Intuición

1.2K 359 109
                                    


Capítulo extra

.

.

.

—¿Segura de que no estás ocupada? Puedo regresar mañana.

Hange despegó la vista de los papeles esparcidos en su escritorio para mirar a su amigo por primera vez desde que llegó –hacía unos cinco minutos ya– y ofrecerle una cándida sonrisa a modo de disculpa.

—Para ti siempre tengo tiempo, Erwin. Siéntate, siéntate —instó, señalándole enérgicamente el sillón tras él—. No tienes prisa, ¿cierto? Porque me demoraré otros cinco minutos más antes de que podamos hablar...

Erwin le obedeció, sonriendo y negando para sí. La verdad era que sí tenía algo de prisa por algunos pendientes que debía concretar, pero al fin y al cabo estos podían esperar. Para suerte de sus amigos, él era paciente y lo suficientemente ordenado como para reorganizarse sin inconvenientes mayores cuando le retenían de imprevisto o requerían su presencia de forma improvisada.

Desde su posición no alcanzaba a verle, pues se hallaba recluida tras montones de papel que en su perspectiva o la de una hormiga habrían de asemejarse a edificios ascendientes al infinito.

—¿Trabajo atrasado? —inquirió con repentina y genuina curiosidad.

—Ni eso —la escuchó reírse por lo bajo. Ella gozaba de un sentido del humor tan vasto y práctico que le permitía mofarse de sus propias desgracias—. Esto llegó anoche a última hora, después de la guardia nocturna, mientras yo estaba en casa plácidamente viendo películas y comiendo palomitas con Hans y Moblit...

—Lamentable —Hange suspiró dramáticamente—. ¿Cómo está tu hijo? —y Erwin todos los días le hacía la misma pregunta.

—¡Bien! Hans está creciendo rápido y fuerte. Ayer quería saber cuándo le llevarías a pasear.

—El sábado, tal vez...

Se generó un silencio ameno y él aprovechó de fijarse y distraerse con el entorno, no sorprendiéndose con el desbarajuste general de la estancia. Algunas otras torres de carpetas se apilaban a un costado, junto a los archivadores donde Zoe almacenaba los expedientes de los casos abiertos, sin resolver, y toda información relacionados a estos. A su juicio, eso sí que tenía toda la pinta de ser trabajo atrasado.

—Oh, Erwin, hola —le saludó Moblit Berner con buen ánimo, esposo y colega de Hange, agravando un poco más el panorama al ingresar a la oficina acarreando más documentos que agregó a los que reposaban próximos al archivo—. ¿Gustas de un café?

—No, hoy no. Gracias.

—Entonces, cejotas... —el aludido retornó su mirada a la mujer, que seguía oculta a las sombras de sus recién bautizados edificios infinitos—. ¿Qué te trae por acá, si no has venido a asaltar mis reservas de cafeína? ¿Y por qué no has venido con Levi? ¿Ha ocurrido algo?

Lo sopesó una última vez antes de decidir hacerle llegar el sobre que guardaba con cuidado en el interior de su chaqueta. Hange lo recibió con un deje de extrañeza y, luego de sacar la carta y acomodarla arriba del informe que estudiaba, se aventuró a explorar las parcas líneas que la conformaban.

Erwin no se escandalizó por el desastre que esta ocasionó cuando se levantó bruscamente, convirtiendo a las pilas de papel de su escritorio en un revoltijo que volaba y aterrizaba en el piso y haciendo derramar sobre las demás hojas sobrevivientes el té que apenas comenzaba a degustar. Moblit con desespero intentó salvarles a estas últimas, pero fue en vano: la carta que acababa de entregarle y los informes en los que ella trabajaba sufrieron daño irreparable. Eran pérdida total.

—Tú... tú no me estás haciendo una broma, ¿cierto, Erwin?

Estaba atónita y le miraba con la desconfianza palpable en su aura.

—Soy inocente —declaró él, alzando ambas manos en su defensa, convenciéndola y motivándola a desencajar su mandíbula de la impresión—. Además, sería un delito falsificar la firma y el sello del General Dot Pixis al final del texto...

—Por Dios...

Moblit, quien no comprendía lo que sucedía ni qué le había alterado tanto, contempló con preocupación cómo su esposa se mantuvo ahí, congelada en su lugar, incapaz de reaccionar ni razonar con claridad. ¡Ella no sabía ni qué pensar! Se suponía que esas tradiciones absurdas y obsoletas que se hacían en nombre de clanes y estirpes habían dejado de practicarse hacía siglos atrás... ¿o no?

—¿Y Levi? ¿Has conversado con él? ¿Qué hizo al respecto? ¡Le apostaría todo al hecho de que ha perdido la cabeza! —lanzó en retahíla, sobrecogida, batallando contra su estupor—. Debe de estar tan afectado...

—Sí, hablamos hoy a primera hora. Él aún ni lo asimila.

—¡Pero claro que no! Es tan obtuso y orgulloso ese enano del demonio...

Hange se apresuró en maquinar posibilidades y recrear escenarios en su urgencia de hallarle lógica a todo aquello. Sin embargo, se rindió en breve y se dejó llevar por el segundo impulso que tuvo –porque el primero fue arruinar y desordenar sus valiosos documentos–: correr y encontrar a los Ackerman para brindarles su apoyo aunque no contase ni con una mísera idea de cómo conseguirlo.

—¿A-a dónde vas? —la interceptó Moblit, titubeante, mientras ella avanzaba con amplias zancadas en dirección a la puerta.

—¡A buscar a ese par!

—Levi ya se ha ido —fue la voz serena de Erwin lo que la detuvo de golpe.

—Entonces, buscaré a Mikasa —concluyó briosa—. Tendremos, ya sabes, una charla de chicas.

—¿Lo estimas conveniente? —Smith continuaba reteniéndola con sutileza—, considerando que no son siquiera cercanas.

—Podríamos serlo.

—Nadie lo niega. El asunto es que, en este preciso momento, no lo son.

Hange se percató, de pronto, de que a Moblit la confusión le sobrepasaba, dejándole mudo y turbado y sin la intención de inmiscuirse para enterarse qué estaba pasando, pero Erwin... Bueno, Erwin siempre, siempre, era distinto al resto.

—¿Cómo es que estás tan tranquilo, cejotas? —inquirió entrecerrando los párpados acusadoramente. Le frustraba que se mostrase tan relajado ante lo que ella consideraba una verdadera tragedia griega—. ¿Acaso te reservas algún detalle relevante que no me has compartido todavía?

Él se encogió de hombros, poniéndose aún más cómodo en el asiento.

—Me baso en la intuición.

Y Hange Zoe regresó lentamente sobre sus pasos y se dejó caer en su silla de nuevo, derrotada, esforzándose por enfriar su mente para recobrar así su completa cordura. Se había sobresaltado, había entrado en pánico y, por ende, había sido incapaz de dilucidar el trasfondo de la situación. Algo ahí se le escapaba; algo que, probablemente, solo la perspicacia de Erwin captó desde el primer instante.

—A ver, explícame...

Le sonrió sin lograr contagiarla de su insólito sosiego.

—Es simple: van a casarse.

—¡Eso ya lo sé! ¿Que no es ese el problema? —volvió a exaltarse, botando lo poco que quedaba intacto sobre su escritorio. Esa vez Moblit no se movió, pues ya no había nada que salvar—. ¡Van a odiarse, porque ese enano es insufrible y orgulloso y todo un patán si se lo propone! Ay, Mikasa, pobrecilla...

Entonces, fue el turno de Erwin de suspirar.

Esperó pacientemente a que la histeria de su amiga disminuyese y, luego de darle todo el tiempo del mundo para recuperarse de su exabrupto, se animó a intervenir.

—No te creía una mujer de tan poca fe.

—Pero...

—Solo seamos los de siempre, y afirmémosles cuando sea estrictamente necesario.

—Erwin...

—Todo estará bien, Hange —insistió con su perpetua amabilidad, calmando sus nervios al fin—. Esos dos estarán mejor de lo que cualquiera pensaría jamás.

Cásate conmigo, Mikasa (RivaMika Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora