0 0 6. Océano

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No tenía ánimos para nada. Comer, trabajar, salir, incluso ducharme, se volvieron actos imposibles. Quería que todo fuera un mal sueño, uno del que pronto despertaría. Pero no lo era. Me sentía atrapada, como si estuviera en lo más profundo de un océano oscuro que solo me arrastraba hacia abajo, asfixiándome poco a poco

En el fondo, deseaba que así fuera.

Que me asfixiara por completo, que me cubriera de pies a cabeza y acabara con mi sufrimiento. Intenté, más de una vez, seguir los pasos de Julieta o de Ophelia, buscando una salida definitiva. Pero, por alguna razón inexplicable, la vida me seguía arrastrando de vuelta a la orilla, contra mi voluntad.

Mis hermanas estaban muy preocupadas por mí. Había noches en las que se despertaban aterradas por mis gritos desde la habitación. Pero yo no sabía qué más hacer. Quería arrancarme el corazón para no sentir, mi mente para no pensar, y la vida para dejar de sufrir. Nada llenaba el vacío en mi pecho. Ni Julie, ni Collins, ni mis ex compañeros de universidad o colegas. Nada detenía el torrente de lágrimas que el recuerdo de Demian me provocaba.

Otro mes de luto había pasado, y con él se habían ido las noticias, las menciones de Demian en los medios, mi empleo, y cualquier rastro de esperanza que alguna vez tuve de volver a ser feliz. Nuevamente estaba de luto.

Fue entonces, cuando estaba tirada en el suelo, completamente derrotada, que de alguna manera conecté con él: con mi padre. Sentí, a través del teléfono, su dolor y sus emociones. Por primera vez, entendí lo que había pasado por su mente tras la muerte de mama.

Y en ese instante deseé haber sido una hija diferente para él, mejor de lo que fui. Porque siempre sentí que no era suficiente, que no era buena para nadie. No lo culpaba por la decisión que había tomado. Pero, aun así, la crítica seguía presente. No entendía cómo mis hermanas podían hablar con tanto egoísmo sobre sus sentimientos, sobre lo que él había hecho, pero no tenía fuerzas ni para unirme a su luto ni para acompañarlas en su enojo. Mi dolor ya no se diferenciaba de las otras piedras que cargaba sobre mi espalda.

Los meses seguían su curso. Y aunque en mi mente había decidido que pasaría el resto de mi vida acostada en esa habitación, sin comer ni dormir, la realidad me despertó con dos cubos de agua helada directo a la sien.

Rachel me necesitaba.

El primero de diciembre, dio a luz a Harry Song, un nombre que resonaba profundamente en mi corazón, pues compartía el nombre de mi difunto padre. Fue la primera vez en meses que volvía a pisar un hospital, la primera vez que salía de mi encierro, y la primera vez que sonreía desde aquella tragedia.Harry parecía haber llegado para iluminar nuestras vidas o, tal vez, para complicarlas aún más.

Era hora de despertar de la burbuja en la que me había encerrado, y la abrumadora cuenta del hospital fue un recordatorio ineludible de la realidad que no podía ignorar. Rachel me observó con enojo mientras sostenía a Harry en su pecho.

—Te apoyé un tiempo, pero ya no puedo más —pronunció con firmeza—. Debes superarlo y ponerte a trabajar. Tu sueño se arruinó, mi vida se detuvo en esta casa. Tenemos que aceptarlo y seguir adelante. Ya basta de tonterías.

Solo asentí, sintiendo el peso de sus palabras. Mis ojos buscaron a Lía, cuyas zapatillas mostraban el desgaste del tiempo. En ese instante, me sentí como la peor hermana del mundo.

<<Eres la mejor hermana del mundo, y me inspiras a querer ser mejor en ese aspecto>>

Esa tarde, dejé a Rachel y Lía dormidas en la habitación. Salí de ese lugar, donde el olor a gel antibacterial impregnaba el aire, y me senté en la misma banca donde inicio todo.

My Medical Romance (MR#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora