0 1 1. Eres tú.

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El sol se colaba a través de las persianas, cayendo justo sobre mi adormecida cara. Tenía el cabello lleno de nudos y, durante toda la noche, no había dejado de moverme, para molestia de Eddie, mi compañero de litera.

Gaena entró por la puerta tras volver del baño, y como siempre, la dejó abierta —haciéndonos morir de frío, como siempre—. Eddie se levantó a regañadientes, maldiciendo a Gaena por despertarlo tan temprano para cerrar la puerta; ella simplemente lo ignoró, encendiendo su celular para revisar la hora, con los ojos ya completamente despiertos. En el pasillo se escuchaban murmullos que interrumpieron mi sueño por completo.

—Son las cinco en punto —anunció Gaena.

Eddie seguía parado sin cerrar la puerta, lo cual nos extrañó. Los murmullos se hacían más fuertes hasta que el pelirrojo se unió a la misteriosa conversación.

—Júrame que no estás mintiendo —dijo con entusiasmo.

—Si te miento, seré tu sirviente todo el día —respondió alguien desde el pasillo.

—Nunca había deseado tanto que alguien me mintiera.

Eddie asomó la cabeza en la habitación y, al no ver señales de vida de ninguna de las dos, entró y gritó que teníamos que salir del lugar sí o sí, porque había un paciente especial esperando ser atendido.

Tanto Gaena como yo nos levantamos de inmediato para ver de quién se trataba. Me dirigí al baño, esperando encontrar a todos reunidos, pero ya no había nadie. Todos estaban esperando su turno en los ascensores o las escaleras. Gaena me empujó a un lado y se asomó por la ventana del baño para ver hacia dónde iba la gente.

—Hay un chico parado frente a un auto, parece un guardaespaldas —comentó Gaena mientras yo me cepillaba los dientes—. Tal vez es un famoso, ¡qué emoción!

Gaena y yo terminamos de arreglarnos casi al mismo tiempo, a pesar de que ella se había levantado más temprano. Mientras ella se maquillaba, yo solo limpié mis gafas, me hice una coleta con dos ligas para sujetar mi largo cabello y me puse los pantalones blancos del uniforme.

Eddie volvió a entrar a la habitación preguntando a qué hora planeábamos salir y dándonos los últimos toques para nuestra presentación. Salimos a ver a la esperada celebridad.

Bajamos por las escaleras, encontrándonos con muchos residentes.

—Vi a un chico por la ventana del baño, estaba frente a un auto muy lujoso. ¿Es su guardaespaldas? —preguntó Gaena.

—Sí, él la trajo —afirmó Eddie—. Yo ya vi quién es, pero no quiero decirles porque arruinaría la sorpresa. Solo diré que no es una celebridad en toda la palabra, a menos que estés muy metida en el mundo de los chismes y la moda.

—Uy, justo mis dos palabras favoritas —enunció la asiática.

Conforme bajábamos, me asomé por la ventana y confirmé lo que Gaena había visto: en el estacionamiento exclusivo del jardín, un chico de cabello negro estaba parado frente a un auto lujoso. Vestía un traje formal del mismo color que su cabello, usaba gafas similares a las mías y parecía estar esperando a alguien.

—¡Vengan! Ya casi llegamos —dijo Eddie apretando el paso.

Finalmente llegamos al área de dermatología, donde había muchos internos y doctores tratando de actuar con naturalidad, pero sin apartarse ni un milímetro del área de quemaduras. Gaena le hizo una señal a Hannah, la chismosa del hospital.

—¿Quién es? —susurró Gaena.

—Es Colette Fauré-Dumont —declaró Hannah, provocando que Gaena abriera los ojos y la boca, anonadada—. Dicen que tuvo un accidente y se quemó el brazo, así que viene por tratamiento para las cicatrices.

My Medical Romance (MR#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora