CAPÍTULO III

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Es jueves por la mañana, otra clase más de química orgánica que termina con Roger Bermúdez. Es uno de esos profesores que nadie quiere, tiene aproximadamente nueve secciones y pocos estudiantes logran aprobar. Por si fuera poco no le gusta explicar y un fin de semana antes de la prueba parcial hace un curso con ejercicios de tipo examen.

- Aray Mery. – Escucho decir y luego una chica que se pone de pie.

El día de las inscripciones las secciones que yo quería estaban llenas así que rápidamente tuve que buscar una opción que no interfiriera con las demás asignaturas, las cuales conseguí en los horarios deseados. Por mala suerte termine con Bermúdez y mis amigos también, sin embargo ellos retiraron la materia en las primeras semanas. Todavía no sé si fue una buena decisión quedarme yo sola aquí.

El rato pasa conforme los estudiantes revisan sus notas, algunos se marchan contentos y otros casi con lágrimas en sus ojos. Todavía no es mi turno, así que espero con paciencia en mi pupitre de color azul. En medio del aburrido ambiente dos chicas aparecen por la puerta, una de ellas no muy alta y de cabello corto, está pálida como un papel mientras que la otra, una pequeña muchacha de cabello largo y falda color rosa, está llorando.

- ¡Ahí vienen! – Dice la estudiante de cabello corto desde la puerta.

En los pasillos la gente comienza a gritar y a correr por todas partes. Eso suele pasar únicamente cuando está sucediendo un atraco en el edificio y los que pueden intentan escapar de la escena mientras el delito es cometido. El alboroto en el salón de clases no se hace esperar, unos pocos logran salir mientras que los demás no reaccionamos a tiempo.

Un muchacho, mucho más joven que yo, entra al salón de clases seguido de otro apenas un poco mayor que él. Uno se queda al lado de la puerta al tiempo que el otro saca una pistola y se dispone a caminar alrededor del salón. Hago un recorrido visual y veo a la mayoría de mis compañeros nerviosos, algunos con la cara pálida incluso. Mis piernas se sienten débiles y aunque quiero correr procuro mantenerme en calma aparente. No quiero llamar la atención de los pequeños maleantes y que se fijen en mí.

- ¡Buenas tardes! – dice el que aparentemente es más joven que yo en un tono muy estirado y ordinario. – Mi compañero acá presente pasará por cada uno de sus asientos retirando su colaboración. Aceptamos prendas, dinero, celular, laptops, tablets... No se me pongan payasos porque les va peor.

- ¿Qué está pasando aquí? – Dice el profesor en tono severo. La multitud asombrada mantiene el silencio y la vista entre los malandros y él. – ¡Creo que se equivocaron de lugar!

En ese momento los dos jóvenes armados lo miran fijamente y de repente la duda junto con el miedo los invade sin previo aviso. Nadie es capaz de entender lo que está ocurriendo entre ellos tres, simplemente observamos en absoluto silencio.

- ¡LA POLICÍA! – Alguien grita desde los pasillos.

- ¡Estamos pendiente, profesol! – De nuevo el tono chabacano. Ambos dan la media vuelta y se van con las pocas cosas que les fueron donadas.

Tan pronto como el salón queda en supuesta calma empiezan los murmullos en cada rincón.

- ¿Qué pasó?

- ¿Qué fue eso? – Dice una chica sentada detrás de mí. – Es como si se conocieran...

- Me quitaron mi celular.

- ¡Qué loco!

- ¡Vámonos de aquí! – Grita un muchacho un poco exaltado.

Sin embargo después de ese último comentario el profesor interviene.

La señal de SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora