CAPÍTULO VII

4 0 0
                                    


La clase de Roger Bermúdez es la más aburrida de todas. No hace falta explicar mucho, basta con sólo ver su modo de dar clases para entender que es un pobre hombre frustrado en la vida. Con tantas secciones de clases y unos pocos estudiantes aprobados semestre tras semestre, no entiendo cómo es que sigue dando clases en esta universidad.

- Aray Mery. – La chica se pone de pie y se dirige al escritorio del profesor.

Constantemente me pregunto si fue la decisión más acertada quedarme cuando supe que él sería mi profesor de química orgánica, pero estoy a solamente un paso de aprobar la materia, no fue fácil, pero después de todo lo que ha ocurrido simplemente diré que valió el esfuerzo. Al ritmo que va la clase, y no es por parecer fastidiada, siento que me quedaré dormida en cualquier momento. El profesor nos obliga a venir a esta clase para absolutamente nada, es decir, los interesados en venir es porque deben notas o de algún modo conservan esperanza de obtener puntos extras no sé de qué manera. El resto conocemos perfectamente nuestras calificaciones y sabemos lo que nos falta para aprobar la materia.

- ¡Ahí vienen! – Dos chicas con faldas cortas aparecen por la puerta exageradamente alteradas. – ¡Corran!

Un aviso como ese sólo significa que están atracando en un salón vecino. Encuentro la excusa perfecta para retirarme, tomo mis cosas y desaparezco del aula de clases. Al salir al pasillo me encuentro con personas corriendo de un lado para otro, algunos llevándose por el medio a otros, todos intentando alejarse lo más posible del epicentro del suceso. Lo extraño es que todos corren en diferentes direcciones por lo que no resulta fácil saber de qué sitio exactamente intentan huir. Decido que lo mejor es tomar las escaleras que están más cerca de mí.

Un disparo suena en el piso de abajo y ahora la gente empieza a subir, veo aparecer más y más estudiantes por las escaleras que yo iba a tomar. Ya que estoy cerca de las escaleras decido seguir subiendo para ocultarme en el área de los cubículos de los profesores. Subo escalón tras escalón nada más que para toparme con una puerta cerrada con llave. Muy a mi pesar sé que cuando cierran esta puerta en momentos así, no la vuelven a abrir hasta que todo haya pasado. Regreso nuevamente por las escaleras y empiezo a cuestionarme si salirme del aula de clases fue una sabia decisión. Ya no veo gente corriendo por el pasillo y sigo bajando ahora hasta llegar al primer piso. Al incorporarme al pasillo para seguir mi descenso a la planta baja, veo – y me mira también. – a un chico de ropa andrajosa y con un arma en su mano. Lo primero que me pasa por la mente es huir por donde vine pero es demasiado tarde y me atrapa.

- ¡Tú vienes con nosotros, reinita! – Me toma por las manos y coloca su arma directo en mi sien.

El contacto del arma con mi piel evoca recuerdos de todo tipo, todos relacionados a lo ocurrido en mi fiesta hace tres años. Una mala jugada de mi mente me hace ver los rostros de Roger y Damián. Mis piernas tiemblan de una manera tal que no puedo mantenerme en pie un segundo más.

- ¡Levántate!

- ¡Nos vamos! – Dice el que aparentemente es el mayor de los dos. – Si no se levánta, quiébrala aquí mismo.

Reúno todas mis fuerzas y me propongo a colaborar con ellos, no estoy dispuesta a perder mi vida por una acción tan estúpida como dejarme caer al suelo, ya el acto idiota del día lo cometí al salirme del salón de clases. Me llevan a la fuerza a través de las escaleras, las que dan al pasillo de los laboratorios en planta baja, siempre apuntándome con el arma, hasta que llegamos al estacionamiento detrás del edificio de cursos básicos.

- ¡La policía! – Grita alguien desde una ventana en algún salón del primer piso.

- Suéltala. Ya encontré una nave donde irnos. – En un principio no entiendo lo que quiere decir con la palabra nave pero cuando soy empujada contra el suelo y veo llegar a Daniel en su camioneta entiendo todo.

La señal de SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora