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–¡Maestro! ¡Maestro Kenobi!– sollozó la estudiante buscando a su maestro por todas partes. Estaba sentado en uno de los patios del templo, admirando la grandeza de una fuente. Vio a su aprendiz agitada y hecha un desastre. Se tiro a sus pies, arrodillada al costado del banco. Se sintió algo reconfortada al sentir su mano sobre su hombro. Sus ojos azules la observaron con total comprensión y esperando el relato de Aheda.

–Medité maestro... y vi algo horrible. Verá tuve un hermano... o tengo, ya no lo sé. No se si lo que vi es real o no, si es una terrible alucinación mezclada con desesperada esperanza de que Rorho siga vivo.–

–¿Que fue lo que viste?–

–Al principio vi mis años en el instituto, pero en pocos segundos todo cambió precipitadamente. Tenía a mi hermano en brazos moribundo, luego apareció un Sith de barba blanca y se lo llevo. Lo mas raro fue que escuche la voz de mi hermano, pensé que ya la había olvidado.–

–¿Y que dijo él?– preguntó Obi-Wan con su mano en su barba.

–Que lo busque, que yo se donde está.– Kenobi agarró a Aheda de la mano y la sentó a su lado, no era necesario que siga tirada en el suelo de pequeñas piedras.

–Deberíamos consultarlo con el maestro Yoda. Dime, Hade, ¿Conoces al conde Dooku?–

–Sí, pero únicamente de nombre, nunca lo vi en mi vida. Es acaso él...–

–Quien se llevaba a tu hermano según lo que me dices. No debemos especular de todas formas, es curioso que no me hayas dicho que tu hermano había muerto.– menciono mas relajado Kenobi.

–La verdad, maestro, solo Yoda sabe sobre mi familia, y me gustaría que así permaneciera.– evadió el tema, desviando sus ojos hacia la fuente en vez de mirar a Obi-Wan.

–Respeto tu decisión, pero mientras menos secretos haya entre un maestro y su Padawan, menos problemas habrá.– replicó sabio. Hade subió los pies al banco, abrazándose las piernas.

–Algún día, cuando entre en confianza con los Jedi, le contaré maestro.– prometió la togruta con cierta lejanía en su voz.

–¿Puedo saber por lo menos por qué no me quieres contar sobre tu familia, mi joven Padawan?– insistió Obi-Wan con su dulce acento.

–Mi familia fue asesinada por un Jedi, por eso soy incapaz de creer en uno.– reveló la togruta, dejando al Jedi de piedra, no se lo esperaba. Ahora entendía mucha de las actitudes de su Padawan hacia los Jedi, sin embargo por mucho que simpatizara con ella, Obi-Wan se sentía herido antes sus palabras, aunque no lo admitiese.

Todos los días pasados de entrenamiento con Aheda fueron maravillosos en cierto modo, le recordaba a Satine cuando recién se conocían en sus épocas de Padawan. No obstante, eran muy diferentes; Obi-Wan fue capaz de reprimir sus sentimientos por la Duquesa de Mandalore pero Aheda era diferente de alguna forma. Era su Padawan, si, pero algo en ella la hacía inolvidable.

Podría ser su perseverancia o sus ojos que reflejaban lo destruida que estaba por dentro. Era débil y hacía despertar un sentimiento en Obi-Wan nunca antes explorado, el querer cuidar a alguien como si nada más importara en el mundo, algo prohibido para los Jedi, inevitable para Obi-Wan. En parte hablaba de lo egoísta que podría llegar a ser Kenobi. Sabía que no era el sentimiento que un padre tendría por sus hijos, era algo así como la compasión. Recordó las palabras de su ex-padawan que una vez había dicho «La compasión, que para mí es la definición de amor incondicional, es el centro en la vida de un Jedi.»

Amor incondicional, así lo había definido Anakin en su momento, en su diccionario personal la compasión era igual al amor incondicional. Afirmaba que era el centro de la vida de un Jedi y Obi-Wan no lo entendió hasta ese momento. Alrededor de él todos habían sentido este sentimiento; su Maestro Qui-Gon Jinn había perdido a quien amaba y sospechaba que Anakin tenía algo escondido por allí, no por nada habría dicho eso. Ahora que realmente lo pensaba, había veces que Anakin llegaba tarde sin ninguna excusa válida y siempre vio una simpatía especial por la senadora Amidala.

VanishedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora