"Cinco„

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Jeremy se sentía satisfecho tras lo que había hecho. Su eterno rival: Cupido, había sido engañado tras la apariencia de un simple hombre de negocios, y por otra parte, la chica que él ayudaba parecía estar tan desesperada que le resultó trabajo bastante fácil para conquistarla. Después de agregar el número de ella a su lista de contactos, se tumbó en el sofá con una sonrisa, tranquilo pensando que su trabajo ya estaba completado: iba a enviar a esa chica a la ruina, y Cupido nunca ascendería de nuevo a los cielos.

...

—¡Estoy tan alegre, que me está doliendo la mandíbula de tanto sonreír y no me importa! —manifestaba Alice.

Cupido le miraba seriamente saltar de un lugar a otro en su casa. Pensaba que la chica creía en los principes azules aún sin saber qué clase de color tenían.

—Yo creo que deberías tranquilzarte un poco, Alice —opinó el pelirrojo.

—¿Tranquilizarme yo? Si él tiene una de tus flechas, será que él me va a amar de verdad, así que no puedo tranquilizarme; todo lo contrario, estoy hasta arriba de alegría.

—La verdad, Alice, es que yo no hice absolutamente nada —confesó Cupido—, es todo mérito tuyo.

Tras escuchar aquello, la chica abrió sus ojos más de lo usual y corrió hasta Cupido y le agarró los hombros.

—¡Pero qué dices, Cupido! ¡Cómo! ¿Yo sola? ¿Y un hombre como ése? ¿Seguro que no estás tratando de subir mi autoestima​?

El chico salió de los agarres de la joven y le explicó con más tranquilidad que lo que él decía era cierto. Ese chico había ido hacia ella sin ninguna clase de ayuda divina.

—¡Pero cómo! —el semblante de la chica se tornó a oscuro y entristecido— ¿Quiere decir eso que él va a dejar algún día? ¡Estoy condenada a la soltería!

Cupido se acercó hasta ella. Empezaba a sentir cierta vergüenza ajena al ver a Alice haciendo gestos extraños a medida que iba articulado cada una de sus palabras. Era, pues, puro teatro, a pesar de que sentía lo que decía.

—Alice, ¿quieres dejar el drama para otro momento? O mejor, para nunca. Es cierto que yo no intervine, pero eso no quiere decir que él vaya a dejarte simplemente porque casualmente tu vida amorosa haya ido cuesta abajo y sin frenos —intentaba tranquilizar el Dios.

—¿No lo recuerdas, Cupido? ¿No me dijiste una vez que cuando tus planes se hayan hecho ascendería de nuevo a los cielos? Aún sigues aquí después de que he conseguido pareja por mi propia cuenta. ¿Qué quiere decir eso?

Cupido empezó a pensar y descubrió que Alice tenía razón. Había  recordado el pacto tras la promesa, y no entendía cómo es que aún seguía en la Tierra. Aquél hombre llamado Jeremy le daba mala espina, tal vez fuera por eso que su trabajo en la Tierra no hubiese acabado. Pero claro, no podía simplemente creer en todo lo que su sexto sentido le decía. Entonces, llegó a una conclusión más realista:

—Es verdad que conseguiste hablar con ese hombre, pero eso no quiere decir que ambos estéis enamorados o siquiera que ambos sintáis lo mismo. ¡Me hiciste el lío, Alice! Tal vez ese chico solo quiera entablar una simple amistad contigo y nada más, pero tú lo has llevado al extremo, como siempre —expresó el chico de cabellos rojizos.

Alice sintió que sus mejillas cobraban color tras escuchar aquella verdad, y se sintió estúpida al pensar que un hombre como ese pudiera, si quiera, haber sentido el mínimo sentimiento de atracción hacia una chiquilla de diecinueve años.
Caminó hasta el sofá como si fuese un alma en pena y encendió la televisión, pareciendo ser aquella la mayor desgracia de su vida.
Cupido, echo una furia, caminó hasta ella y le arrebató el mando teledirigido de sus manos.

—¿Por qué actúas de esa forma? ¿Quiere eso acaso significar que tus restantes días de vida serán de soltería sólo porque hiciste amistad con un hombre? ¡Tienes diecinueve años, por el amor de...! Tienes el ánimo de una señora de ochenta años.

—¡Déjame! ¡Deja que me muera rodeada entre gatos, leones o elefantes! ¡Lo que sea! ¡Trabajaré en el zoo, acompañada de animales, o en el cuchitril bar de la esquina, que es lo mismo! —se lamentaba, volviendo al melodramatismo.

—Sólo te diré dos cosas, Alice: o te comportas como el ser humano que eres, o dejaré de ayudarte y me encargaré de otra persona que tenga el deseo de ser amada por alguien a quien merece en lugar de alguien por quien se encapricha —Jactó el ángel.

La chica quería reprocharle aquella idea, pero no tenía nada que decir en su contra. Incluso ella sabía que estaba sobreactuando demasiado, pero su personalidad era tal que incluso era capaz de padecer de taquicardia por una simplicidad cualquiera.

En contra de su voluntad, accedió a comportarse de un modo más humano y menos infantil. A fin de cuentas, él le estaba ayudando.

—Mira que no considerar mis penas... Eres malvado, Cupido —volvió a quejarse la joven.

—Típico de ti, llamar malvado a un ángel y creer que un hombre se enamora de ti por pedir tu número —le devolvió éste la puya.

Ella iba a defenderse, pero el sonido del móvil notificando un nuevo mensaje la detuvo. Cuando fue a mirar, no se llevó menor sorpresa. El chico de la cafetería, Jeremy, le había invitado a cenar en su casa esta noche o cuando a ella le viniera bien. Le contó felizmente a Cupido el contenido del mensaje y, al ver que este no se alegraba tanto como ella, empezó a preguntarle.

—¿Qué ocurre, Cupido? ¿Acaso estás triste al ver que al final tenía razón? —canturreó la joven, con una sonrisa inborrable en su rostro.

—Estoy triste por ti al seguir creyendo que tienes una oportunidad con ese hombre. No sé qué querrá él de ti, pero yo sigo en la Tierra y se siente como si aún mi misión no se hubiese terminado —repuso.

Una arruga se mostró entre ceja y ceja de la chica. Era cierto, pensaba ella, que Cupido aún seguía ahí. Por otra parte, quién invitaría a un casi desconocido a cenar a su casa tan repentinamente sin tener que deber algo acambio como, por ejemplo, su cuerpo.

—Niégale la quedada, dile que no deseas tener un encuentro como ese. Más bien, pide quedar con él en alguna cafetería o heladería; a ver si quiere estar realmente contigo porque le agradas y nada más —propuso Cupido.

Ella miró la pantalla de su teléfono, meditando en si debería decir algo como eso o no. Aunque tener relaciones sexuales con alguien tan apuesto como él no le incomodaba, tampoco quería parecer la típica niña que creía que podía dejarse engañar por una bonita cena y una buena noche de sexo.
Finalmente, accedió al plan de Cupido. Tan sólo esperaba recibir la respuesta.

The RED Cupid - Red AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora