26. Regreso a casa

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Be Somebody - Thousand Foot Krutch

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Be Somebody - Thousand Foot Krutch

No podía creer que después de casi un mes al fin habíamos llegado a Francia

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No podía creer que después de casi un mes al fin habíamos llegado a Francia. Mi cuerpo ya acostumbrado al aislamiento y al movimiento de la nave aún no lo creía. Y es que en serio era maravilloso dejar atrás el yate de la mala suerte. No más océano, no más espacio limitado, pero lo más importante: no más el cuarto de los chicos.

Después de la noche de reencuentro las cosas habían estado calmadas, normales, hasta diría que divertidas. Entrenamos y pasábamos el tiempo juntos en actividades más tranquilas; poco se tocó el tema de la desaparición de los chicos, cosa que agradecía. Aquello era un tema estancado por la falta de información. Doce días pasaron desde que encontramos a Sara y Daymon, la mitad del viaje, por lo que nos tomó una semana de más llegar a Francia.

Además, en mi tiempo libre me dediqué a leer los libros sobre Atenea en busca de algo que me conectara a ella. Si aceptarla me daba el poder para proteger a mis amigos, no tenía más opción que conectar con sus deseos. Completar mi Arma Divina era de los primeros pasos para llegar a ser tan fuerte como ella.

Y eso me hizo entenderla un poco mejor. La fuera de Atenea, a pesar de todas las cosas que hizo y todas las deidades a las que lastimó, de las guerras y los desastres, le permitía proteger a los demás. A sus amigos y a los humanos. El poder que ahora poseía de ella era la llave que necesitaba.

La tarde era hermosa, ya que además del olor a diferentes perfumes que inundaba el aire, el cielo se veía teñido de una mezcla entre amarillo y azul. El ruido de la ciudad se alcanzaba a escuchar hasta el puerto, invitándome a adentrarme en ella, junto con la curiosidad por ver cómo era dicho país.

—No te quedes embobada mirando quién sabe qué —regañó Andrew, pasando por mi lado—, ayuda a bajar las cosas, ya no estás enferma, así que no tienes excusas. Ponte a hacer algo productivo.

Puse los ojos en blanco y entré al recibidor dejando a Andrew parado en la cubierta con expresión molesta. No pensaba quedarme mirando el muelle de la ciudad de Nantes toda la vida, ni escuchando con intriga a la gente hablar francés, solo quería tomar aire fresco y de paso, pues, conocer un poco el ambiente europeo que solo había visto en películas y despertaba en mí tanto interés.

Kamika: Dioses GuardianesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora