La mañana del primero de enero de 2043 me levanté sin mi esposo a mi lado y lo sentí en la cocina de la parte superior del portaaviones. No fui de inmediato con él porque algo en el hangar de carga inferior estaba haciendo ruidos extraños y tenía que bajar a arreglarlo.
Cuando bajé vi que estaban saliendo chispazos desde la izquierda de la bahía. Pensé que era un cable extraño por la forma de las chispas pero no eran doradas o azuladas así que no podía serlo. Me acerqué más y vi que lo qué sacaba chispazos era una máquina extraña, no muy grande y con agujeros encima de ella para poner las manos y con botones al lado de estos cuyos rótulos ya no se podían leer bien. Era vieja y tenía ese aspecto geométrico y tecno que caracterizaba a la segunda década del milenio pero la pintura negra de plomo que una vez la había recubierto ahora estaba pelada y la hacía ver como si tuviera muchos años ahí, sólo deteriorándose. Lanzó otra ronda de chispas y utilicé la telequinesia que mi muy ventajoso matrimonio me había dado para alejar los aparatos que la rodeaban. Intenté dar otro paso más adelante y la siguiente ronda de cortos chispazos no vino: la suplantó una de ondas de tentáculos de energía incolora que se arqueaban desde encima de la máquina hasta el piso y se movían sobre él, como si tantearan buscando algo a ciegas.
Salté de el susto y les tomó un segundo registrar las descargas cromáticas (son como las descargas eléctricas pero solo los seres mágicos o sobrenaturales las tienen) que mi presencia creaba sólo para, un segundo después, concentrarse en atraparme y halarme hacia ella misma.
Me preparé para el golpe contra la máquina pero en vez de eso fui arrastrada a los que me pareció era el infierno: entre las sombras borrosas que pasaban frente a mi vislumbraba un fondo totalmente negro y el pánico me tomó haciéndome volver por un segundo a mi niñez de fobia a la oscuridad solo para que un segundo después mi curiosidad reinara la situación.
Luego vi dientes, mandíbulas, piezas de algún aparato eléctrico y hojas que volaban persiguiendo a sus pesados libros, todo pasaba a mí alrededor en un borrón y me di cuenta de que sí podía verlo, entonces había luz: salía de un agujero en la base de la burbuja con bordes demasiado definidos para ser naturales. Lo que pasaba era creado a partir de mano humana.
Ese agujero era el centro gravitatorio que me movía a mí y a las cosas que vislumbraba y me gruñían en los oídos; extrañamente no me golpeaban al pasarme tan cerca, ni los podía tocar yo a pesar de extender mis brazos para intentar arreguindarme a algo en medio del torbellino. O quizás no estaban tan cerca y era solo el efecto que creaba la rapidez.
De pronto el agujero se detuvo demasiado rápido para mi cabeza y solo tuve tiempo para aguantar la bilis que se me subía por la garganta cuando fui halada hacia fuera del hoyo con brusquedad para caer de espaldas en el piso del mismo galpón de carga. Sentí gente a mí alrededor y escuché sus armas. No sabía cómo había gente ahí si en el portaaviones solo habíamos dos personas y la otra estaba haciéndome el desayuno en el piso de arriba. Me senté y abrí los ojos cuando se me alivió el mareo, preguntándome por qué nadie se había acercado a ayudarme siendo quién soy. Me volteé y vi que las armas estaban apuntadas hacía mí. Recuerdo pensar que las armas las debían haber tomado del mismo trastero que la máquina por que se veían igual de viejas.
Lo siguiente que noté fue que ahí estaba mi papá pero no era mí papá porque el hombre que estaba parado en el centro del círculo que me rodeaba tenía una pequeña barba alrededor de sus labios y mí papá se afeita el vello facial desde hace años (porque lo envejece) y el hombre frente a mi usaba parche (como si en Asgard nunca lo hubieran curado).
Lo cierto es cuando Nick Fury me gritó preguntándome quién era y qué era lo que estaba haciendo en su nave me puse tan nerviosa al no saber qué estaba pasando que solo dije:
ESTÁS LEYENDO
Vidas Desorganizadas
Science FictionLeia Fury pasa el año nuevo con su esposo a cargo de la maquinaría que su padre le dejó a cargo. Una máquina del tiempo averiada la lleva hasta el mismo día en el que fue creada. Al probar quién es a sus padres, la siguiente piedra...