Prologo

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Prólogo

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El sonido de mis pasos es lo único que se escucha en el enorme galpón perteneciente a mi familia, tiro el cigarro a un lado antes de adentrarme a la habitación en la que se encuentra mi víctima de esta noche.

Chasqueo la lengua al verlo llorando y removiéndose en la silla, intentando torpemente desatarse.

— ¿Sabes que eso es inútil no es cierto? – quito la venda mojada de sus ojos y no tarda en robarme por piedad, diciendo lo mismo que dicen todos cuando saben que su hora ha llegado.

Lo divertido de mi profesión es que realmente no me interesa nadie de los que me piden dinero, sé quiénes no van a pagarme y se que terminaré rebanándoles la garganta, aquello me llena de éxtasis.

— Por favor señor… - lo interrumpo.

— Bla, bla, bla, eso no funciona conmigo, que lastima que no hayas podido disfrutar mucho tu dinero.

Agarro la navaja que me pasa mi hombre de confianza: James y le corto la garganta, lamiéndome los labios mientras observo la sangre salir y él intentando respirar, su boca inundándose y llenándome de placer.
Cuando la vida ha salido de su cuerpo doy media vuelta en dirección a la salida, James a mi lado me pone al tanto del tráfico de drogadas y de la trata de blanca, aquello último siempre es un tema que me incómoda pero se supone que soy el rey de la mafia roja y tengo que hacer de cuenta que no me interesa cuando lo hace.

Ya en el auto conduzco, escoltado, hacia la zona de Medvédev, mi mayor socio y mejor amigo, ambos apellidos son los más poderosos de la mafia rusa y nuestra unión es algo que juega a nuestro favor.

— Vigila la zona. – le hablo a James una vez llegue a la residencia de Fredek y comienzo a subir los escalones hacia la puerta de entrada.

Toco el timbre y la misma señora regordeta de siempre me recibe, sus mejillas color escarlata mientras me mira e intenta formular palabra.

— Buenas tardes, ¿Está Fredek?

— Buenas tardes señor Zhadánov, el señor Fredek está arriba con su hija, iré a llamarlo, puede pasar. – nerviosa se hace a un lado y corre hacia las escaleras pero antes de que se escape la detengo.

— ¿Cómo que hija?

— La señorita Khristeen acaba de llegar del internado en Inglaterra y están pasando tiempo juntos.

Asiento frunciendo el ceño y la dejo ir antes de dirigirme a la sala para agarrar un poco de whisky de la licorera que tiene Fredek. Un sabor amargo se instala en mi boca al pensar en que somos amigos hace años y no ha sido capaz de contarme que tenía una hija.

Se que su mujer se suicidó pero nunca mencionó más nada de ello, muchísimo menos ese pequeño detalle.

Unos pasos se escuchan tras de mi y me volteo hacia mi amigo con los ojos entrecerrados, los 45 años los porta con elegancia, ni siquiera parece que es mayor que yo por veinte años.

— ¿Sucedió algo?

— Venía a hablar sobre el nuevo armamento pero me encontré con algo mejor, ¿Tienes una hija?

Le doy un sorbo a mi whisky y él suspira pesadamente antes de arrebatarme el vaso y llevarlo a sus labios.

— Si, la tengo, Khristeen se llama, ¿Por qué preguntas por ella?

— Simple curiosidad de que me la hayas ocultado, ¿O que? ¿Es hija de alguna puta?

Se ríe roncamente, gracias a todo el tabaco que consume día a día, y me devuelve el vaso.

— No, no es una bastarda Nathan, es fruto de un perfecto matrimonio.

Ruedo los ojos porque esas últimas dos palabras no existen juntas, siempre una parte de la pareja va a arruinar a la otra, al punto de acabarla completamente.

Estoy por responderle cuando una rubia aparece tras de él, un leve bronceado en su rostro y unos bonitos ojos grises.

— ¿Papá? Necesito que me ayudes con el cuadro de mamá… - al fin posa sus ojos en mi y los abre con sorpresa. - ¡Oh! Hola.

— Khristeen te he dicho que… - Fredek se voltea hacia ella y la rubia quita sus orbes de los míos para enfocarlos en su padre.

— … Que no baje si estabas con trabajo, lo sé, pero no creo que él sea peligroso, de hecho se ve bastante inofensivo.

Frunzo los ojos hacia ella y arqueo una ceja en su dirección, las ganas de hacerle saber que no está bien subestimar a las personas haciéndose presentes. Demostrarle cuan inofensivo puedo llegar a ser.

— De hecho él prácticamente es mi jefe, te presento a Nathan Zhadánov. – se hace a un lado y le ofrezco mi mano a la joven, quien la mira apenada.

— Khristeen Medvédev, y lo siento si te ofendí, oí hablar de ti, haces muy bien trabajo con el negocio.

— Gracias.

En el momento en que nuestras manos se juntan un escalofrío me recorre de pie a cabeza y comienzo a sentir algo extraño en la mano con la que la estoy tocando por lo que, bruscamente, me alejo de ella, sin ganas de sentir ello.

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