en estos momentos, y es algo extraño no sentirse sanado por el aroma de lo que Manuel reconoce como su verdadero hogar. Ni siquiera el olor a canela que algunos de sus libros tienen impregnado lo puede arrullar en ese montón de pensamientos desordenados, tan ansiosos, tan extraños, porque nunca se había sentido de ninguna manera similar. Sí, ha estado enamorado, y ha conocido varios tipos de pieles y bocas, pero jamás se había sentido listo para hacer un altar en nombre de alguien más.

Y Manuel tampoco estaba divagando dentro de la ilusión, la idealización absoluta de otro ser humano, o eso esperaba. Sabía que Martín no era perfecto, que era muy hablador, un poco arrogante, un poco torpe, un poco flojo, pero eso no lo arruinaba en ningún sentido. No le quitaba lo encantador, lo suave, el aura que se cargaba parecida a Florencia y el aire puro que se respiraba en las calles, al café dulce de París y al pan que Alonso hacía allá en Chile. Martín tenía ese aire de todos los lugares que Manuel había conocido antes, de todos sus recuerdos buenos e incluso malos, pero finalmente, su presencia se sentía similar al aire de las canchas verdosas de sus primeros clubes en Chile. Sus calcetas blancas que se van poniendo amarillentas con el tiempo, los gritos de su hermana apoyándolo, la cumbia del barrio donde creció y los dulces del almacén de la esquina.

Martín era parte de todo lo que alguna vez vio y conoció. Parte de su infancia, de su hogar. Sus modismos argentinos y la forma tan libre en que tocaba a otros, su risa ruidosa y su bolso desordenado, su pelo despeinado, su vello pálido, sus pómulos morados.

Manuel tiene que sentarse. Se lleva un libro con él en su regazo y se queda mirando la tapa dura, oscura de su versión de El Banquete. Su pulgar acaricia el borde y pasa varias veces por la punta angular, las letras en dorado cegándolo y las palabras de Sócrates y Aristófanes sonando en el fondo de su cabeza.

No sabe por qué se siente tan impresionado. No es cómo si no puede esperar desde un inicio haberse enamorado, pero esto fue mucho más rápido de lo que pudo haber esperado.

—¿Tas bien, Manolito? —Miguel pregunta desde uno de los sillones de la biblioteca, despegando la vista de la pantalla de su consola y fijándose en la forma pérdida en que Manuel acaricia el lomo del libro. Manuel se tarda en responder, apenas se encoge de hombros antes de mirarlo y decirle con la voz firme.

—Creo que la cagué. 







hola mi gentE 

¿cómo van? la cuarentena es horrible pero pasando de eso, me gustaría saber cosas buenas que les hayan pasado, aunque sean mínimas. yo encontré un nuevo manga y ahora amo mucho uno de sus personajes jiji

el capítulo de hoy vino más tarde porque decidí ser un ser humano productivo. no es algo a lo que acostumbre pero se pasó bien. ¿qué opinan? el manuel siendo el último enterándose de que está enamorado hasta las patas obvi jiji

cuídense mucho, abríguense y tomen agüita y acuérdense de dormir tempranito. un besito y nos vemos la próxima semana :-) <3

Between |ARGCHI|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora