Misery

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Se aferró con todas sus fuerzas a las sabanas de la cama y la cabeza estaba apoyada en el colchón mientras sus rodillas sostenían el resto de su cuerpo desde el suelo hasta lo encorvado de su espalda que parecía hecha de acero por lo firme que se veía como el resto del cuerpo que estaba completamente tenso.

Su respiración era entrecortada y casi el único sonido de la habitación, pues había una respiración menos potente en la misma cama haciendo juego, apenas se notaba que el pecho subía y bajaba así que el ritmo entre ellas era muy distinto pues mientras la primera era acelerada el segundo era pausado. Pero más allá de ese opuesto estaba la posición del otro cuerpo: una fémina que descansaba en la cama como una bella durmiente.

Y en una esquina se encontraba otra chica, de aspecto encorvado. Dos opuestos rodeados por la tenue luz rojiza que pasaba por la ventana, unidos por algo que no tenía que ver con su físico. A pesar de que la belleza morena de la chica era similar a la piel de la otra y los cabellos castaños ondulados de una de las muchachas era su opuesto con el lacio cabello café de la otra joven... o la boca larga de la mujer podría ser el doble de la otra... en muchos aspectos eran distintos salvo por un detalle: porque ninguna parecía superar los 18 años.

La cama rechinó un momento cuando la muchacha empujó su peso un poco más y por fin el llanto que retenía comenzó a salir poco a poco, cada lágrima escurría de sus ojos a su nariz para caer en la tela y desvanecerse en ella.

—Por favor deja que el tiempo siga su curso— pronunció con mucha dificultad pues su garganta estaba dura, presa de su frustración.

Incapaz de borrar las palabras que había escuchado horas atrás cuando llegó de la escuela y por accidente alcanzó a entender del doctor. Consiguió ver el suspiro de ese hombre o como caían sus hombros en derrota al saber la respuesta de sus padres.

—Necesitan dejarla ir. Pagaron la costosa operación que solo la dejó en coma y los tratamientos para evitar su deterioro, están por acabar el dinero de la venta de su casa sin que se vea un cambio. La junta considera que desconectarla es lo mejor—.

Escuchó un chillido salir de la boca de su madre antes de hablar —No, ella volverá a la normalidad—.

Iban a perder el departamento si seguían conservándola a ella, la chica volvió a llorar con más fuerza —Todo se ha parado en esta casa, desde el día del tiroteo...todo... y si tú no quieres vivir...—

Estaba harta, la odiaba. Ya no había mundo para sus padres y ella ya no existía más que para ella y al principio confiaba en que ella despertaría pero ahora mismo no estaba segura. Y hubiera aceptado seguir como sombra si notara una mejoría o trabajar para pagar la escuela si el dinero que invertían diera frutos pero no, nada pasaba.

—Déjanos ser libres... muérete— dijo de pronto.

En ese momento la mano de la joven tembló un poco y la otra levantó la vista, no sorprendida porque muchas veces eran reflejos, como explicó el doctor cada que ellos se ilusionaban como señal de vida, por lo menos al principio. En su lugar se limpió los ojos para verla mejor.

—Si has decidido que no quieres vivir ¡Muérete! —.

Era la primera vez que se sinceraba y le era tan gratificante —Yo trabajo para poder pagar la universidad, voy a la universidad y vuelvo aquí para cuidarte porque nuestros padres tienen que trabajar ¡pero no sirve de nada! —.

Su voz se había vuelto más aguda y chillona mientras comenzaba a gritar —No tengo tiempo para salir o tener amigos, ni novio ¡Y para que! —.

Comenzó a sacudirla incontrolablemente — ¡Devuélveme mi vida! Tú eres solo un bulto y yo sí puedo caminar, hablar...! ¡VIVIR! — . Gritó con desesperación.

Pero como otras veces, siguió dormida, como una bella durmiente que pasaría sus 1000 años sin cambios y tan triste era para ella verla así; cuando antes era vibrante y alegre, torpe e ingenua. La chica que corría maratones o veía cursis películas románticas... ella que siempre la apoyaba e incluso llegó a defenderla.

—Y lo peor es que no sé porque— con la respiración entrecortada por el esfuerzo pero también por la frustración, con cuidado arrastró los dedos por su rostro.

Había sido inesperado, apenas una noche anterior habían jugado videojuegos mientras comían palomitas y ella habían chillado por enésima vez de la emoción de ganarle en un combate ficticio. O así lo creía pues le había dejado ganar para que le dejara marcharse, sin saber que eso la animaría más a seguir jugando.

— ¿Y qué tal las cosas con ese chico? — exclamó ella con despreocupación sin dejar de mirar la pantalla.

—Bien, supongo— respondió la otra.

—Me alegro y espero que al fin tengas tu primer beso— bromeó, aun podía recordar como sonaba su risa.

—Sí, bueno, no hables como si fueras experta— le respondió algo avergonzada, debió decir otra cosa si hubiera sabido que iba a ser su última palabra para ella.

La otra se rio apenada —En eso tienes razón, no he besado a nadie y no me gustaría morir sin hacerlo—.

Y por la mañana todo había cambiado, ella estaba en las canchas de la escuela, corriendo a través del patio mientras aspiraba el fresco de la mañana para evitar colapsar cuando se escucharon disparos en uno de los salones: gritos, patrullas, policías, caos... ambulancias y ella corriendo como tonta en busca de su hermana cuando el peligro ya había pasado.

— ¿POR QUE? — Gritó al volver al presente —Era tu compañero de clase, tú eras una buena compañera, la única que le hablaba ¡¿Por qué te disparó a ti?! —.

Incluso cuando lo visitaron en la psiquiátrico, su madre le suplicó que le explicara el motivo... ese chico permaneció en silencio...dejando a su madre destrozada porque no podía cerrar el episodio... todos ellos necesitaban una respuesta, un final o un algo porque vivir en pausa los trastornaba y desgastaba.

La joven con los ojos llorosos quitó la almohada donde reposaba la cabeza y la colocó a escasos centímetros de su cara —Si eliges no vivir... por favor muérete—.

Con mucho cuidado la depositó en la cara de la joven y cerró los ojos—Por favor, estoy tan cansada, déjame vivir—.

Pero no pudo, no pudo presionar la almohada con todas sus fuerzas, no pudo darle la espalda ni huir. Lanzó la almohada lejos de ellas y se puso a llorar en el pecho de la durmiente —Por favor déjanos ser libres—.

La siguiente historia que espero disfruten ¿Opiniones?

Historias de amor, deseo, placer y muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora