PRÓLOGO

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La cálida mano de su compañero oprimía amablemente la suya, ofreciéndole paz y seguridad. Los nervios podían llegar a ser traicioneros, y en una situación como ésta no le convenía.

Había soñado mil veces con aquel momento: en ocasiones, tales sueños se tornaban pesadillas donde él era humillado y objeto de burla de todos sus compañeros.

— Te encuentras bien? —La suave voz de su mejor amigo le sacó de sus pensamientos.

— Sí, sí. Sólo estaba pensado en lo mucho que he deseado estar aquí... Y ahora me parece irreal.

— Lo sé. No es increíble? —Los labios del muchacho se tornaron en una hermosa sonrisa.

— Es genial. —Mintió. El hecho de estar allí era algo magnífico y espléndido pero los nervios le estaban consumiendo.

— Oye...

— ¿Qué? —Inquirió.

— Escucha... —El joven miró sus manos y oprimió fuertemente las de su compañero, levantando su rostro con una melancólica sonrisa— Pase lo que pase ahí dentro, mantén tu promesa. Yo... Por favor.

Los ojos castaños del más joven se fijaron en los suyos, suplicantes. Esos profundos ojos que estimaba tanto, en los que se podía perder por horas sin temer a nada. Aquellos ojos se tornaban un abismo para él, cada día, a cada momento. Y también, serían su perdición.

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