[ dos ]

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—Tu hablas...
—Español. —interrumpió.

Mi corazón estaba latiendo con rapidez, me sorprendía no haber tenido un paro cardiaco.
Quería que la tierra me tragara, me escupiera solo para que alguien me golpeara por mi estupidez y después me volviera a tragar.

—Yo... yo... solo... —comencé a tartamudear. —Lamento lo que dije, me voy. —logre articular con extrema rapidez, tome mi maleta y mi teléfono mientras me dirigía a la salida prácticamente a zancadas; pero ella bloqueo el paso.
—¿A donde vas Beatriz?  —su acento ruso se hizo presente y por algún motivo me provocaba una sensación de calidez en lo bajo de mi vientre.

"Idiota, acaba de oírte hablando sobre su hermosura y lo mucho que la quieres en tu cama y tú tienes pensamientos pecaminosos" pensé.

—¿Podemos olvidar esto por favor? —le dije con nerviosismo.
—¿Qué quieres olvidar con exactitud? —me miró con una ceja levantada.
—Déjame salir. —supliqué.
—¿Que decías de mi? —dijo con una sonrisa. —Puedes tocar mi cabello, te aseguro que es tan suave como parece. —tenía una forma especial de pronunciar las "r" que no me ayudaba a concentrar.
—Yo...
—Entonces... ¿me estabas declarando tú amor?
—Por favor, basta. —me cubrí la cara.

Se acercó hasta atraparme en la pared.

—¿Me vas a tomar una foto ahora? —preguntó.
—Yo no...
—Y siempre he entendido cuando me dices "Buenos días" ¿por qué no me preguntas si quiero tener sexo contigo?

Eso era suficiente, se estaba burlando y no me causaba gracia en absoluto, por hermosa que fuera no la iba a soportar.
La empuje y tome mi mochila con mis cosas dentro.

—Por favor no vuelvas a hablar de esto, nunca más. —dije saliendo por la puerta con extrema rapidez.

"Tonta, tonta, tonta..." una vocecita muy molesta me decía; era la misma vocecita que se encargaba de recordarme mis errores siempre.

Está vez tenía razón, para empezar ¿a quién diablos se le ocurre hablar de su flechazo con una persona cuando esa persona está en frente?
No importaba si hablaba español o no, aunque no entendiera nada, estaba mal.

Y recordé, mi teléfono.
Comencé a tocar mis bolsillos y a búscalo en mi mochila; era inútil, lo había dejado tirado en los vestuarios, donde Ekaterina probablemente aún seguía.

Bien, tenía dos opciones.
1. Dar la vuelta, ir por mi teléfono y perder la poca dignidad que me quedaba.
2. Volver a casa y esperar que por algún milagro aún estuviera ahí por la mañana. Pero esa opción aún me permitía tener un poco de dignidad.

Con un suspiro me resigne a mi segunda opción. Podría comprar un nuevo teléfono después de todo.

Todo el camino me sentí como un zombie, intentaba enfocar mis pensamientos en otras cosas; como una viejecita que se estaba peleando con un joven en el autobús.
Pero siempre acababa volviendo al momento en que Ekaterina Sokolova me decía que hablaba español; y mis mejillas se comenzaban a tornar de un color rojo intenso.
Nunca había sentido tanta vergüenza en mi vida, ni siquiera cuando en mi fiesta de graduación se me cayó el vestido; y eso que era uno de los mayores ridiculos de mi vida.
Ahora hubiera preferido cinco caídas de vestido como aquella vez, a que Ekaterina me escuchara.

Mis pensamientos me torturaron hasta llegar a mi apartamento, preferí subir las escaleras a utilizar el elevador; me parecía un buen castigo subir 10 pisos.
Cuando estaba sacando las llaves de entrada, la puerta se abrió súbitamente, mostrando a Sharon ahí parada mirándome con expresión de entender todo.

Matryoshka. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora