Carta número 3

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Al día siguiente Elizabeth había llamado a la clínica donde trabajaba para poder pedir una licencia de dos semanas, no podía sentarse en su consultorio a escuchar problemas ajenos cuando no podía ni con los propios. Por suerte en el trabajo le concedieron su petición.

Quería pasar esas dos semanas en su pueblo, sola con las cartas de Ángel, quería leerlas con paciencia, absorbiendo cada una de las palabras que tenía que decirle su amigo.

Ese día se dirigió a la heladería donde, en el verano de su tercer año de amistad, se había convertido en el lugar donde iban a pasar el rato todos los días. Ya que Ángel le había especificado que en cada una de las cartas se haría alusión a cada año de amistad, Elizabeth procuró ir a aquellos lugares que habían marcado sus días con él.

Se sentó en la mesa que siempre había compartido con Ángel y pidió, como de costumbre, un helado de dulce de leche. Luego de saborear la primera cucharada tomó el tercer sobre tratando de adivinar que había marcado a Ángel en aquel año.

“Querida Liz:

 Aquí estoy de nuevo escribiéndote esta tercera carta.   Te confieso que cada vez que tomo un papel para escribirte una nueva, mi mente se inunda de recuerdos, de palabras que quiero decirte, palabras que hace 17 años vengo callando.

 Espero poder expresar todos mis sentimientos en estas cartas y explicarte con lujos de detalles como siempre me hiciste feliz. Y este es el tema de la carta, sobre la felicidad que me brindaste en el tercer año de amistad.

 Lo que hizo especial ese verano fue que tú no te habías ido como las veces anteriores. Lo que más feliz me hizo fue que te quedaste y por fin iba a pasar un verano acompañado, no iba a estar solo…”

Elizabeth recordó ese verano, por un lado fue especial porque estuvo acompañada por Ángel, pero por el otro fue muy triste porque ese año su mamá había empeorado y con ella la cantidad de marcas que adornaban la piel de Elizabeth.

“… Recuero que en la segunda semana de las vacaciones yo me encontraba tumbado en el césped del jardín de mi casa leyendo un poco, cuando sentí que una mirada se clavaba en mí, a regañadientes levante la vista y te vi. Como siempre estabas preciosa, tus hermosos cabellos recogidos en una coleta despejaban tus perfectos rasgos.

 Toda tu belleza se veía opacada por unas lágrimas que descendían sobre tus mejillas. Me levanté bruscamente y te pregunté qué sucedía, y como era típico en ti cuando estabas triste, no respondiste y te lanzaste a mis brazos para poder verter más lágrimas, te devolví el abrazo con fuerza, esa era mi forma de protegerte…”

 Era la segunda semana de vacaciones y Elizabeth se encontraba empacando sus cosas para el viaje, estaba concentrada escuchando a Ricardo Arjona cuando su padre irrumpió en la habitación.

-Cielo, ¿tienes un momento?

 Elizabeth se dio la vuelta para enfrentarse a su padre, pero apenas lo vio supo que algo no andaba bien.

-¿Pasó algo papá?- éste tomó las manos de su hija con lágrimas que brillaban en sus ojos. Un miedo le recorrió por el cuerpo pero decidió quedarse callada esperando que su padre hablara.

Pasado un momento que a Elizabeth le pareció eterno su padre comenzó a hablar.

-Cariño, me temo que este año no podremos viajar como teníamos previsto

-¿Le pasó algo a mamá?- a Elizabeth no le importaba las vacaciones, lo único que le había pasado por la cabeza en ese momento fue su madre.

-Tu mamá volvió a sufrir otro ataque- Suspiró- Al parecer no estaba tomando la medicación.

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