Alas

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Luego de la inoportuna conversación que Minho había tenido con Taemin, el Payaso Tenebroso no lo había vuelto a buscar en su casa y tampoco en la ciudad, eso le traía tranquilidad al vampiro pero también le preocupaba, ¿Qué se supone que ese monstruo estaría haciendo?

Pero eso ya no tenía nada que ver con él puesto que ya tenía cosas muchísimo más importantes por las cuales preocuparse, como el inicio de diciembre.

—¡Nada! ¡No tengo nada! —dijo golpeando su cabeza contra la pared— ¡Mi cerebro es inútil! ¡No puedo!

Bacon comía unas cerezas negras que el vampiro le preparó como postre y mientras observaba la escena, se regocijaba del sufrimiento ajeno hasta que le empezó a preocupar que con tantos golpes su pequeña casa que había construido dentro de las paredes se derrumbara.

—¡Murciélago! —gritó y le aventó una cereza logrando pegarle en un ojo cuando Minho volteó— Si quieres morir rápido solo exponte al Sol, no es necesario que destruyas mi hogar.

—Lo lamento Bacon... Es solo que ya no sé qué hacer —Minho subió caminado al techo y se acostó en él viendo al duendecillo desde ahí— Los cuentos se están acabando, ya sólo queda uno en el libro y es el que pienso contarle esta noche.

—Ustedes los de la ciudad son taaaaaan mortificantes... —Bacon negó y se puso en la entrada de su casa— ¡Colmillos largos! ¡Ven aquí, tengo algo que puede ayudarte!

De inmediato Minho se convirtió en murciélago y voló hasta la casa, para su suerte pudo entrar y se maravilló con el montón de cosas que el duendecillo tenía, desde tenedores hasta las tuercas que el Doctor Jinkinstein perdió cuando le quiso poner a un zombie de nuevo su mandíbula.

—¡No toques nada! Quédate quieto o la tarántula te atacará —el pequeño Minho volteó a los costados sin poder ubicar al arácnido, pero al escuchar un ruido arriba de él vio en la oscuridad ocho ojos rojos que lo seguían en todo momento.

—¡Lo encontré! —el duendecillo se acercó al murciélago mostrándole hojas con rayas y puntos extraños, lo jaló del ala llevándolo escaleras arriba hasta una pequeñita habitación dónde estaba un mueble extraño.

—¿Qué es eso? —preguntó Minho viendo como Bacon se sentaba en un banquito frente al artefacto.

—Con esto vas a entretenerlo muchísimo. Es algo que no muchos de mis hermanos pueden hacer, digamos que yo era hmm... algo así como un favorito de mi madre y por lo tanto disponía de algunos lujos, entre ellos este.

Minho se acercó hasta el mueble negro y cuando estuvo a unos centímetros se sentó junto a su amigo que puso las manos encima de una parte negra y blanca comenzando a presionar sobre la madera delgada y se asustó cuando escuchó un sonido extraño.

—¡Ni se te ocurra volver a tu forma normal que destruirías todo! Esto que ves aquí se llama piano y sirve para hacer música.

—¿Música?

—Sí, son sonidos muy hermosos que creas cuando presionas las teclas del piano, al hacerlo las notas se unen y crean canciones. Con esto puedes lograr avanzar más en la recta de enamoramiento.

—Oh, creo que me gusta la música y el piano, pero... ¿Cómo voy a tocar el piano si yo no sé hacerlo? —Minho apoyó los codos en las teclas y de inmediato se levantó al ver que el sonido salía del instrumento.

—Voy a volverme loco con esto... —susurró para si el duendecillo— Yo voy a enseñarte a tocar el piano, creo que si tengo uno aquí es porque en mis tiempos libres y cuando me estresas vengo a relajarme.

—¿De verdad vas a hacer eso? —no se lo terminaba de creer.

—Claro que lo haré pero necesitas estar practicando mucho tiempo, esforzarte más de lo debido. Habrá momentos en los que te quieras arrancar el cabello o aventar todo pero no lo harás porque en primera instancia entre la tarántula y yo te asesinamos antes de que puedas enojarte y en segundo con mi ayuda esto será como robarte un dulce. Sencillo.

—¿Cuándo podemos iniciar? —las ansias de Minho se reflejaban en sus enormes y grandes ojos de murciélago.

—Será mañana porque ya vas diez minutos tarde a las visitas rutinarias que le haces a Key.

¡Infierno Ardiendo! Ya era bastante tarde y él seguía ahí platicando. Minho apenas si se pudo despedir de Bacon junto con la tarántula, no podía perder ni un momento más.

Agitó sus alas deprisa subiendo muy alto en el cielo, llegando más arriba que las nubes y apreciando la luna menguante de esa noche, estando bien arriba se puso en la mira el castillo del Doctor y fue cayendo dejando que la gravedad lo estuviera impulsando; el viento le pegaba en la cara y a esa velocidad era imposible detenerse y cuando finalmente estaba llegando abrió sus alas deteniendo un poco la rapidez. Se asomó por la ventana y pudo ver a Key de pie observando la puerta, esperando a que el vampiro entrara por ahí para que pudiera contarle otro de sus extraños pero agradables cuentos.

Minho empezó a sentir nuevamente ese malestar en su pecho, una cantidad impresionantes de emociones lo inundó al darse cuenta de que el muñeco probablemente hacía lo mismo todas las noches que él llegaba. En lo alto encontró una ventanilla abierta así que aleteó un poco más hasta que se coló por ella llenándose la cara de unas cuantas telarañas, pero antes de poder bajar, la puerta de la habitación se movió y el Doctor entró.

—Hola, hola, ¿Cómo estás? —los grandes ojos de Key se hicieron pequeños cuando frunció el ceño al ver que quien abría esa puerta no era su vampiro favorito sino su padre— Oye, no tienes que enojarte, tal vez tuvo algo más que hacer.

Key le dio la espalda al Doctor y caminó al árbol sentándose en el piso.

—Mañana probablemente venga con una buena excusa que no voy a tragarme y lo hare sufrir un poco antes de que se vaya—Minho tragó saliva— Yo puedo leerte ese libro extraño.

De inmediato Key miró a su padre y se levantó poniéndose frente a la mesita dónde Minho dejaba siempre el libro, el muñeco estaba a la defensa por si es que su padre intentaba acercarse aunque fuera un paso, sin dudar lo cortaría en pedazos.

—De acuerdo, de acuerdo, mejor iré a terminar de darle vida a las quimeras —Jinkinstein levantó sus manos en señal de paz y caminó despacio para salir de ahí.

Key exhaló desaminado, dejó que su cuerpo cayera al piso y agachó la cabeza.

Se sentía triste porque ese día no vería al chico que se atrevía a estar cerca de él. Además de Kratos y su padre, no había tenido la suerte de interactuar con otro monstruo hasta que él llegó, desde entonces las noches en las que se pasaba observando a la luna entre las estrellas se convirtieron a las más divertidas y asombrosas. Minho buscaba cualquier forma de entretener a Key y aunque él deseaba abrazarlo no lo hacía por sus brazos, sabía que sus hachas eran muy filosas e incluso el más mínimo roce era causante de una herida que necesitaría atención; no quería hacerle daño así que la mejor opción era quedarse cerca suyo a pesar de que las ganas de estar entre los brazos del vampiro fueran tan grandes como el castillo dónde vivía.

Por el momento debería de conformarse con recargar la cabeza en su hombro y observarlo atento cada que le empezaba a leer una de esas historias en las que Key se imaginaba como protagonista. Entonces escuchó un ruido frente a él, levantó el rostro y vio un ligero humo morado desvanecerse alrededor de Minho.

—¿Me extrañaste? —el vampiro le sonrió pasándose una mano por el cabello— Perdona si me he tardado mucho en llegar pero estaba terminando unos asuntos pendientes...

Key lo miraba desde abajo observando con detalle cada rasgo de él, sus ropas negras con adornos de calaveras, el cabello igual de obscuro como la noche y sus grandes ojos en lo que podía ver su propio reflejo. Minho tenía una poción enfermiza alrededor de su cuerpo que hacía que Key se mantuviera tranquilo a diferencia de cuando veía a un lacayo, que le daba ganas de moverse, que lo hacía sentirse bien. Key lo supo desde ese instante en que Minho le llevó esa rata, que a pesar de encontrarse en ese limitado mundo de cuatro paredes logró encontrar a alguien con quién pudiera compartir más que una vida eterna de encierro, felicidad.

Envenéname el Corazón - MinKeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora