Capítulo 6

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Tomo la bandeja metálica con las chuletas y la pongo en el horno

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Tomo la bandeja metálica con las chuletas y la pongo en el horno. Ahora mismo, la cocina es una mezcla de olores mágicos que me llenan por completo. Hace mucho que no cocinaba y definitivamente es lo que más disfruto hacer a mis 64 años es impregnar de amor los alimentos y repartirle felicidad a las personas que los comen. Es inigualable ver que a alguien le guste el plato que has cocinado y que se lo coma con tanto ímpetu y regocijo en sus facciones. No sé que será de mí cuando mi sobrina se vaya y vuelva a tener que cocinar para mí sola.

Muchos creen que el trabajo de cocinera es arduo y que te desgasta un montón. Aunque sea algo laborioso tener que cocinar en grandes cantidades todos los días, nada te molestará si en realidad amas hacerlo. Eso era lo que me decía mi padre cuando le contaba lo que quería ser, así que seguí su consejo sin saber que sería la mejor decisión de toda mi vida.

Los años se me han pasado sumergida en medio del calor de las estufas, los miles de trastes sucios y los deliciosos sabores de los alimentos que alguna vez estuvieron en ellos. Ahora me he jubilado y no hago más que cocinar ilusiones y saborear la nostalgia de mi pasado. Es curioso ver que cuando somos niños queremos ser grandes lo más rápido posible y, ahora que ya somos mayores y que la vida nos ha golpeado lo suficiente, lo único que queremos es volver a ser esos niños despreocupados.

Escucho un pitido proveniente del horno que me indica que la comida está lista. Pongo un par de chuletas en mi plato y las cubro con una salsa a base de manzana. Sirvo un poco de puré y de ensalada junto a la carne y repito lo mismo sobre el plato de ella. Los llevo al comedor y le llamo para que venga a comer.

—¡En un segundo tía! —responde—. Ya voy a terminar de hablar con Derek —puntualiza y luego se ríe diciendo "Ay, amor".

Me siento y sigo pensando en lo poco que me queda ahora. Después de trabajar en colegios, hospitales y unos grandes restaurantes, lo único que tengo es lo que aprendí a hacer con la comida, mi hermana Roxanne y su hermosa hija, que es la copia exacta de ella: Pauline Nolan. Ella definitivamente es un ángel que no pertenece a este mundo de atrocidades.

Cuando una persona ve a sus nietos o sobrinos después de un largo tiempo suele decirles "¡Vaya que has crecido!". Pues a Pauline, al igual que a mi hermana, tengo que decirle "Vaya que te conservas, querida" ya que, a sus casi 30 años, se ve como toda una adolescente. Tiene un novio que, si mal no recuerdo, se llama Derek Greece. La otra vez conocí a su familia, debo admitir que es grandiosa: los padres del chico, a pesar de ocupar dos de los puestos más importantes en la ciudad, son personas muy humildes y amables. Y qué decir de su hermana, Allison. Es una chica sencilla, despreocupada y cariñosa. Me recuerda a la hija que nunca tuve, a la hija que me gustaría tener... al igual como me gustaría que lo fuera Pauline, o la amiga del chico, Dianne, o la pequeña niña que vive en frente y usa vestidos color rosa. Creo que me conformaría con cualquiera, con tal de que fuera mía, de que fuera mi pequeña. Con tal de no haberla perdido en medio del parto. Con tal de que aún estuviera aquí, a mi lado, con vida.

Aparto los malos pensamientos y vuelvo a recordar las cosas que me hacen feliz, las cosas que pasan en la cocina. En medio de mi trabajo he recibido desde los mejores comentarios y elogios, hasta los peores improperios e insultos de las personas. Pero la magia del arte culinario está en ello, saber que hay gente que ama tu trabajo y que hay otra que lo detesta. El mundo sería aburrido si a todos nos gustara lo mismo.

La casa está sumida en silencio, lo cual me preocupa, pues se supone que Pauline estaba hablando con Derek. Me dirijo hacia su habitación. Aún recuerdo que el otro día cuando estaba haciendo la limpieza, iba a entrar al cuarto de huéspedes y ella me pidió que no lo hiciera, que ella se encargaría de terminar de limpiar toda la casa y me pidió el favor de que descansara un poco, que todo estaría bien. Ahora mismo quiero que pase eso, que ella salga en cualquier momento y me diga que todo va a estar bien, pero tengo la sensación en mi pecho de que algo malo está sucediendo. Que ella nunca va a salir a decírmelo...

La puerta del cuarto de huéspedes está entreabierta. De su interior emana un olor putrefacto que me hace dar un escalofrío. Me pongo a espiar por la pequeña abertura de la puerta antes de arrepentirme.

Pauline está sentada en el suelo y tiene la cabeza echada hacia atrás. Sus ojos están abiertos en una expresión que no puedo describir y están fijos en el techo. Es como si estuvieran vacíos, como si les hubieran arrebatado su brillo habitual. Las venas de su cuello están sobresaltadas y tiene varios arañazos hechos en su brazo izquierdo. Casi suelto un grito, hasta que noto que está respirando, y lo que me sale es un susurro ahogado. Está respirando, pesada y profundamente, como en una especie de ritual. Su computadora está encendida —por lo que hace unos minutos estaba haciendo una videollamada con su novio—, pero ahora está abierta en el buscador de imágenes. Pauline se re-acomoda y se pone de pie mirando a la pared, como si no me hubiera visto.

—Maldito seas, amor mío. Maldito seas —le dice a una foto de Derek pegada en la pared. Pauline me está dando la espalda así que aprovecho para ver el interior de la habitación. Está decorada como un puesto de brujería barata. En el fondo, junto a la foto de Derek, hay otras fotos pegadas de los padres de Derek, de su hermana, de su amiga y de otros muchos rostros que no logro distinguir. En el suelo hay rastros de, lo que supongo es azufre, velas y una serie de navajas cortas y afiladas. Mi sobrina —una Pauline que no reconozco—, toma una de ellas y traza una gran X sobre el rostro de Derek, para luego clavarla en el centro de ésta.

—Lástima que tu familia vaya a sufrir tanto —suelta con alegría—. Oh, vaya que lo harán.

Asustada, miro hacia el computador. Tiene abierta la imagen de un recorte de periódico antiguo que reza: "¡CAPTURADOS! ENCARCELAN A LOS HOMBRES ACUSADOS DE ENGAÑAR Y RAPTAR JÓVENES VÍRGENES EN EL ESTADO DE MASSACHUSETTS. 1999". Debajo está la foto de dos hombres, uno moreno y el otro caucásico, atados a un par de esposas. Pienso que, por más amor que le tenga a la culinaria, definitivamente no trabajaría en una cárcel. Debe de ser horrible

"Frederick Tyson (izquierda) y Frederick Manson Bates (derecha). Autores materiales de los asesinatos", indica la foto. No entiendo nada de lo que está pasando.

Vuelvo la mirada hacia la pared y descubro que hay una foto del moreno —quien supongo que es Tyson— con una notita hecha por Pauline. Me acerco un poco más para leer lo que dice y se me corta la respiración. Pauline ha puesto "¿Matar al hombrecillo?". Puedo ver que está escrito con odio y con repulsión. Paso saliva. Debajo, encerrado en un círculo, está escrito "Hoy en la noche", lo que me hace soltar una pequeña exclamación. Pauline voltea a verme con los ojos inyectados en sangre, por lo que cierro la puerta con llave y salgo a esconderme bajo la seguridad de los trastes y los cajones de la alacena. Pauline golpea la puerta con fuerza y me pide que le abra, a gritos. Pero lo único que hago es quedarme ahí, intentando calmarme, hasta que me quedo dormida.

Ya en la noche, cuando me despierto, veo que Pauline ha logrado salir. Se ha ido. Voy a mi cuarto y le prendo una vela a los santos, para que me traigan a Pauline de vuelta. Para que vuelva la Pauline que conozco, no la que estaba hoy en mi casa, sino esa pequeña que amo.

Seduciendo a la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora