[ diez ]

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Ekaterina Sokolova era lo mejor que le había pasado a mi vida.
Era el rayo de sol que siempre había después de una tormenta, era la luz que me iluminaba cuando todo estaba oscuro.
Ekaterina Sokolova con su cabello rubio y ondulado, su piel pálida y sus ojos azules como el hielo era Rusia, todo en ella lo gritaba, todo en ella gritaba frío; sin embargo en su interior siempre albergaba calidez, siempre sonriendo, siempre diciendo alguna tontería para hacerme sonreír.
Era como una matryoshka, tenía varias capas y cada una te iba sorprendiendo más y más.

Y ahora Ekaterina Sokolova había caído en coma. Estaba en una cama de hospital, golpeada, con contusiones y aparatos conectados a su cuerpo.
Ahora mi luz se estaba apagando poco a poco, sin que yo pudiera hacer nada para impedirlo.

La oscuridad estaba volviendo a mi, y si ella se iba, me hundiría en ella, caería al abismo y estoy segura de que jamás volvería a salir.

El conductor del automóvil que la atropelló había huido, no tenía en nadie en quien descargar mi ira, y aunque lo tuviera, no tenía fuerzas para hacerlo.
Los doctores no sabían a ciencia cierta cuando podría despertar, decían que podía ser desde una semana hasta un año o más. Un año o más.
Habían oído decir a alguien que después de un año las posibilidades de que despertara iban disminuyendo.

Dejé de bailar, dejé de ir a los malditos ensayos; no había espacio en mi mente para eso, la culpa me consumía día a día, si yo no hubiera sido tan dura con ella, si me hubiera detenido a escuchar su explicación, si le hubiera dicho que iría por ella al bar, entonces no estaríamos aquí; nos hallaríamos cómodas en mi departamento o tal vez en el de Ekaterina, viendo esas películas raras que tanto le gustaban, o cantando mientras tocaba mi guitarra. Pero no, en cambio estábamos en un hospital con atmósfera realmente deprimente, solo me causaba más tristeza pero no podía alejarme de ella, no la podía abandonar otra vez.

Solo me iba de su lado cuando los doctores hacían sus chequeos por día o cuando Sharon me obligaba a levantarme para ir a casa, darme un baño y cambiarme de ropa.

Cuando me iba Sharon, Alexandra o incluso Elina, se turnaban para quedarse a su lado, ya que sabían que no podría irme si sabía que estaba sola.
Ellas eran las únicas personas que visitaban a Ekaterina aparte de mí, Verónica intento hacerlo una vez pero las cosas no salieron del todo bien...

• •

—¿Qué demonios haces tú aquí? —pregunté en cuanto la vi entrar a la habitación.
—Quería ver a...
—¡No tienes ningún derecho! —grité levantándome. —¡Y ya puedes ir tirando esa porqueria! No permiten tenerlas aquí. —dije señalando el odioso arreglo de flores que llevaba en las manos. —Además ella no está muerta, no necesita flores.

Caminé hacia ella y arrebaté el adorno tirándolo en el cubo de basura que había ahí.

—No tienes que...
—¡Todo esto se pudo haber evitado! ¡Realmente se pudo haber evitado! ¡Pero no! ¡Ah no! Preferiste meterte en donde no te llamaban, no soportas la felicidad ajena y tuviste que meterte en medio, y ahora causaste esto. No me sorprendería si hubieras sido tu la que conducía ese automóvil que la atropelló.
—¡Jamás lastimaría a Ekaterina!
—¡Y sin embargo te metiste en su cama, sabiendo que tenía novia!
—¡No lo hice! —dijo medio gritando medio sollozando. —¡No quería que esto pasara! ¡Solo quería molestarte! Ella ni siquiera sabía que estaba ahí...
—¿Qué?
—Perdóname. —dijo. —¡Perdóname! —se lanzó hacia la cama donde estaba Ekaterina tomando su mano.
—¡Aléjate! ¡Lárgate! ¡No te atrevas a tocarla!

Me lancé hacia ella y la empujé, lejos de la rubia. Levantó la mano y cerré los ojos esperando el impacto que nunca llego, en lugar de eso se quedó parada mirándome horrorizada.

Matryoshka. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora