08 | Me encantan los retos

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Nunca había visto una casa tan grande como la de los Jenkins. Me quedé plantada en la entrada mirando con fascinación la impresionante mansión que tenía en frente. Tomé aire y llamé al timbre.

Unos minutos después, Blake me recibió con una toalla envuelta sobre la cintura y el pelo húmedo. Estaba recién salido de la ducha y algunas gotas de agua caían por su torso repleto de tatuajes. Le eché un vistazo de arriba a abajo. No tenía ni un hueco de piel sin tinta. Me preguntaba si el torso de Kyron luciría igual que el suyo.

Blake era de complexión delgada pero atlética, aunque no estaba tan fuerte como su hermano, a quien se le solían marcar los músculos ocultos bajo sus camisetas oscuras. Y tenía un corte de pelo bastante original, un mullet rubio platino que iba acorde con su personalidad macarra.

—Vaya, hola —saludó con una sonrisa ególatra—. ¿Admirando las vistas?

Me sentí un poco avergonzada por haberlo examinado de esa forma y que lo hubiese notado. Quise responderle de forma abrupta para ocultar mi tremenda metedura de pata, pero entonces sucedió algo todavía más bochornoso. Apoyó una mano sobre el marco de la puerta y la otra sobre su cintura, y justo en el momento en que hizo esa pose, la toalla se le cayó.

—¡Ay, por Dios! —exclamé tapándome la cara con ambas manos—. ¡Te juro que no he visto nada! ¡En serio, nada de nada!

—Tranquila, no tengo nada de lo que deba avergonzarme —aseguró y percibí cómo tomaba la toalla del suelo—. Ya puedes mirar. Tus ojos no corren peligro.

—Yo... —tragué saliva. Me ardía toda la cara—. Venía porque... Kyron...

—Lo sé. Pasa dentro —me interrumpió y se hizo a un lado para dejarme pasar—. Kyron me ha dicho que vendrías. No tardará en llegar, puedes esperar en el salón mientras. Yo voy a vestirme, no sea que se me vuelva a caer la toalla y te dé un infarto.

Entré donde me había indicado mientras él se perdía por las escaleras. Observé todo a mi alrededor. La televisión que parecía una pantalla de cine, el enorme sofá blanco y la mesa de cristal, las estanterías repletas de premios, discos, vinilos y fotografías tanto familiares como de algunos momentos profesionales de todos los miembros de la familia, y los discos de oro y platino que colgaban de la pared.

No todo era de Kyron y Blake, algunas de aquellas cosas eran de sus padres. Habían vinilos, fotografías en blanco y negro, y un disco de platino del antiguo grupo de Billy Jenkins. Y algunos de los premios eran de películas galardonadas en festivales de cine producidas por Sharon Jenkins.

—Parece un museo, ¿verdad? —preguntó Blake a mi espalda. Ya estaba vestido.

Asentí mientras observaba cómo él se dejaba caer sobre el sofá. Entonces recordé lo que Kyron me dijo. Supuestamente yo le gustaba a Blake, aunque no terminaba de creerlo. Por esa razón decidí ser honesta y zanjar ese asunto de una vez por todas.

—Blake, tengo que decirte algo —respiré profundo antes de mi confesión—. Yo no siento lo mismo que tú.

—¿Cómo que no sientes lo mismo que yo? No te entiendo —dijo frunciendo el ceño con confusión—. ¿Qué quieres decir?

—Que tú no me gustas.

—Tú a mí tampoco me gustas. No te ofendas, pero me gustan las chicas altas y tú eres... diminuta —admitió mirándome de arriba a abajo con una mueca.

—Pero Kyron me dijo que estabas mal porque yo te gustaba y me viste abrazando a un chico —expliqué sin entender lo que realmente estaba pasando.

—¿Cómo? —preguntó antes de estallar en carcajadas—. No me jodas. ¡Qué mentiroso!

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