[ cuatro ]

2.7K 232 19
                                    

Pasaron algunos días, en los que Magenta Blake se ponía cada vez más insoportable, parecía haber agarrado cierto resentimiento hacia mi; ¿de donde? No lo sabía. No creía haberle hecho nada malo, es más, nunca le había hecho nada malo, siempre intentaba mantenerme lo más lejos de ella que me era posible, y sin embargo parecía odiarme.
Si hacía cuentas, y las hice, todo parecía haber empezado desde aquel día en el que la encontré con Ekaterina Sokolova en el baño, sin embargo yo no había dicho nada, y aún así habían decidido presentarse en el lugar donde trabajaba por algún motivo.

Intenté ignorar a mi compañera, ahora al parecer enemiga, todo lo que pude.
Me concentré en mis clases con Duvignau al cien por ciento. Ya no me fijaba mucho en Ekaterina tampoco, había llegado a un punto muerto con ella, ya no me causaba nada, o al menos a las capas más superficiales de mi, porque las que estaban más en el fondo aún sentían algo; por más que intentaba apagarlo.

Todo el esfuerzo que estaba poniendo en mis clases me dejaba agotada, necesitaba dormir más horas, pero el trabajo en el bar no me lo permitía.
Fue precisamente un día en el que tenía que trabajar cuando me quede hasta tarde en la universidad, más específicamente en las regaderas.

No me daría tiempo de llegar a casa, bañarme y volver a salir rumbo al bar, así que había optado por llevar ropa extra en mi maleta y darme una ducha en la universidad.

Supe que eso había sido un error cuando ya estaba desnuda, con la puerta cerrada y el agua cayendo.
Todo empezó con las luces que se apagaron, no estaba sumida en una oscuridad total pero aún así me incomodaba todo a media luz; no podía ver del todo bien.

—¿Crees que acostándote con Sokolova vas a conseguir el papel principal? —preguntó una voz al otro lado de la puerta.
—¿Qué? —respondí con confusión, no estaba segura de lo que había oído.
—Me oíste Lepori. —definitivamente me hablaba a mí.
—¿Qué? —pregunté empujando la puerta, que estaba atrancada por fuera.
—Me vas a escuchar.
—¿Magenta?
—No me vas a quitar el papel principal.
—Déjame salir. —me estiré para tomar la toalla que estaba colgada en la puerta.

Claro, ya no había nada.

—Magenta. —grité. —Abre la maldita puerta.
—No me quitarás lo que con tanto trabajo intenté conseguir. —el agua que estaba saliendo de la ducha se tornó fría de repente. Solté un grito ahogado.

El gel de baño había caído en mis ojos, y no podía ver con claridad mientras buscaba la llave para cerrar la regadera.

—¡Diablos! —grité.
—Aléjate de Ekaterina, Beatriz. —continuó.

El agua dejó de salir, dejándome helada mientras temblaba.

—A... abre. —empujé la puerta.
—Esto aún no acaba. —dijo.

Todo sucedió al mismo tiempo; levanté la cabeza justo para ver una cubeta sostenida por dos manos desconocidas vaciarse sobre mí.
El líquido se sentía pegajoso y frío; y olía mal.
Cerré los ojos, y caí al suelo resbaloso; no sabia que era pero comencé a sentir arcadas.
Empuje de nuevo la puerta pero seguía atascada; abrí la llave de la ducha pero no salió nada.
Comencé a golpear la puerta con el pie, haciéndome daño.

—¡Sácame de aquí! —grité.

Un sollozo salió de mi garganta, seguido de otro y de otro. Hasta que me hice un ovillo en el suelo y comencé a llorar.
No sé cuánto tiempo pase ahí, oyendo mis lamentables berridos, me dolía el pie, seguro estaba herida; me sentía sucia, no solo del cuerpo, sentía como mi dignidad acaba de ser ensuciada, tirada al suelo y pisoteada.
Llore aún más, hasta que la puerta de la ducha se abrió, levanté la mirada para ver a un ángel descender sobre mí, un ángel que al acercarse se convirtió en demonio, Ekaterina Sokolova estaba a mi lado, me alejé de ella con rapidez, topándome con la pared fría a mis espaldas.

Matryoshka. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora