0 0 2. Bunny

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Walla Walla, Washington. Población: 5,000 personas. Un pequeño lugar, aislado de toda civilización moderna... al menos así me gustaba describirlo. Las personas eran lo más interesante de ese aburrido rincón del mundo. No había centros de entretenimiento ni grandes distracciones, solo campo abierto y el clásico mercado local. Si alguien me preguntara, diría que jamás había visto a una persona rica en la ciudad, como en esas novelas turcas que me gustaba ver por las noches. Pero tampoco éramos pobres, al menos no como en las noticias. Teníamos lo necesario y, a mi parecer, eso estaba muy bien. Gente sencilla y conforme, pero aparentemente feliz.

A solo diez minutos del "centro" estaba nuestro hospital, el pequeño pero muy necesario Medical Cubic. A los 20 años, mi única meta en la vida era casarme con Demian y vivir en ese pueblo hasta que ambos fuéramos viejitos y él se hartara de mí. Lo bueno era que Demian compartía esa idea... excepto por la parte de hartarse. A menudo bromeábamos sobre nuestra vida una vez casados. Aunque no teníamos una fecha exacta para la boda, llevaba un año con el anillo de promesa que me habia dado en nuestro tercer aniversario.

Demian y yo solíamos ir en bicicleta hasta el hospital todos los días. A ninguno de los dos nos encantaba la idea: él odiaba el sol y yo, hacer ejercicio. Sin embargo, debido al peso que tenía y a lo difícil que se me hacía bajarlo, el médico me recomendaba caminar o usar la bicicleta por al menos dos horas al día. Al principio, me sentía triste por no acompañar a Demian en el autobús, pero un día, inesperadamente, apareció en la puerta de mi casa con una bicicleta nueva. Desde entonces, hacía medio trayecto para recogerme, y juntos íbamos al trabajo.

El grandioso trabajo que había conseguido después de varios rechazos en otros hospitales, y gracias a mis calificaciones... bueno, digamos que no eran las mejores del curso.

—Bunny, ¿tienes todo listo? —dijo Demian mientras revisaba la hora por décima vez.

Con mi torpeza legendaria, esa era su frase de cada mañana.

—Por supuesto... ¡oh, maldita sea! —Golpeé la bicicleta con frustración.

—Eso te pasa por no prestar atención. ¿Qué harías sin mí?

—¿Qué quieres decir?

Demian, entre risas, me lanzó mi bata, que cayó en la canasta de la bicicleta.

—Te informo que la olvidaste en tu consultorio ayer.

—Querrás decir, "en el consultorio en el que soy asistente" —suspiré—. Me muero de ganas de tener uno propio, pero el maldito director no cree que sea lo suficientemente responsable.

—No lo culpo. Si no te amara tanto, pensaría lo mismo... o, al menos, que eres única en tu especie.

Mi especie: Estupidez.

"Bunny" no era el nombre que me dieron mis padres, por supuesto. Ese apodo vino de Demian después de que escuchara que en la facultad todos me llamaban "Conejo Song". A mis veinticuatro años, mi figura había sido clasificada como "media" por los estándares de moda, lo cual era... extraño. Cada mañana me miraba en el espejo y veía a la siguiente America's Next Top Model. Pero si me giraba de lado me transformaba en una paciente de Kilos Mortales.

Mi autoestima era proporcional a mis calificaciones: bajísima. Aun así, con mis mejillas de hámster y todo, Demian me había encontrado adorable. Cuando me recogió mis libros en la universidad, me llamó Bunny, y aunque intentó disculparse diciendo que no lo decía en mala forma, le parecí tan tierna que cayó rendido ante mí. O al menos, eso decia él.

Habíamos llegado al hospital a las 7:30, justo cuando nuestro jefe estacionaba su auto. Para evitar un reporte por llegar tarde, decidimos rodear el edificio y subir por las escaleras de servicio hasta el segundo piso, donde estaba el centro de cardiología. Demian me tomó de la mano, y como era su costumbre, miró alrededor antes de darme un rápido beso.

—Suerte, Bunny. —Se colocó su bata y me ayudó con la mía.

—Igualmente, doctor Park —le respondí, inclinándome en una exagerada reverencia, lo que lo hizo estallar en una risa tierna.

Apenas nos separamos, el doctor Collins, mi superior, me vio y no perdió tiempo en gritar:

—¡¿Por qué llegas tarde otra vez?! ¡¿Acaso no sabes que esto es un empleo real?!

—Lo lamento, mi almohada se pegó a mi cara —contesté, poniendo mi mejor cara de inocencia.

—Ve por un reporte de llegada tarde. Y no creas que te salvarás —gruñó. Luego, golpeó la puerta—. Y tráeme un café descremado.

—De acuerdo... —suspiré.

Desde el primer día en el Medical Cubic, todos me trataban como una asistente más. No me molestaba que Demian aspirara a más, queriendo escalar hasta lo más alto, pero para mí, estar donde estaba no era un problema. Después de todo, me habia "graduado" de la universidad privada a los 24, pero no porque fuera brillante, sino porque fui la peor de mi clase. Mi papá tuvo que rogar para que me dieran el título. Tras una charla entre él y el director (y algunos sobornos), obtuve mi diploma, de todas formas, él contaba con que me volvería una DEx, lo cual no estuvo lejos de la realidad. Mi día a día consistía en traer café y modelar la bata de médico.

Tras la cadena alimenticia de la pirámide en medicina, al último se ubicaban los DEx ósea doctores extras, los cuales habían obtenido sus títulos por compra o estaban en el puesto por influencias, pero no tenían ni idea de que hacer. Demian no entraba en esa clasificación, pues él había sido el mejor en la clase, contaba con su propio consultorio y era elogiado constantemente por todos, él era cardiólogo y aspiraba a convertirse en cirujano, pero no solo uno bueno, el mejor de todos, el mas brillante, tanto asi que sería mandado a trabajar en el hospital "W".

Mi celular vibró por una notificación. Era de papa.

-Princesa, ya les deposité el dinero para este mes y el regalito que me pediste, si necesitan alguna otra cosa me avisan, te quiero- Papa.

Sonreí como una niña al ver el mensaje.

—Aquí tienes el café —dije, dejando la taza en el escritorio—. ¿Cree que hoy tengamos algún paciente, doctor?

Estaba desesperada por algo emocionante.

—Espero que no. No hay nada más triste que ver a un niño enfermo—contestó, tomando un sorbo.

—Ah... sí, es devastador.

De repente, una voz en los altavoces resonó: Doctor Demian Park, preséntese en las oficinas del director. Doctor Demian Park.

Corrí hacia la puerta para ver a Demian salir de su consultorio y subir al ascensor.

—¡Hey, niña! —gritó el doctor Collins detrás de mí, haciéndome saltar del susto.

—¡Ahh! No haga eso, casi me mata.

—Deja de espiar y ve a traer los análisis de la niña Sarah Smith.

—Muy bien —suspiré.

—Oye, y de paso, averigua qué le están diciendo a Park —añadió, guiñándome un ojo.

Salté de emoción y ambos chocamos los puños. Aunque solíamos tener una relación caótica, siempre nos uníamos para lo verdaderamente importante: el chisme.

Me escabullí en el ascensor hasta llegar al tercer piso, donde estaba la oficina del director. Mientras esperaba los resultados de Sarah, coloqué discretamente mi oído contra la pared. Lo que escuché me dejó helada: Puedes dejar tu bata en el consultorio. Toma tus cosas y nos vemos.

Las piernas me temblaron. ¿Demian? ¿Despedido? ¿Cómo era posible? ¡Él era brillante! Si lo habían despedido a él, ¿qué me esperaba a mí?

Me giré cuando la enfermera me entregó el expediente, y subí al ascensor, pálida como un fantasma. Solo había una cosa en mi mente: ¿era culpa mía? Había tantas veces en las que Demian había cubierto mis errores. ¿Lo habían castigado por protegerme?

Justo cuando estaba por entrar a mi consultorio, mi celular vibró. Era un mensaje de Demian:

-Bunny, ¿estás ocupada? Necesito hablar contigo -Demian.

Sentí como si el mundo se derrumbara a mi alrededor.

My Medical Romance (MR#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora