Otro de los personajes con los que logré familiarizarme a lo largo del tiempo fue el repartidor de diarios. Al lado de la cerrajería vecina al edificio del Hombre, se encontraba una cafetería. Tenía una apariencia hogareña, aunque típica de la zona centro, con sus mesas pegajosas y sillas rotas. Nunca entré a ese lugar, debido a que su horario de apertura era alas 7:30 AM y yo por ese entonces ya me encontraba en camino a la escuela. Aún así, siempre estaban los días en los que el 571B me pasaba de largo, y esos días podía presenciar la apertura del establecimiento. Nunca me pareció interesante quién abría la tienda (estoy segura de que es muy buena persona), pero sí el hombre que repartía los diarios. Era un hombre de edad avanzada; siempre llegaba en su bicicleta negra, la cual apoyaba contra el vidrio de la cafetería, para luego aventurarse dentro con el periódico del día en su mano. Ninguna de estas cosas me molestaban de este hombre. Su expresión sí. Cada día llevaba plasmada en su rostro la misma expresión, una mezcla entre una sonrisa orgullosa y las cejas en alto que adoptamos cuando desafiamos a alguien. Muchas veces me encontré inexplicablemente enfurecida debido a esa expresión. No dudaba que el hombre era buena persona, por lo menos hasta donde yo sabía, pero esa maldita expresión dibujada en su rostro me enloquecía. No se si se debía a una enfermedad, y si ese es el caso, lamento mucho todo lo que acabo de decir. Siento que, si tuviese que escoger a un personaje con el cual me identificaba, sería Poe en El Corazón Delator, solo que sin la parte en la que asesina al viejo. Todo esto dicho, los días en los que "El Repartidor" no se presentaba, no podía quitarme el sentimiento deque algo faltaba.
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Paradas.
Non-FictionCada mañana era lo mismo. Siempre me dirigía hacia la misma parada de colectivo que me llevaba hasta el colegio, sin excepciones. No pasó demasiado tiempo hasta que comencé a notar ciertas peculiaridades en mi rutina.