Capítulo 4

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Capítulo 4

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Poco imaginaba yo que ya vivías en mi piel,

que me habías calado hondo y que no pensabas en irte pronto.

Poco imaginaba yo cuán frecuente visitaba tus sueños;

y que esa sensación de vértigo que me proferías al tenerte cerca, era producto de esa naciente fuerza gravitatoria que siempre me empujaría hacia ti.

Poco imaginaba yo...

* * *


Eran los primeros días de otoño, y por la mierda que hacía frío.

Las ventiscas que surcaban las callejuelas regaban las hojas caídas por doquier, pintando la sobriedad desabrida de la ciudad con tonalidades en degradé del cobrizo al café, naranja, rojo o amarillo, y acallando a su vez el bullicio rutinario con la risa de los niños que eufóricos corrían tras ellas.

Yo, por mi parte, pertenecía a ese diminuto porcentaje de la población que no disfrutaba del todo los efectos de aquella estación. Me fastidiaba hallarme envuelto en una lucha constante contra el deshoje de los árboles y la humedad de mi ropa; los aguaceros que azotaban sin piedad, y los deprimentes días grises de nubarrones espesos causantes de ríos de niebla que sumergían a la ciudad y que no se dispersaban fácilmente. Realizar los recorridos y guardias o estar al aire libre en dichas condiciones distaba por mucho de ser agradable.

Reflexionaba al respecto al aminorar la marcha bajo el mortecino halo ocre proveniente de las farolas, justo frente a los escalones empedrados que ascendían a la antigua catedral situada en la plaza central y sentir en mi rostro acalorado la gélida humedad causada por la abundante neblina. Con un efímero vistazo al reloj inteligente en mi muñeca comprobé que mis pulsaciones se estabilizaban de a poco tras haber estado trotando durante hora y media, aproximadamente. Llevé una mano a mi frente para quitar el cabello que se adhería a mi piel por el sudor y oteé entonces a mi alrededor, topándome con una soledad absoluta que desaparecería apenas los primeros rayos del alba anunciasen su llegada.

Erwin no pasaría por mí esa mañana por tener otros asuntos que atender y yo decidí iniciar la jornada más temprano de lo usual y de forma distinta, saliendo a ejercitarme habiendo sobrevivido a mi segunda noche en vela con una reserva de energías más o menos decente. Pensar demasiado, aunque agote, espanta el sueño sin consideraciones.

Retomé mi andar sin prisa, esta vez dirigiéndome a casa, calculando que contaba con un par de horas más antes de mi expedición diaria. Tratando de sortear los pequeños charcos de agua y hojas acumuladas cortesía de la llovizna que esa madrugada abatió sin ganas, me adentré nuevamente en las entrañas de Shingashina; ciudad antigua y caprichosa, con memoria y alma propia.

Los clásicos paseos a caballo que se realizaban por esas calles, las festividades, la gastronomía, los adoquines gastados de los callejones y las piedras viejas de los edificios nunca remodelados eran la prueba de que el tiempo detuvo su curso para siempre en ella y en las vidas de muchos de sus habitantes.

En el corazón del comercio y la economía, no obstante, el sistema funcionaba de manera diferente. Allí, en la zona central, muy por contrario de las aledañas, lo antiguo convivía en armonía con los toques modernistas que de a poco se adueñaron de las edificaciones y acoplaron al estilo de vida de los citadinos. Era bastante curioso cómo, gracias a estos matices que divergían y a su vez calzaban tan bien, la ciudad poseía un encanto único que cautivaba por la peculiar belleza de esos aires que en su mayoría quedaron congelados en antaño.

Cásate conmigo, Mikasa (RivaMika Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora