Capítulo 2

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– Antes de preguntarte quién eres, ¿qué nos asegura que dirás la verdad? – dijo después de pensarlo un rato

– En verdad no sé como hacer eso. Puede ser que, si escuchas mi historia, – remarqué las pausas con mi mano en un gesto de énfasis pero más que todo era de maña. – no necesites que te dé pruebas porque vas a verlas tu misma.

Tomé un pan glaseado que esperaba estuviera bueno. No lo estaba, estaba insípido, como su mirada.

Si, era una idea osada que simplemente me creyera pero no se me ocurría nada que pudiera ayudarnos sin empeorar las cosas.

– ¿No hay nada de beber? – le pregunté cautelosa.

Ahora no escondía los ojos entrecerrados y suspicaces. No supe nunca qué estaba pensando en ese momento, ni qué la hizo pararse e irse de la celda con la excusa de que me traería agua, pero creo que le parecía mal educado que llegara de esa forma, espantándolos a todos, y de paso pretendiera arrasar con el pantry.

Me acuerdo que sentí un pánico porque quizás no me creerían nada e intentarían encerrarme. Sabía que si averiguaban sobre mi magia y sobre mi traje los volverían en armas.

Me acordé de 2001: Odisea Espacial y de cómo los humanos se volvieron violentos porque el Monolito les mostró como serlo, pero siempre pensé que si les hubiera mostrado otra cosa, todo habría sido diferente; si les mostraba mi traje como un adorno y no como una fuente de sustento y defensa perpetua, quizás no habrían problemas.

Pero esta era la era del pánico y la paranoia. El mundo estaba en una supuesta paz esperando por el próximo gran desastre que les diera el peligro y la emoción que necesitaban. Mi magia extraterrestre en un cuerpo humano que usaba un traje inteligente a todas horas podía ser lo que necesitaba algún gobierno para terminar de lanzar un ataque de dominio total del mundo o algún no-sé-qué.

En esos pocos minutos que se fue mi mamá de la celda me creé toda una historia apocalíptica sobre como mi traje destruía el mundo y sobre como me obligaban a hacerme una arma para empeorarlo todo.

Luego quién entró fue mi padre. Llevaba una camisa vinotinto y pantalones de vestir negros; en su mano tenía dos vasos de metal. Se veía tan joven.

Se sentó frente a mí, puso los vasos en la mesa e intenté calmarme para que no sospechara de nada malo, pues mi estomago temblaba un poco como todas las veces que me sentaba con él a hablar algo importante.

– Vamos a hacer algo. – dijo con la espalda pegada al espaldar de la silla y una de sus manos tocando la mesa. – Yo te pregunto, tu respondes y viceversa. Solo porque no estas armada y porque tengo el espíritu del año nuevo; sé consciente de que estás en una celda desechable y no dudaremos en lanzarte al océano si nos place. – dijo tranquilo pero con intención de intimidarme.

Me entraba la risa suelta en ese momento y tomé el vaso y bebí para disimular.

Cree que estoy indefensa.

Lo siguiente recuerdo que pasó como un interrogatorio; fue serio e intenso pero tolerable. Lamento no poder documentar toda la conversación pero deben entender que esto pasó hace más de 20 años así que intentaré elaborar las preguntas, respuestas y reacciones lo mejor que pueda.

– Bueno, hagamos eso. – respondí bastante alegre, mordí otro de los pancitos dulces.

– ¿Cómo te llamas?

– Leia. – no dije mi apellido porque quería ganarme su confianza antes de lanzarle esa bomba. – ¿Y usted? – pregunté inocentemente, aunque su nombre fue una de mis primeras palabras.

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