Ya basta

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Aquella noche dejé el hotel y me mudé a casa de mi madre. Los días transcurrían sin emoción alguna. Me levantaba, me iba a trabajar y regresaba a dormir. No quería pensar, no quería estar despierto pues solo recordaba todo lo que había perdido y que tanta falta me hacía.

Al pasar de los días caí en cama. Había sufrido quemaduras leves en un incendio por imprudente. No me importaba vivir, no me importaba nada; decidí meterme a las llamas sin ninguna precaución pues no tenía miedo de lo que pasara. Afortunadamente, (lo digo ahora) mi distracción no tuvo mayores consecuencias.

Ahí en la soledad de la habitación todo comenzó a tornarse aún más gris. Recibía llamadas y mensajes de amigos tratando de alentarme. Estaban preocupados por mí; sabían que estaba cayendo en una profunda depresión, de esas de las que no es fácil salir. Yo no quería ver a nadie, no respondía a mi celular y pasaba el día lamentándome.

Estaba herido, temeroso, solo.

Eran aproximadamente las 15 horas cuando sonó mi celular. Identifiqué de inmediato que era una llamada de la estación pues le había programado un ring tone diferente. No dudé en contestar.

Identifiqué la voz de César, quien había sido mi alumno y se había vuelto amigo desde años atrás.

-Hermano, necesito de tu apoyo.

-Te escucho –dije levantándome de la cama

-Hubo un accidente muy fuerte, hay varios lesionados y prensados. Puedes ayudarme?

-Por supuesto -dije mientras buscaba mi overol de rescate.

-Pasamos por ti en unos minutos –y colgó.

A los pocos minutos escuché la sirena acercarse y salí de inmediato a interceptar la ambulancia en el camino. Me subí de inmediato y miré hacia el interior.

No había nadie más que César

-Estaba solo en la estación. Gracias por apoyarme.

Olvidé mis heridas externas pero sobre todo, decidí dejar de lado las internas. No había espacio para mis depresiones, tenía que ayudar.

César aceleró mientras yo preparaba mi equipo de trauma. Después me puse en coordinación con otros compañeros por la radio. En menos de diez minutos arribamos al lugar del accidente.

A unos 20 metros de la carretera pude ver un auto compacto con las llantas hacia arriba envuelto en humo. Corrí hacia allá junto con mi compañero. Había un hombre inerte dentro del vehículo.

-César, avisa a los otros bomberos que corten el suministro de energía y bloqueen las salidas de gasolina para evitar derrames.

Me volqué en el hombre herido. Estaba boca abajo pero pude comprobar que aún vivía. Luego de un examen rápido pude saber que tenía pocas probabilidades de sobrevivir a aquel acontecimiento.

Los otros bomberos se acercaron al vehículo mientras yo atendía al paciente. Amarraron las cadenas y comenzaron a hacer las maniobras pertinentes para poner el auto de pie.

-Sal de ahí –me gritaban- es peligroso girar el auto contigo adentro, sal de ahí.

No me importó.

Entonces vi el rostro del hombre. Era uno de mis mejores amigos. El pueblo era tan pequeño que no era raro que aquellos lamentables encuentros ocurrieran.

-Dios me escuchó –dijo con la voz entrecortada- rogaba porque vinieras tu a mi auxilio.

-No hables, tranquilo.

-Déjame hablar Carlos, no sé si voy a sobrevivir y necesito pedirte un favor.

Estaba acostumbrado a esas situaciones. Los heridos, al sentir que se les escapaba la vida solían pedirme algo pero yo no los dejaba hablar tratando de cuidar su ritmo cardiaco. En esta ocasión era diferente, él, era mi amigo, lo tenía que escuchar.

-Dime –dije mientras él hacía un gran esfuerzo por seguir hablando.

-Quizá así debía ser, debías ser tú con quien yo pasara mis últimos minutos para poder pedirte que cuides a mi familia. –Dijo mientras yo le sostenía la cabeza- No confío en nadie más que en ti para esto. Prométemelo Carlos! Dime que lo harás! –decía desesperado.

Me quedé frio, no sabía que contestar así que lo abracé.

-Todo se hará conforme a tu voluntad, pero tranquilo amigo que si Dios quiere todo saldrá bien. Por favor concéntrate en no moverte.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

-Mi vida está completa, éste es el final que esperaba –dijo casi sin aliento.

Entonces, entre mis brazos dio su último suspiro.

Lo solté y salí del auto. Era tanta mi desesperación que corrí varios metros sin parar. Me llevaba las manos a la cabeza mientras las lágrimas corrían por mi rostro. De pronto me dejé caer en el asfalto sobre mis rodillas. Y no pude hacer más que ponerme a gritar.

-Ya basta Dios mío! Ya basta.

Creía que no podía soportar nada más.

Llegué a casa un par de horas después. Tenía que cambiarme las ropas para poder asistir al funeral, sin embargo me sentía desolado. No dejé que nadie me llevara, caminé desde el lugar del accidente. Quería y necesitaba estar solo.

Mis padres estaban en la cocina cuando entré.

-Buenas noches hijo –dijo ella.

No dije nada y seguí mi camino.

Había perdido en un lapso corto de tiempo a mi familia y a mi amigo de la infancia. Me sentí más castigado por la vida que nunca.

En ese momento no pude centrarme en el privilegio de haber estado con él en sus últimos momentos. Ni siquiera recordé que yo le había hecho una promesa.

Caminé hasta la habitación de mi padre y sin pensarlo dos veces llegué hasta un viejo mueble. Abrí el cajón lentamente. Sabía lo que me iba a encontrar ahí dentro, creía que era exactamente lo que necesitaba.

Tomé la pistola.

No temblaba, no pensaba. La tomé y la dirigí de inmediato hacia mi sien. Miré por última vez la habitación y accioné el gatillo.

Nada. No había pasado nada. La pistola tenía mucho tiempo guardada y quizá se había atrofiado o por lo menos eso fue lo que pensé en aquel momento. Con coraje la golpeé sobre el mueble y comencé a desarmarla.

No parecía faltarle nada. Volví a armarla con cautela, no quería que se accionara y alertara a mi familia de lo que estaba a punto de hacer. No quería que nada ni nadie me detuvieran.

Una vez más accioné el gatillo... de nuevo nada.

Fue entonces que reaccioné! Me di cuenta de lo que estaba a punto de hacer y de todo lo que iba a echar por la borda. Era cierto que sentía que en aquellos instantes sentía que mi vida no valía nada, pero la de los demás? La de todas aquellas personas que me necesitarían en el trabajo?

Mi misión aún no estaba terminada. Lo entendí. Entendí que Dios quiso decirme que aún había mucho camino por recorrer y di gracias porque a pesar de que intenté tentar a la muerte, ésta no llegó.

Esa noche dormí como hacía días no lo hacía. Por supuesto al día siguiente, todo sería diferente.--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Mi segunda oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora