Capítulo 9 - "Los hermanos"

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Capítulo 9

"Los hermanos"

No pudo evitar estremecerse cuando un grupo de soldados cruzó a paso ligero frente a él. No era habitual ver a tantos hombres del gobierno patrullando las calles de La Ciénaga, un distrito normalmente abandonado a su suerte, pero los recientes sucesos acontecidos tanto en este suburbio como en los vecinos tenían a toda la ciudad patas arriba.

Birik lo había comprobado de primera mano durante la mañana temprana, justo cuando estaba desayunando un pedazo de carne seca en su habitación. Había sido asaltado por cuatro militares que buscaban la siempre sospechosa piel blanca de un trazajo en medio de un barrio de gente gneria.

El enfrentamiento había sido duro, la habilidad de los soldados excelente, el intercambio de golpes frenético. Por suerte, Birik había podido sorprenderlos cuando ellos, desprevenidos, le subestimaron. Clavó la daga que solía esconder en su pantalón directamente en el corazón del líder del grupo, y aprovechó la caída de este sobre sus compañeros, que necios, trataron de sostenerle otorgandole el tiempo preciso para que pudiera alcanzar su espada y cruzar un golpe certero sobre el brazo izquierdo de uno de los hombres que aún permanecían en pie; le rompió el hueso y casi cercenó en dos la extremidad.

La lucha contra los dos enemigos que quedaron en pie fue mucho más intensa y no pudo salir indemne de ella. Había sobrevivido pero tenía un profundo corte en su antebrazo izquierdo, así como un fuerte golpe que le hacía cojear en la pierna derecha.

El soldado del brazo mutilado logró llegar hasta el pasillo del edificio mientras él continuaba la batalla en el interior de la habitación, enfrentándose a sus compañeros. El pobre miserable pensó que sería una buena idea gritar pidiendo ayuda; él también tenía la piel blanca. Era un trazajo joven, sin duda nativo de un distrito acomodado de la pendiente. Era ignorante e inexperto.

Su petición de auxilio lo único que logró fue la atención de un grupo de criminales gnerios que se encontraban en la estancia colindante. Sedientos de venganza por las muertes que durante dos días llevaban produciéndose en el distrito, lejos de ayudarle, comenzaron a golpearle. Le apalearon como a la rata herida que era, hasta arrebatarle la propia vida. Luego, cansados y tomados por la adrenalina más salvaje, acudieron al cuarto donde Birik ya había logrado atravesar las tripas a un tercer atacante. Al último de ellos, entre alaridos de dolor, lo mataron entre todos.

Sus vecinos y salvadores ─llegaron cuando Birik se encontraba luchando por su vida ya herido, con una rodilla en el suelo y el brazo inutilizado─, exigieron las posesiones de los cadáveres; armas y ropajes de tungsteno, de altísimo valor. Birik no tuvo mayor objeción y se los cedió sin oponer resistencia, marchándose sin pronunciar una sola palabra y dejando tras de si un rastro de sangre a su paso.

Poco tiempo más tarde, cuando caminaba por las calles atento a cada rincón por el que pudiera aparecer un nuevo asaltante, una mano se posó en su hombro. Él se giró tomando la empuñadura de su espada con el brazo que aún podía utilizar, dispuesto a luchar. Esperaba encontrar a un nuevo enemigo, pero en su lugar solo vio a una pequeña mujer negra llamada Idib, a la que conocía desde hacía más de una década, cuando ella era apenas una mocosa feliz en medio del Peste Negra.

La muchacha preocupada le había ayudado a vendar sus heridas con un trozo de tela de hilo de lana que tuvo que comprar en una tienda del distrito a un precio muy elevado. La herida era profunda y no paró de sangrar hasta que la cubrieron.

También habían ingerido unos pedazos de carne petra que habían adquirido a un comerciante con el que se habían cruzado. La comida, de paladar bastante insípido ─algo bueno considerando el pésimo sabor que solía tener ese alimento─, les sirvió para recobrar cierta energía y continuar la lenta huida que Birik había tomado.

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