Capítulo 11

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Durante los días siguientes una profunda tristeza y el hedor de la muerte y la descomposición cayeron sobre Konoha. Las aves carroñeras se movían entre los cuerpos o se posaban sobre la empalizada mientras los desmoralizados habitantes de La Hoja, con cara de amarga resignación, se ocupaban de cavar tumbas. Comoel templo había sido quemado y el sacerdote hecho prisionero, las posibilidades de que pudiera bendecir las tumbas eran prácticamente nulas, una tristeza más que añadir al dolor de la pérdida. Los vivos no tenían más remedio que consolarse rezando en voz baja y poniendo flores.
Tsunade y Naruto ayudaron a trasladar a los muertos, trabajando en silencio y abatidos de dolor por las vidas prematuramente apagadas. Kurama seguía con vida aunque estaba muy débil debido a la pérdida de sangre. Los Uchihas lo vigilaban de cerca, pero no hicieron ningún movimiento para hacerle daño. Naruto hizo cuanto pudo por él, pero había muchos más que requerían su atención y dedicó todo su tiempo a atender a los heridos, cambiando los vendajes, aplicando ungüentos y bálsamos y distribuyendo medicinas para aliviar el dolor. Por algunos no se podía hacer nada y murieron; otros, como Kurama, se aferraban desesperadamente a la vida. Su mirada preocupada siguió a Naruto mientras él se movía entre sus pacientes, atención que no pasó inadvertida.
Sasuke esperó hasta que Naruto no estuvo cerca, se acercó hasta la camilla donde yacía el pelirrojo y le miró desapasionadamente. No hizo intención de sentarse, incrementando la desventaja del otro al obligarle a alzar la vista hacia su visitante. Al principio ninguno de ellos habló. Luego Sasuke rompió el silencio.
—¿Qué tal va la herida?
—Se está curando.
—Naruto es un  buen curandero.
Al oirle pronunciar ese nombre, el hombre mayor entrecerró los ojos y apretó el puño.
—¿Qué queréis decir con eso?
—Que estoy al tanto de vuestro compromiso matrimonial con él... —Sasuke se interrumpió—, compromiso que haríais bien en olvidar.
—Naruto es mío.
—Ya no. Me pertenece a mí, igual que esta casa y estas tierras, y voy a tomarle como esposo.
—¡Por Kami que no! —El herido se incorporó, estremeciéndose cuando la herida protestó.
Sasuke enarcó una ceja burlón, mirando como se desplomaba sobre la camilla.
—¿Ah, no? ¿Y cómo vais a impedirlo?
Kurama permaneció callado, muy consciente de que cualquier respuesta era inútil. Lo único que deseaba era que le dejaran solo, pero su torturador se quedó un rato más.
—Debisteis casaros con él cuando tuvisteis la oportunidad.
—Eso pretendía. —Kurama lo miró con odio—. Pero él me pidió que guardara un periodo de luto adecuado por su hermano. No espero que vos lo entendáis, Uchiha.
Sasuke se rió.
—Creo que lo entiendo perfectamente. El  doncel no tenía tantas ganas de casarse como vos.
Kurama enrojeció ya que aquellas palabras le tocaron una fibra sensible. A él también se le había ocurrido la misma idea.
—Debiérais estar agradecido; si os hubiérais casado con él ahora estaríais muerto —continuó el otro—, porque aun así hubiera deseado quitárosle. De este modo vuestra reclamación sobre él carece de fundamento y sería mejor que lo aceptárais.
—¡Nunca! —La negativa tajante quedó flotando entre ellos.
Sasuke sonrió y, tras lanzar al herido una última mirada despectiva, se alejó de allí.



Dos días más tarde Kurama desapareció. Al principio no le dio importancia. Un hombre tan gravemente herido no podía haber ido demasiado lejos, sin embargo, tras una búsqueda exhaustiva tampoco lo encontraron. Naruto escuchó las noticias con preocupación. Aunque él huyera por el bosque, estaba tan débil que no soportaría esa vida tan dura y sin cuidados, era muy posible que muriera. Los vikingos, enfadados porque un prisionero tan importante se les hubiera escapado de las manos, interrogaron a todos aquellos que habían estado en contacto con él, incluyendo a Naruto y Tsunade.
Ver a sus captores tan molestos satisfizo enormemente a Naruto. Cuando Sasuke le interrogó pudo responder, sin faltar a la verdad, que no sabía nada del asunto. Sin embargo, el rubio fue incapaz de ocultar totalmente sus sentimientos, cosa que el más alto no dejó de notar.
—Es imposible que haya ido muy lejos él solo. Debe haber tenido ayuda.
—Es posible, señor —contestó el rubio.
—¿Quién ha sido?
—No lo sé.
—Pero si lo supierais me lo diríais.
—No.
Aquella fue una respuesta tan sincera como imprudente. Sasuke contuvo con esfuerzo las ganas de sacudirle. A pesar de su aspecto sereno, el Dobe estaba disfrutando de aquello. No creía, ni por lo más remoto, que el rubio fuera responsable de la fuga de Kurama, ya que por la noche se encontraba bajo custodia en las estancias de las mujeres y los donceles, pero su alivio cuando no consiguieron dar con él fue muy evidente. Puede que no fuera tan indiferene al pelirrojo como creía al principio. Tal idea no sirvió para ponerle de mejor humor, de modo que le despidió antes de hacer algo que pudiera lamentar más tarde.
Aliviado por verse libre de aquella presencia intimidante, Naruto volvió a su trabajo con los heridos, consciente de la pensativa mirada de un negro penetrante que seguía cada uno de sus movimientos. Estaba seguro de que el Uchiha no iba a encontrar a Kurama. Si moría, sus amigos lo enterrarían en secreto y si vivía lo llevarían a un lugar seguro, que no estuviera bajo el dominio de los vikingos. La idea le produjo un intenso placer y le costó un enorme esfuerzo ocultar su alegría. Puede que no amara a Kurama, pero se alegraba sinceramente de que estuviera en libertad.
Sin ganas de seguir pensando en las posibilidades de su antiguo prometido, Naruto se concentró en asuntos más urgentes. A la cabeza de estos se encontraba el bienestar de sus sobrinos. Después del trato recibido por parte de los invasores, no apartaba la vista de ellos. Vekko era demasiado joven para saber lo cerca que había estado de la muerte, pero Konohamaru, después de la aparición de los vikingos, pasó varios días pegado a Kiba, su niñeroagarrado a una de sus piernas con los ojos muy abiertos y en silencio, por si aquellos hombres volvían a aparecer. Naruto, enternecido por su vulnerabilidad, lo sentó en sus rodillas y le cantó, y el pequeño se acurrucó contra él, buscando su calor y su cariño. Sabía que con Kiba y con Naruto estaba a salvo.
A pesar de tener otras responsabilidades Naruto pasaba un rato todos los días con los niños, sin dejar de vigilar también a Kiba, ya que el joven había sufrido en manos de los conquistadores. En especial uno llamado Shikamaru le buscaba como compañero de cama. Por más que se debatió y se resistió no le sirvió de nada. Naruto sabía que nada de lo que él pudiera decir aliviaría ese dolor, y la expresión tensa de su amigo era un recordatorio cruel del destino que el propio Naruto hubiera sufrido de haber sido sus posiciones a la inversa.
Hasta entonces Sasuke no se había metido en el cuarto de niños. Aquel no era un trabajo de hombres y él estaba encantado de que siguiera siendo así, y, desde que se había convertido en el Hokage de Konoha, ninguno de sus hombres les había puesto la mano encima a ninguno de los niños, ni nobles ni plebeyos. Sin embargo, una mañana, mientras tomaba un atajo por la parte de atrás del salón, se vio sorprendido por el sonido de la risa de un doncel y los gritos de alegría de un niño. Se acercó al lugar de donde procedía la algarabía y se detuvo en la entrada. Naruto estaba de rodillas en el suelo y delante de él, el mayor de los niños se encontraba tumbado sobre la alfombra, sin parar de reír, mientras el rubio le hacía cosquillas. Kiba, desde el otro extremo de la habitación los observaba con una sonrisa desde su posición junto a la cuna del bebé. Se trataba de una escena feliz e inocente, tan completamente distinta a todo lo que conocía, que Sasuke se sintió cautivado y atraído a su pesar. Aquel era un Naruto que nunca había visto, sonriente y relajado, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. Los niños eran sus sobrinos, pero él los cuidaba con la misma ternura y cariño que si fueran sus propios hijos. Mientras los contemplaba sonrió sin darse cuenta, mientras una nueva dimensión se abría ante él. Algún día tendría hijos. Se le animó la mirada al posar los ojos sobre su futuro esposo. Estaría bien tener hijos con Naruto. Su sonrisa se volvió triste. Algún día.
Aunque ni se movió ni hizo sonido alguno, un sexto sentido advirtió a los ocupantes de la habitación de que no estaban solos. Kiba fue el primero en verlo. Desapareció su sonrisa, sustituída por una expresión de miedo. Naruto siguió con los ojos la dirección de su mirada. Y también él se paralizó. El niño lo miró con los ojos muy abiertos. El ambiente de la estancia cambió en un instante y se volvió tenso. Vio que Naruto se levantaba y atraía al niño hacia sí.
—¿Mi señor? —El tono era preocupado, incluso cauteloso.
Sasuke le observó en silencio durante un momento, deseando hablar pero sin saber que decir.
—¿Están bien los niños? —preguntó por fin.
—Sí —contestó el rubio.
—Bien. —Hizo una pausa y luego miró al pequeño—. El niño tiene miedo.
—¿Y no tiene motivos?
—Ninguno. —Le sostuvo la mirada durante un instante—. Nunca le harán daño si está en mi mano evitarlo. Por favor, creedme.
Naruto le miró lleno de sorpresa, pero no dijo nada porque tenía el corazón incomprensiblemente henchido. Tanto la expresión como las palabras de Sasuke parecían sinceras. Todas sus acciones anteriores también estuvieron encaminadas a evitar que los niños sufrieran daño. Era su enemigo, pero, en aquel momento, Naruto deseaba confiar en él en eso.
Incapaz de saber lo que el rubio estaba pensando y viendo que permanecía callado, Sasuke se sintió repentinmente torpe. ¿Qué esperaba que dijera? ¿Qué le creía? ¿Qué le confiaría a los niños? Se giró en redondo y se fue, sabiendo que tal idea era ridícula. La confianza no era algo que se pudiera ordenar, había que ganársela y se daba cuenta de que hasta ese momento no había hecho demasiado por ganarse la de Naruto.
Mientras se iba de la casa, el recuerdo de la escena le acompañó. Y siguió acompañandolo mientras supervisaba el trabajo de los siervos. No podía olvidar el miedo de Kiba y del niño al verle, ni la cautela de Naruto. ¿Qué clase de monstruo creían que era? Entonces recordó a Hidan y lo que había estado a punto de hacer antes de que lo detuvieran. Sasuke suspiró. Lo cierto era que el niño tenía motivos para tener miedo y también los donceles. No iba a resultar fácil superarlo, pero Hidan no tardaría en irse y entonces se darían cuenta de que no tenían nada que temer de él ni de sus hombres. Mientras él viviera no sufrirían ningún daño. Era su señor y su obligación era protegerlos. Por primera vez empezó a sentir el peso de la responsabilidad.

Desafiando a mi vikingoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora