Capitulo 7

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Él no pretendía que esta sirena de mujer tuviera ningún poder

sobre él.

Hasta ese beso.

Darien murmuró una larga maldición. Recordaba cómo su aliento se aceleró

y sus ojos se abrieron ampliamente. Esa maldita camisa finalmente se

abrió lo suficiente para que pudiera divisar la tersa piel encerrada en

encaje rosa. Había estado listo para apartarla, hasta que ella lo sostuvo al

oír la llamada de su madre. No era su culpa el haber cedido ante el

instinto para salvar su engaño.

Hasta que su caliente y húmeda boca se abrió contra la suya. Hasta que

su dulce sabor inundó sus sentidos, y los desesperantes aromas a vainilla

y especias lo hicieron querer aullarle a la luna. Finalmente había

averiguado que ella encaraba el sexo de la misma manera en que encaraba

la ira: sin reservas, sin restricciones. Demandante.

Apasionadamente.

Él estaba bien jodido. Y no de una buena manera.

Pero ella nunca lo sabría. Se había asegurado de ocultar su rostro tras una

máscara de indiferencia, aunque su maldita erección lo delatara como un

mentiroso. No importaba.

Darien se negaba a romper las reglas. Serena era una mujer que vivía en la luz

y que jamás sería feliz con el trato que él mismo se había hecho cuando

era un niño.

Un año era suficiente.

Sólo esperaba resurgir de él en una sola pieza.

Darien se volteó para ver a su novia durmiendo. Su cabeza descansaba

contra la puerta de la limosina. Su tocado se había caído, y el

encaje blanco desarreglado yacía en el suelo a sus pies. Los rizos

de Raven estaban revueltos en todas las direcciones y escondían sus

hombros desnudos de la vista. La copa de champaña en el portavasos

permaneció intacta, las burbujas se habían desvanecido. Un brillante

diamante de dos quilates estaba en su dedo y disparaba los brillos de luz

de los últimos rayos del sol que moría. Labios voluptuosos y de color rubí

estaban entreabiertos para dejar que saliera y entrara el aire. Un delicado

ronquido estable se alzaba en el aire durante cada exhalación.

Serena Tsukino ahora era su esposa.

Darien se movió para tomar su propio vaso de champaña y silenciosamente

le brindó al éxito. Ahora poseía por completo Dreamscape Enterprise.

Estaba a punto de ir tras una oportunidad única en la vida y no

necesitaba el permiso de nadie. El día había pasado sin una complicación.

Tomó un largo trago del Dom Perignon y se preguntó por qué se sentía

como una mierda. Su mente regresó al momento en que el sacerdote los

convirtió en marido y mujer. Los ojos zafiros llenos con puro miedo y

pánico mientras se inclinaba para darle el beso necesario. Pálida y

abatida, sus labios temblaron bajos los suyos. Supo que no se debía a la

pasión. Al menos no esta vez.

Se recordó que ella sólo lo quería por el dinero. Su habilidad para

pretender que era inocente era peligrosa.

Se burló de sus propios pensamientos al alzar su copa nuevamente y

beberse el último trago de champaña.

El conductor de la limosina bajó el vidrio tintado un centímetro.

—Señor, hemos llegado a nuestro destino.

—Gracias. Puede detenerse al frente.

Mientras la limosina subía el largo y estrecho camino, Darien gentilmente

sacudió a su novia para despertarla. Ella se movió, roncó y colapsó de

nuevo en el sueño. Darien reprimió una sonrisa y comenzó a susurrar. Luego

se detuvo. Se deslizó de nuevo en su viejo papel de atormentador con una

confortable facilidad, se inclinó y gritó su nombre.

Ella se enderezó de golpe. Sus ojos abiertos con miedo, alejó su pesada

melena de sus orejas y miró a todo el encaje blanco como si ella fuera

Alicia en el País de las Maravillas bajando por el hoyo del conejo.

—Oh, Dios mío, lo hicimos.

Él le entregó sus zapatos y tocado.

—Todavía no, pero es nuestra luna de miel. Estaría feliz de obligarte si

estás de ánimo.

Ella lo miró fijamente .

—No hiciste nada más en esta boda que hacerte notar. Trata de organizar

cada último detalle en sólo siete días y me sentaré y te veré colapsar.

—Te dije que te consiguieras un Juez de Paz.

Serena bufó.

—Típicamente masculino. No levantaste un dedo para ayudar y chillas

inocente cuando eres desafiado.

—Roncas.

Su boca se abrió.

—¡No ronco!

—Lo haces.

—No lo hago. Alguien me lo hubiera dicho.

—Estoy seguro de que tus amantes no querían ser echados de la cama.

El ContratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora