Capítulo 12: Hermoso caos

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Todo, parece perfecto y acogedor. Mi madre espera, ansiosa, a que llegue Peeta para recogerme y hacernos una foto delante de la chimenea. Incluso ha prendido carbón para encenderla, y no la madera que a veces papá o yo talamos; crea una humareda horrorosa en el salón, pero arde. Después quería tomar una taza de té o café (que es todo lo que nos puede ofrecer) con nosotros y charlar para conocer un poco mejor a Peeta, hasta que llegaran las ocho y nos marcháramos al baile. Eso significa: 1) que esto es especial para ella, y 2) que yo lo he estropeado. Madge no hace más que repetir que no le diga nada a Peeta, que en realidad, no le he engañado, puesto los cuernos, ni nada parecido; dice que ha sido un lapsus con un amigo, un error, un roce sin importancia. Pero yo no puedo con esta carga.

¿El cariño que le tengo a Gale, se está convirtiendo en algo más? No sé qué me está pasando, pero sí sé que, por encima de todo, al que amo es a Peeta. ¿No? ¡Por supuesto! Con todo lo que he sufrido por él, y ahora hago esto. Sólo sentía que Gale estaba mal y yo no sabía por qué, y me daba la sensación de que era culpa mía, y eso me mataba, y… sí que ha sido un error. Yo no quería acabar de esa manera, pero… ahh. Gale no me lo ha puesto nada fácil. Y, em, por cierto, pensando en Gale… ¿Qué demonios significa que quiera besarme con tantas ganas? ¡Yo no puedo gustarle! ¡No debo gustarle!

Me empieza a doler de nuevo la cabeza (he estado llorando un buen rato, hasta que Madge ha conseguido calmarme, y eso me ha provocado una jaqueca terrible), y añico los ojos delante del espejo. Por segunda vez en mi vida, estoy hermosa gracias a taparme la cara con maquillaje.

- ¡Cuidado! -me susurra Madge, mientras intenta aplicarme un poco de rímel en las pestañas.

Acaba de retocar el maquillaje y sigue con el pelo, tal y como lo hizo Flavius en Capitol’s. Madge ha tapado y/o arreglado todos los estragos que yo me he causado en el bosque, algo maravilloso; ha sido un verdadero milagro. Como encontrarte a Jesús en un sándwich de queso o una patata frita.

- Voy a por el vestido -dice Madge, ya en la puerta.

Asiento, como si aún se encontrara aquí, y me encojo, subiendo los pies a la silla, y descansando el mentón sobre las rodillas. Me las abrazo y cierro los ojos. No lloro, porqué entonces, el trabajo de Madge no habría servido para nada. Peeta merece al menos que su pareja esté… decente, porqué yo no puedo superar más que eso. Puedo estar “decente”, pero no “guapa”. Luego me pregunto si Peeta me merece. Quiero decir… él, es mil veces mejor que yo. ¿No soy una especie de carga? La chica pobre, tonta, ingenua, tímida… débil. Puedo afirmar con seguridad que Peeta no es nada de eso. Entonces, ¿cómo puede quererme? Bueno, aún no ha dicho la palabra con “A”, así que supongo que esto no será tan importante como lo es para mí; es la única explicación, ya que él nunca parece temeroso o débil; no le resultaría difícil decir “te amo” a una chica si de verdad lo sintiese. Así, confirmo que no es mí caso.

Sé que estoy divagando un buen rato, hasta que la puerta se abre y escucho el sonido de tela contra tela. Me duelen las piernas cuando me levanto de la silla.

- Venga, vamos a vestirnos -dice Madge, apresurada; lleva los dos vestidos en una mano y con la otra se quita los pantalones. Más que apresurada.

Me desvisto y me pongo el vestido. El forro sigue siendo lo más suave que he tocado jamás, la tela brilla y reluce,  y las gemas arden como el fuego, delicadas pero fuertes a la vez. Pero yo lo percibo todo de otra manera, como si viera una película, como si esta no fuera mi piel. No noto la suavidad del forro, no sonrío por el deslumbrante color de la tela ni me paro a admirar las llamas. Me siento… vacía. Sucia.

- Mírate -me dice Madge, sonriéndome desde la otra parte del baño-. Nunca pensé que podría convencerte, y… mírate. Estás preciosa.

Su pelo queda recogido en un moño despeinado, y como diadema ha conseguido hacerse una trenza de espiga desde la raíz, cosa que yo jamás conseguiría igualar. Su vestido es delicado y perfecto; de gasa blanca, hasta la mitad de sus muslos, con un vuelo combado. A su cintura se ciñe una cinta color blanco hueso que realza su figura, y a su cuello el estilo Halter del vestido. Calza unos zapatos de tacón color marfil, brillantes, a juego con sus perfectas uñas, copyright Flavius. Falta decir que el maquillaje sólo mejora lo que ya era perfecto.

La Katniss real o no realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora