Capítulo 2- Aries

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3 de Marzo - Época de Ichtheis

ARIA


No era una persona perfecta, tenía aquella idea de mí tan clara como el agua desde muy temprana edad. Podía contar con una mano a personas cercanas que no que no habían sido arrolladas por mi temperamento, o se habían vuelto espectadores del pequeño demonio que solía liberar en casos de muy poca importancia. Esa ocasión, era un claro ejemplo de ello.

Observo el reloj de mi muñeca, marcando las trece en punto. Parecía impensable que quince minutos atrás dormía como una princesa por haberme desvelado hasta altas horas de la noche, viendo una serie en internet, y ahora me hallaba tirándo mis cabellos. Sabiendo con dos días de anticipación que quedaría con varios amigos en la tarde, y que lo haya olvidado por completo, me hacía desear tirarme por la ventana de mi habitación.

Tener la voluntad de levantarme de por sí tomaba de tres a cinco minutos, más quince en el baño, sumando otros diez en peinado y maquillaje. ¿Pero escoger la ropa adecuada? Era como el jefe final de un videojuego creado por mí.

Habiendo perdido la cuenta del tiempo perdido probando diferentes combinaciones de prendas, finalmente doy por perdida la última gota de paciencia que me quedaba, tirando la falda de plieges blancos que tenía entre mis manos a la cama. Me quedaba como estaba, fin del problema.

Me observo en el único espejo de la habitación, dudando si el conjunto que llevaba puesto era el adecuado para usar. Una camiseta rosa de franjas con leggins negros que llegaban hasta la rodilla, junto a unos zapatos deportivos que lo acompañaban. Parecía que fuera a correr y no a una fiesta, el camuflaje perfecto.

En medio de mi pequeño dilema adolescente, escuché un “tac-tac-tac” proveniente de la puerta. Seguramente se trataba de la única persona que vivía en casa aparte de mí.

—Adelante.

La puerta de la habitación se abre y veo a mi madre entrar desde el reflejo del espejo. Una mujer que no aparentaba más de treinta, a pesar de sobrepasabar los cuarenta. Como yo, piel blanca, castaña y de cabellos largos, con unos ojos que recordaban a la avellana, aunque solían decir que los míos recordaban al poderoso sol. En agregado, usaba un vestido celeste que llegaba por encima de sus rodillas, como si fuera ella la que iba a salir, cuando seguramente se quedaría en casa todo el día trabajando desde su computadora, como siempre.

Aunque un saludo hubiera estado bien, lo primero que obtengo de la mujer es una mirada evaluativa y desaprobadora sobre la habitación: zapatos sobre la cama, prendas en el suelo, y algunos accesorios de maquillajes esparcidos en todo el lugar.

—Es que, no encontraba que ponerme —excuso—, aunque creo que iré con esto.

Doy una vuelta lenta, permitiendo a mi madre ver lo que llevaba encima. Me toma por sorpresa observar que mi madre aún conservaba su rostro de desaprobación.

—¿Irás al cine con 'eso’?—No doy respuesta. Ofendida, observo a mi madre con un ceño fruncido—. Amor, no puedes ir a ver una película con tus amigos vestida como si fueras al gimnasio.

—¡No voy vestida como si fuera al gimnasio! —replico, volviendo a observarme en el espejo. «¿Qué tenía de malo? Además, no es como si tuviera tiempo de cambiarme, mucho menos para discutir por algo como esto»—. Estoy bien, por si acaso, le diré a Sam que lleve el vestido dejado en su casa la semana pasada, en caso de que quiera cambiarme.

La guerra del zodiaco I: Fuego EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora