Capítulo 8

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Llevamos tres días viviendo en la casa del doctor Ángel, todos aquí nos tratan bien y nos hablan con cariño. No he tenido que hacer nada, ni siquiera la comida para nosotros, a pesar de mi insistencia como agradecimiento por tenernos aquí. Incluso, nos han dado una recámara muy bonita con una cama para cada quien. Y entre don Lalo y el doctor nos han comprado un poco de ropa y zapatos. He podido estar tranquila en los días. Me gusta visitar a menudo el establo porque ahí tiene el doctor unos hermosos caballos y he ido en tres ocasiones al jardín que plantó la mamá del doctor Ángel antes de fallecer y le he ayudado a Rosi a regar las flores y arrancar la yerba mala. Pero en las noches, horribles pesadillas me acompañan, casi siempre Manuelito me despierta y mis mejillas están mojadas por las lágrimas. Son sueños muy desesperantes, siempre están Roberto y Damian haciéndonos daño y Maria gritandome y golpeandome. Pero cuando amanece, me calmo de nuevo. A mi hermanito le gusta estar con don Lalo, dice que le gusta desayunar con él mientras le cuenta cosas del campo y de los animales.

Mientras estaba dando de comer a Trueno, el caballo blanco que usa el doctor Ángel cuando pasea, llegó don Lalo con cara de preocupación.
-Buenos días Marien. ¿Cómo amaneciste hoy?-
-Buenos días don Lalo, Un poco cansada. Pero ya mejoraré conforme pase el día.-
-Me preocupas niña, tu hermano me dijo que has tenido pesadillas por algo que les pasó. Y aunque aún no hayan querido decirnos por qué están solos, espero contar su confianza pronto, para poder ayudarles. ¿Sabes? Yo tengo una hija de tu edad, pero mi mujer se la llevó lejos, ahora tiene otro papá que la quiere también. La extraño mucho. No me gustaría que pasara por problemas. Por eso quiero ayudarles. Porque tú me recuerdas a ella, con tu cabello de oro y tus ojos avellana. No tengas miedo de mí, Marien...-
-No le temo a usted, don Lalo. Temo que al contar que lo que nos sucedió nos quieran devolver a esa casa, o que mis recuerdos me torturen no sólo de noche, sino de día también.-
-Pobre de ti, pequeña- me abraza por los hombros- quién sabe lo que habrán pasado, y tú con la responsabilidad de tu hermanito. Entiendo tus temores, pero ya estás a salvo. Ni el doctor ni yo podemos ayudarlos bien si no nos dices. Habla, llora, desahogate, el doctor dice que es buena terapia para solucionar los problemas. Eso me ayudó mucho cuando perdí a mi mujer y a mi hija. Pero esperaremos hasta que estés lista.-
-Gracias don Lalo...- llegó Manuelito corriendo.
-Marien, el doctor quiere que nos cambiemos porque quiere llevarnos a Río Blanco, para que lo acompañemos por unos mandados.- me informó mi hermano y el alma se me congeló. Era el pueblo de donde salimos esa madrugada lluviosa...

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