CAPÍTULO II

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Daniel, terco como siempre escoge entrar por Marhuanta en lugar de hacerlo por la Perimetral como se lo pedí. Estoy sufriendo un ataque de pánico porque las imágenes vienen a mí, de nuevo. Daniel muriendo tras un accidente en su camioneta causado por un perro que sale a la vía.

Tal vez me estoy volviendo loca pero cada dos minutos miro en todas direcciones esperando ver el perro que nos hará estrellar sin más remedio. Daniel viene hablando sin parar sobre cambiar el orden de las cosas para que no sucedan.

- Si alteras los eventos estos no suceden. O de pronto ocurren de otra manera. – De otra manera. Eso es cierto. En los Castillos de Guayana no fue él sino yo quien pasó el susto.

- ¿Te puedo hacer una pregunta? – Daniel me mira rápidamente y asiente con firmeza. – ¿Por qué nunca me lo contaste?

La avenida está con poco tránsito como es costumbre los días domingo en esta ciudad. Como no tengo prisa y quiero que tenga toda su atención puesta en la vía, no lo presiono con la pregunta. Ya me responderá.

- ¡Allí! – Señalo un gato que osadamente se atraviesa en la calle.

Luego de mi desesperado grito pisa los frenos casi con la misma fuerza de modo que el sonido es ensordecedor. El gato, evidentemente asustado se va a toda prisa mientras que un carro nos toca la corneta y nos hace grosería con sus dedos.

- ¡Nada! – Dice él y en su voz escucho cierto nerviosismo pero con aires de victoria. – No pasó nada. Seguro todo cambió. En tu visión yo estaba manejando solo y pues ahora estás conmigo... ¡Eso era lo que quería probar!

- La próxima vez que quieras hacer una prueba así, por favor no me incluyas. ¡Estoy de los nervios!

Yo vivo en una pequeña habitación ubicada en Vista Hermosa, cerca del Estadio Heres. Mientras que Daniel vive en un apartamento con Teodoro a escasos metros de la Escuela de Ciencias de la Salud, en la universidad que estudiamos. Tengo unos padres que me dejan estudiar en otra ciudad, me permiten tener un novio pero ni locos me dejan vivir con él.

- Nos vemos mañana. Paso por ti a las ocho. – Se despide con un mágico beso. Esta vez sin sensación de muerte. – ¿Todo bien?

- ¡Todo bien! – Respondo con otro beso y acaricio su mejilla. – Gracias por este día.

Cuando entro en mi habitación recuerdo que Daniel en ningún momento respondió mi pregunta. Permanece mi curiosidad de saber por qué no me dijo por lo que él había pasado el día de mi fiesta. De seguro no le habría creído, nadie puede creer cosas como estas a menos que pase por ellas también.

Todo mi cuerpo reclama por descanso y se lo doy sin refunfuñar. Pero a la mañana siguiente a pesar de haber descansado todas mis horas y un poco más, mi cuerpo dolía por todas partes. Mis piernas, mis rodillas, mi espalda, todo en general duele y mucho. Saco fuerzas de lo profundo de mi ser y enseguida me voy al baño.

Para hoy lo único que debo hacer es entregar un trabajo en la universidad, específicamente en cursos básicos. Este sitio desgraciadamente se caracteriza por su inseguridad, salones en pésimos estados y profesores que te hacen la vida imposible. Por suerte este será mi último semestre cursando materias en este sitio. Cuando estoy lista la puerta suena y corro con prisa para abrir.

- ¡Buenos días! ¿Lista? – Después de un cálido beso y un abrazo respondo.

- ¡Lista!

Personalmente amo las vece que Daniel me lleva a la universidad porque detesto tomar el transporte público y el de la universidad siempre está repleto de estudiantes. En minutos estamos llegando al edificio de cursos básicos en la Sabanita.

La señal de SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora