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Si abres esta caja, verás que se encuentra vacía y, por un instante, te preguntarás si estaba así cuando me la diste — puedo verlo — , otro de tus gestos vanos deslizado en mi mano como un mal soborno. Pero la verdad, y te estoy contando la verdad, es que estaba llena: había 24 cerillos alineados cuidadosamente en su interior. Ahora está vacía porque me los gaste.

Yo no fumo, aunque en las películas se ve genial. Pero enciendo cerillos en esas meditabundas noches de insomnio en las que gateo hasta el techo del garaje y de la casa mientras mi madre duerme inconscientemente y solo algunos coches solitarios circulan por las calles lejanas, cuando la almohada no me resulta cómoda y las sabanas me molestan sobre el cuerpo, sin importar si me muevo o permanezco quieto. Simplemente me siento con las piernas colgando, enciendo cerillos y observo como parpadean hasta apagarse.

Esta caja duro tres noches, no seguidas, antes de que todos desaparecieran y se mostrara el vacío que ahora ves. La primera fue la del día en que me la diste, después de que mi madre se marchara por fin a la cama dando un portazo y yo colgara el teléfono después de hablar con NamJoon. Estaba demasiado feliz y emocionado para dormir, y las imágenes de todo el día seguían apareciendo en la pequeña sala de proyección de mi cerebro. Yo necesite 7 u 8 cerillos sobre el tejado de garaje para repasar aquella noche nuestras emocionantes pruebas de rodaje: la nerviosa espera con los boletos en la mano, besarte y volver a besarte.

Los cerillos eran un poco como el juego de 'me quiere, no me quiere', pero entonces vi en la caja que tenia 24, con lo que acabaría en 'no me quiere', así que deje que un pequeño manojo centellara y humeara por un instante, cada una un estremecimiento, una diminuta y deliciosa sacudida por cada recuerdo, hasta que me queme el dedo y regresé, pensando todavía en lo que habíamos hecho juntos.

— Bien, y ahora ¿qué?

Tras recorrer dos manzanas, Lottie Carson había doblado una esquina y había entrado a un restaurante ruso con capas y capas de cortinajes en los ventanales. Éramos incapaces de ver nada, al menos desde el otro lado de la calle.

— Nunca me había fijado en este lugar — comenté. — Debe estar almorzando.

— Es tarde para el almuerzo.

— Tal vez ella también juegue baloncesto y coma todo el tiempo.

Diste un resoplido.

— Debe de jugar con los Western. Son todos unas pequeñas ancianitas.

— Vale, vamos a seguirla.

— ¿Ahí dentro?

— ¿Qué pasa? Es un restaurante.

— Parece elegante.

— No pediremos mucho.

— Tae, ni siquiera sabemos si es ella.

— Podemos escuchar si el camarero la llama Lottie.

— Tae ..

— O señora Carson o algo. ¿Es que no te parece el lugar al que iría una estrella de cine, su restaurante habitual?

Sonreíste.

— No lo sé.

— Por supuesto que sí.

— Supongo.

Nunca Fuimos Nada | COMPLETA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora