Parte 4

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En la tarde del viernes, Ilse y yo estábamos sentadas en nuestra habitación. Ella leía una historieta


de Ásterix y yo una del Pato Donald. Ella estaba tranquila, pero a mí las manos me temblaban tan


fuertemente que todos los patos de la historia se movían. No hablamos. A las tres y media dijo:


-Bueno, ¡manos a la obra!


Me fui en silencio hasta el depósito y tomé la maleta de cuadritos de la repisa. Si mamá hubiera


pasado casualmente por allí, le hubiera dicho que necesitaba la maleta grande porque iba a llevar mis


cosas viejas al sótano. Gracias a Dios mamá no apareció. Estaba en su habitación resolviendo un


crucigrama.


-¿Por qué no lo piensas? -pregunté. Ilse sacudió la cabeza diciendo que no.


Entonces, como lo planeamos, saqué la caja grande con fichas de lego de debajo de la caja y la


llevé a la habitación de Tatiana y Oliver.


-Se los regalo. Ya no lo necesito -dije.
Oliver y Tatiana gritaron de emoción. Voltearon la caja y metieron las manos entre las nubes de


fichas.


Con seguridad estarían ocupados durante las siguientes dos horas.


Volví a la habitación. La maleta estaba más o menos llena de vestidos y ropa interior. Lo intenté


de nuevo:


-Oye, Ilse...


Ella me interrumpió:


-Deja de molestar y trabaja.


Saqué de la maleta el cuaderno de ejercicios de matemáticas y fui a donde mamá. Apartando el


crucigrama de su cara, dije:


-Mamá: no entiendo esto. ¡Por favor, explícame!


Mamá no quería. Dijo que Kurt era mejor para matemáticas y que esperara hasta que él llegara.


Le dije que tenía muchos deberes y que Kurt llegaría muy tarde para explicarme.


Mamá suspiró y abrió el cuaderno.


-¿De qué se trata? -preguntó.


Yo le señalé un ejercicio especialmente difícil. No difícil para mí, sino para mamá, porque mamá


no entiende absolutamente nada de conjuntos.


Le expliqué a mamá los conjuntos desde el primero hasta el último ejercicio. Mamá asentía. Luego


me explicó los conjuntos desde el primero hasta el último ejercicio y yo asentía, aunque no dijo sino


tonterías. A pesar de eso el tiempo pasaba muy lentamente.


Ilse me había pedido que entretuviera a mamá durante una hora. Sólo habían transcurrido treinta


minutos, cuando mamá dijo:


-Bueno, mi amor, ya que has entendido, déjame tranquila; quiero acabar mi crucigrama.


Puso mi cuaderno a un lado.


-¿Puedo ayudarte? -pregunté.


-No -murmuró mamá y escribió «papagayo» perpendicularmente.

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