Capítulo 17 - "La monotonía"

38 9 62
                                    

Capítulo 17

"La monotonía"

Los rayos de sol comenzaron a iluminar la fachada del inmenso edificio llamado la Guadarba, conocido por todos los habitantes de la ciudad como el lugar en el que una treintena de alquimistas trabajaban cada día en la creación de todo tipo de metales. Era una de las mayores construcciones de la urbe con multitud de salas de gran tamaño en las que mediante procesos alquímicos todo el acero, el hierro, la plata o el aluminio eran forjados dentro de gigantescos contenedores.

Miles de personas recorrían sus estancias, pasillos y habitaciones a diario, y a pesar de ser un momento del día tan temprano el ajetreo no era vacuo, pues cientos de transportistas aún estaban moviendo las toneladas del metal producidos la jornada anterior hacia los diferentes destinos de distribución, que se encontraban tanto en el mismo Mar Azul como especialmente en Cántaro de Bronce.

Ser tirador de mercancías era un trabajo arduo pues desplazar semejantes cantidades de material pesado era una labor muy dura desarrollada por los hombres más fuertes de la ciudad. Pero lejos de ser un trabajo de esclavos, se consideraba como una profesión muy digna y bien pagada que otorgaba un alto nivel de vida.

Sin embargo, el corazón del edificio distaba mucho de ser esta profesión. Tampoco recaía en los estudiosos, economistas o comerciales que regulaban las cantidades necesarias de metal que debían ser fabricadas a diario, siempre en base a una economía que favoreciera sus propios intereses. Y por supuesto, menos tenía que ver con los miembros del servicio; limpiadores, mantenimiento, empaquetadores, seguridad o mayordomos.

No, el corazón que hacía funcionar el sistema y la ciudad misma eran los Miembros de las Cortes, del Círculo, los Ministros o dirigentes del Cónclave. Ellos eran los que con su sudor y habilidad mantenían en pie una sociedad que día a día se esforzaba por sobrevivir.

La mayoría de estos alquimistas vivían en el propio complejo de trabajo en cómodas y amplias estancias de varios dormitorios. Disponían de ayudantes, consejeros, subordinados y un largo etcétera de personas a las que se les conocían como allegados y cuyo único fin era el de servir, ayudar y asesorar tanto a nivel personal como político.

Su salario oficial era excelente y se veía incrementado de forma exponencial por sus propios negocios o acuerdos comerciales que dirigían en su tiempo de ocio.

Además, legislaban la ciudad; aprobaban las leyes, el reparto de recursos, el nivel de productividad, designaban las penas de muerte o de prisión y un largo de etcétera.

No podían por tanto, ser sino ellos el corazón que bombeara la sangre a una urbe que no era más que el centro del propio universo.

Kio era el mejor exponente de esta servidumbre hacia el ciudadano; una vida empeñada por el bien común, ejerciendo de autoridad política y legislativa. Siempre con una agenda cargada de responsabilidades y que implicaba en numerosos casos, como era el suyo propio, no disponer de tiempo ni para engendrar a su propia familia.

El sol anunciaba, efectivamente , el nuevo día al golpear con su brillo las paredes lisas de la Guadarba, y entraba hacia el interior de esta majestuosa edificación a través de las ventanas de la planta superior, de hermoso cristal limpio, acariciando el rostro ya marcado por algunas arrugas de la edad de el alquimista de Utopía.

La jornada se presentaba atractiva y atareada cuando abrió sus ojos claros; hubiera deseado permanecer entre sus suaves mantas una gran parte de la mañana, pero sus obligaciones le instaban a levantarse dado tenía que desayunar y comenzar el periplo de cada día.

Como cada amanecer se vistió por los pies y desayunó carne de alta calidad recién hecha con una gran jarra de agua pura que el servicio llevó hasta sus aposentos. Dedicó el tiempo preciso a asear su rostro y peinar su cabello dorado justo antes de preparar su mente para interpretar el papel que tocará según cada momento; respetuoso y ligeramente inseguro ante sus superiores, y autoritario y vivaz ante sus inferiores.

El OnixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora