Carta número 11

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Elizabeth se despertó de un sueño profundo, tomó su celular y comprobó que tenía quince llamadas perdidas. Al ver la hora que era se levantó de un salto, ya pasaban de las tres de la tarde, ¿en qué momento se había quedado dormida?, lo último que recordaba era que terminó de leer la décima carta y había cerrado los ojos por un momento para absorber cada hermosa palabra, al parecer fue en ese momento en el que se quedó completamente exhausta.

 Se dio una ducha rápida, cuando terminó de prepararse tomó su celular y comenzó a devolver todas las llamadas. Al terminar con la última ya pasaban de las siete de la tarde, su estómago rugía del hambre, no había probado bocado desde la merienda del día anterior. Decidió llamar a Micaela, no le apetecía para nada comer sola.

 Al tercer tono su amiga contestó.

-¡Elizabeth!, pensé que ya no me llamarías.

-¿Por qué pensaste eso?-Preguntó extrañada

-Por lo que te dije ayer y porque me fui dejándote sola.

-Ah eso, no te preocupes ya pasó.

-¿Estamos bien?

-Por supuesto amiga-Elizabeth suspiró-. Te llamaba para preguntarte si estabas libre esta noche.

-Para vos siempre amiga.

 Elizabeth sonrió, le alegraba saber que contaba con su amiga para no estar sola en medio de ese lío.

-Entonces ¿quieres cenar conmigo?

-¿Me estas pidiendo una cita?-Preguntó Micaela.

-Me atrapaste… entonces ¿aceptas salir conmigo?-Dijo Elizabeth siguiendo el hilo de la broma.

-Creo que vamos muy rápido, tendríamos que conocernos primero.

-Por favor no me rechaces, me destrozas el corazón.-Dijo Elizabeth simulando tristeza.

-No te pongas triste por favor.-Micaela suspiró y haciéndose la resignada continuó-. Acepto cenar contigo.

-No te arrepentirás Mica.-E intentando imitar la voz de un hombre dijo-. Te haré pasar la mejor noche de tu vida.

 Ambas comenzaron a reírse, había pasado mucho tiempo de que Elizabeth no bromeaba de aquella forma y la verdad era que extrañaba eso.

-A las nueve paso por tu hotel.

-Buenísimo, nos vemos a esa hora amiga.

-Adiós nena.

-Hasta luego.

 Ambas colgaron al mismo tiempo.

 Alrededor de las nueve y treinta Elizabeth y Micaela ya estaban sentadas en la mesa de una de un restaurante muy concurrido, al parecer allí hacían la mejor pizza de la ciudad por lo que no dudaron en ordenar eso. En un determinado momento Micaela preguntó.

-¿Pensaste sobre lo que te dije ayer?

 Elizabeth tomó un sorbo de su gaseosa antes de contestar.

-¿Qué cosa de todo?

-Sobre tu ceguera ante todo lo relacionado con Ángel.

-¿Sobre sus sentimientos?-Hizo una breve pausa-. Tienes razón, de eso nunca me di cuenta y él de verdad me lo demostró muchas veces.-Comió un trozo de pizza-. Luego de leer las 10 primeras cartas y de que tú me dijeras lo de ayer llegué a la conclusión de que la verdad estuve ciega todo este tiempo y no entiendo porque.

 Micaela quedó observando fijamente a Elizabeth.

-Quizás tú no querías verlo.

-No te entiendo.

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