04 Ojitos tristes

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Otra noche sin poder dormir. Otra noche reclamándose lo idiota que fue. Otra noche recordándose que él la tubo cerca tanto tiempo y lo único que hacía era, molestarla, colocarle apodos, jugar con su paciencia hasta hacerla enojar, ofenderla, hacerla sentir insignificante, tratarla de idiota, hasta de estúpida. La realidad era esa, la hizo sentir pequeñita e incapaz de hacer cualquier cosa que ella quisiera, ahora el destino como castigo a sus actos ante ella, lo hizo invisible.

"Porque nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde" cuan cierto es ese refrán.

Nunca pensó enamorarse de ella como lo estaba en ese momento. La había visto por casualidad en una librería, él estaba comprando unos libros para la universidad y ella estaba acompañada de cinco hombres vestidos de negro. La observo sentada en los sillones de la sala de estar de la librería observando varios tomos.

-"Una chica muy culta"- fue lo que pensó al ver la pila enorme de libros, esperando por ser escogidos.

Quiso apartar la mirada, juraba que quería hacerlo, pero simplemente no podía. Ella era tan hermosa, con un cabello rubio sedoso y brillante, una piel blanca como cal, una boquita roja y unos ojos como un día nublado de primavera. "La niña de ojitos tristes", fue así como la apodo.

La siguió viendo cada fin de semana, siempre de lejos, siempre observando sus ojitos tristes, sus labios en una seductora línea recta, su expresión seria e imparcial.

Tenía deseos de acercarse a ella, pero siempre estaba acompañada por esos guardaespaldas. Se sentía extraño con solo verla, era tan irracional que sintiera cosas por una desconocida de la cual no sabía ni su nombre. Pero ella hacía que en su pecho sintiera cosas, que ninguna otra chica había podido hacer sentir.

No era asocial, ni mucho menos un reprimido, salía con chicas, iba a discotecas, se acostaba de vez en cuando con alguna fulana, en pocas palabras hacia lo normal que hacia un chico de 18 años. Pero cuando la observaba a ella, era como si todo dejara de existir. Era como si después de esa hermosa desconocida, no existiera nadie más.

Paso un mes y él asistía sin falta alguna a su "Cita" de los sábados en aquella librería, solo para venerarla a lo lejos, grabándose con adoración las finas facciones de su rostro, su cuerpo, todo de ella. Su familia lo veía actuar de un modo extraño, sus amigos lo notaban diferente; ya no salía con cuanta chica se le apareciera, ni iba a menudo a las discotecas los fines de semana, en vez de eso se quedaba en su recamara pensando en la niña de ojitos tristes, dibujando sobre lienzo sus manos, su nariz, sus labios, su silueta...sus ojitos tristes.

Tomaba el pincel y pasaba largas horas tratando de hacer un retrato de ella, pero nunca lo lograba. Ya no dormía, ni comía como era debido, su mente, su conciencia, todo le pertenecía a ella y lo peor del caso, es que ella ni siquiera sabía que él existía.

Lloraba sin razón alguna, añorando, queriendo, soñando tenerla entre sus brazos, acariciarla, besarla, escuchar su voz.

Quería tanto de ella, quería dar todo por ella, pero no la conocía, sólo sabía sus guardaespaldas no la dejaban ni al sol, ni a la sombra, que adoraba leer y acompañaba su lectura con un frappe de café y chocolate. Pasaba largas horas en aquella librería, vestida siempre de jeans, botas de caña y bonitos jersey con capucha que se amoldaban a su linda figura o a veces vestidos a la rodilla y de mangas largas que la hacían lucir como una princesa.

Ya parecía un acosador, pero juraba que ni una mujer lo hacía sentirse así de idiota.

Dejo de salir con otras chicas, el simple hecho de besar otros labios, acariciar otra piel, lo hacía sentir vacío e infiel. Era estúpido, él no conocía a la niña de ojitos tristes, no sabía si era soltera o si tenía algún pretendiente. No sabía su nombre, ni por qué siempre estaba con esos guardaespaldas. Debía ser una chica rica, pero eso no le importaba, pues él la veía como una chica frágil en un mundo de hienas, sus ojitos tristes, era lo que le decían.

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