Capítulo V

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Eloise

Ya habían pasado cinco días desde que llegaron a la cabaña que Zackon encontró. Resulta que allí vivía un extraño sujeto llamado Dillon Schaffer. Él les había dicho que era un político retirado, supuestamente según sus cuentos, realizó grandes hazañas pero que nunca lo conocerían porque él era viejo y ellos muy jóvenes, tenía toda la razón.

—Nunca han oído hablar de mi —habló el sujeto con una voz muy cansada—. Pero estoy seguro de que conocen varias leyes que propuse.
—Mire, la verdad es que no —le respondió Zackon—, díganos una cosa, si usted es tan importante ¿qué hace aquí?
—¡Qué arrogante! —masculló Dillon—. Bueno una de las leyes que propuse fue la libre circulación de aerodeslizadores por la zona norte de La Capital, ¿saben que allí es peligroso volar porque?...
—¡Es un maldito títere de La Capital! —anunció un furioso Craig.

Grellan y Zackon tuvieron que separarlo de encima de Dillon, porque se había lanzado encima de él. Lo sentaron en una silla y esperaron hasta que se calmara.

Dillon Schaffer era un hombre de unos cuarenta años. El cabello lo tenía peinado hacia atrás y salpicado de unas cuantas canas, su rasgos eran afilados y sus ojeras estaban bien marcadas, parecía un hombre que dormía muy poco. Su aspecto descuidado daba la impresión de que nunca se había aseado bien, tenía una barba mal afeitada y él despedía un olor rancio a sudor.

Los cinco días que estuvieron hospedados en su cabaña en el medio del bosque, Craig y él no se dirigieron la palabra. Eloise solía hablar con Dillon quien le confesó que una de las leyes que tenía pensado, era el libre derecho de los pobladores de las Seis Ciudades, así se podría transitar entre ellas. Esto era una idea arriesgada, ¿por qué alguien de La Capital querría proponer algo así?

—Tengo una pregunta que siempre he querido que me la respondan —Eloise le habló con claridad al dueño de la cabaña.
—Dispara entonces —respondió Dillon.
—¿Por qué no podemos recorrer las otras ciudades?
—Buena pregunta de una buena chica, me gusta tu curiosidad —Dillon comía un tazón de ensalada de frutas picadas en trozos de tamaño bocado—. No sé si lo sabías, pero las ciudades estan muy separadas entre sí, se ubican a lo largo de todo el continente americano, llámese ahora Quihra.
—Además de que no hay vías que las comuniquen. Sólo los de La Capital pueden visitarlas —intervino un avispado Zackon.

«¡¿Están separadas y repartidas por todo el continente?! —pensó Eloise—. No lo sabía, estoy impresionada».

—¡Vaya observación! —exclamó un impresionado Dillon—, tu te pareces a... Bueno déjalo, no importa. Pues sí, cada ciudad esta en el medio de la nada, prácticamente.
—Aún no responde mi pregunta —Eloise ya estaba desesperada por saberlo.
—Te la responderé con una pregunta muy buena —Dillon la señaló con el tenedor que utilizaba para comer su ensalada de frutas—. ¿Crees que a los de La Capital les conviene una comunicación entre ciudadanos de distintas procedencias?
—¿Y por qué estás aquí, acaso te desterraron? —preguntó un recién llegado Grellan a la conversación.
—Digamos que ellos no compartían mis ideales, o mejor, no eran lo suficientemente incorrectos como para que los tomaran en cuenta.
—Eso quiere decir que no confiaban en tí —gritó Craig desde el otro lado de la sala en donde estaban.
—Escúcha estúpido, si yo no hubiese querido aceptar a un grupo de niños perdidos ya los habría echado de mi casa —Dillon se puso rojo de la rabia—, ¿crees que a mi me costaría mucho arrancárte el hígado y comermelo encebollado? Si te querría matar ya lo hubiese hecho, imbécil.
—Estoy seguro de que él no quiso insinuar lo que usted piensa —Zackon trató de que se calmara todo.

Eloise se moría por irse de allí, no es que no se sintiera agusta, pero el paradero de sus hermanos la preocupaba. Le preguntó una vez tambien que cual era la razón por la que aún estaban allí, a lo que él respondió: —son unos buenos chicos.

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