Lian abrió los ojos de golpe. Su respiración agitada y sus ojillos nerviosos, que no paraban de mirar en todas direcciones, solo podían ser resultado de una cosa: pesadillas. La cachorra había estado sufriendo de insomnio a causa de estas durante varias semanas, y parecía que iba a continuar así durante un tiempo.
Era siempre el mismo acontecimiento el que la hacía saltar de su lecho: su memoria, impresionada y asustada, revivía los últimos recuerdos que tenía de su padre. A una edad tan corta, cualquier cachorro tendría pesadillas sobre el Zimwi o monstruos similares que acechan en la oscuridad. Pero los acontecimientos traumáticos que había vivido, y la tierna ignorancia de una niña que no termina de entender el por qué de las cosas, habían ocasionado que las pesadillas de Lian fueran mucho peor que cualquier monstruo que su joven mente pudiese inventar: su subconsciente parecía haber creado un círculo vicioso donde revivía una y otra vez las escenas en busca de respuestas, con una calidad tan exacta, que la leona sentía que estaba ocurriendo todo otra vez.
Lo terrible de esas pesadillas no radicaba en la vivacidad de sus sueños, que era mucha. Lo que los hacía especiales, y diferentes del resto, es que aquellas imágenes no eran producto de la imaginación descarrilada de una cría: pertenecían al mundo real. Y la realidad es mucho peor que cualquier pesadilla.
La cachorra escrutó nerviosamente los alrededores de la selva, observando cada pequeño rincón entre las hojas y cada rama de los árboles. Pero su miedo no disminuyó. Aterrada corrió a buscar a aquel único ser en quien sabía que podía confiar: su hermano mayor. Simba dormía a solo unos metros de distancia, en un nicho formado por las raíces de un árbol que Timón y Pumba había arreglado disfrazándolo como una cama de hojas. Lian tenía la propia, y era bastante cómoda. Solo encontraba un defecto con ella: era demasiado pequeña para que alguien pudiese acompañarla a dormir.
Esa era la parte más difícil de afrontar para ella: dormir sola. A diferencia de otras épocas, ni su madre ni su padre estaban cerca ahora para consolarla y ayudarla a volver al sueño cada vez que una pesadilla la aquejaba. No había nadie que la cargara en brazos para hacerla sentir protegida. O que le depositara besos en la frente mientras le prometía que todo iba a estar bien. O que le cantara una nana y la arrullara hasta que se quedara dormida.
La leona se acercó a su hermano, quien se había quedado dormido dándole la espalda. Ella intentó asomarse por encima de su hombro para ver el rostro del niño, pero la cama de Simba era tan alta que sus pequeñas piernas no alcanzaban a llevarla tan lejos.
— ¿Simba? — lo llamó, tocando su hombro con suavidad. — Simba, ¿estás despierto?
El aludido gruñó en respuesta. Pero su hermana insistió, sacudiendo su brazo.
— Simba...
— ¿Qué quieres, Lian? Ya puedes ir sin compañía.
— No es eso — retrajo las orejas, como si le diera vergüenza admitirlo. — Tuve una pesadilla.
— ¿Otra vez? — refunfuñó su hermano. — Solo vuelve a dormir y deja de molestarme.
— Pero no me gusta dormir ahí — se quejó.
No hubo respuesta. Lian suspiró. Se sentó tristemente al lado de la cama del león, rodeándose a si misma con su cola, y clavó la mirada sobre sus patas.
— ¿Por qué tuvimos que irnos de casa, Simba?
— Ya te lo he dicho. Vete a dormir.
— Pero no quiero — la pequeña ignoró el comentario de su hermano. — Me gustan Timón y Pumba, pero extraño mucho a mamá. Y a Nala. También a Zazú y a Rafiki. Ya no quiero estar aquí. Quiero ir a casa, quiero ir ahora...
— ¿¡Y crees que yo no!? — Simba se dio vuelta y se levantó de su lecho para enfrentar a la cría quejumbrosa. Ella tenía los ojos redondos de asombro ante la reacción del niño. — ¿Crees que yo no quiero ver a mamá y a Nala? ¡También pienso en ese día! No eres la única que quiere regresar, ni la única que tiene pesadillas — Simba volvió a acomodarse entre las hojas, de espaldas a su hermana. — Ahora vuelve a dormir.
Lian se quedó observando la espalda de su hermano. Él era lo único que le quedaba de su hogar, aquel en quien más confiaba ahora. Y le daba la espalda. Se sintió aún más sola de lo que creía estar antes de despertarlo. Sintió un suave cosquilleo en los ojos, y sus ojos se llenaron de lágrimas que a gran velocidad empezaron a bajar por sus mejillas.
Cerró los ojos con fuerza, buscando consuelo en sus recuerdos. Tenía muy presente el rostro de su padre y el aroma de su madre; recordaba la calidez de su cueva y el sonido de la lluvia al caer en las praderas por la noche. Pero aquello, lejos de confortarla, le provocó un profundo sentimiento de añoranza que solo la hizo llorar con mayor intensidad.
Simba escuchó sus sollozos y algo dentro de él lo hizo sentirse culpable. Ella era su hermana, y estaba tan asustada como él. Tal vez incluso más. Era tan pequeña que no entendía muchas de las cosas que habían vivido. ¡Qué mal la había tratado!
Se asomó por encima de su hombro. Los brillantes jades que Lian tenía por ojos estaban acuosos, y su rostro cubierto de lágrimas. La cachorra mantenía la cabeza baja, observando la tierra entre sus dedos. El pequeño solo se sintió peor al verla así.
— Oye... lo siento — dijo, capturando la atención de su hermana. Se sintió incapaz de mantenerle la mirada, y retrajo las orejas con pesar. Dejó escapar una bocanada de aire entre sus labios. — ¿Sabes? A veces olvido que eres más pequeña y que no entiendes muchas cosas, pero yo también soy solo un cachorro.
La menor se limpió las lágrimas de los ojos para ver a su hermano con claridad. Este posó su mirada lentamente sobre ella. Aún tenía ese gracioso aspecto de cachorra descuidad con el que había nacido. Las semanas vividas lejos de casa, y es rigurosa dieta a base de insectos, la habían hecho bajar de peso. Y eso, a ojos de Simba, solo le confería un aire más desaliñado. Y ahora que estaba llorando...
— Te ves horrible — sonrió, intentando animarla. — De verdad necesitas dormir. Ven aquí — la invitó, abriéndole un espacio su hermana.
Lian se enjugó las lágrimas y trepó las raíces sin dudarlo.
Se acurrucó sobre las hojas, a un lado de su hermano. Él era bastante más grande que ella, pero había espacio suficiente para ambos. La sensación de calor y cercanía de otro cuerpo, que no había sentido en mucho tiempo, le pareció a la pequeña algo increíble.
El cachorro se acercó a su hermana, y tarareó la nana que su madre solía cantarles a ambos para dormir. Se sabía la letra de memoria: cada noche sin falta, Sarabi la entonaba para ellos hasta que caían dormidos. Pero prefería ahorrarse las palabras, con la melodía le bastaba a ambos. La entonó hasta que empezó a sentir el peso del sueño sobre su cuerpo. Entonces, poco antes de quedarse dormido, escuchó una vocecita familiar llamándolo.
— ¿Simba?
— ¿Hmmm?
Sintió los brazos de su hermana aferrarse a él con fuerza.
— Te quiero.
ESTÁS LEYENDO
Lian's Story: One-Shots (Vol. 1)
Fanfiction(Basada en la película de Disney, The Lion King) ¿Cómo fue la infancia de Simba y Lian en la jungla con Timón y Pumba? ¿Cómo se conocieron Lian y Mheetu? ¿Qué fue de la madre de Zuna? ¿Y qué pasó con el padre de Tiifu? La respuesta a estas incógnita...