Capítulo 5: Tras un Camino Largo

35 5 0
                                    

Orquídea se aseguraba de nadar por la superficie para que no nos mojásemos, pero aún así era inhabitable no hacerlo.
Alai estaba aterrorizado, no le gustaba nada el agua. La verdad es que era la primera que le veía así, tan... a la defensiva.

- ¿Qué tal por ahí arriba? - Preguntó Orquídea.

- Depende de por quien preguntes. - contesté gritando para que pudiese oírme al mismo tiempo que le reía. - Yo estoy bastante bien, pero no se puede decir lo mismo de Alai.

- Cállate - me contestó Alai de mala gana y volví a reírme.

Al parecer le estaba clavando las garras a nuestra nueva amiga, pero no parecía que ella lo estuviese notando.

Llevábamos unas cuantas horas "navegando", y lo único que veía era agua y más agua. El hambre empezó a apoderarse de mi, al igual que la sed. Parecía mentira que, estando rodeada de agua, estuviese tan sedienta.

- No debe faltar mucho, - me dijo Alai, al parecer leyéndome la mente - ya llevamos bastante aquí.

- Exacto, falta poco - dijo Orquídea, y me alegré ante la buena noticia.

Al cabo de un largo rato, pude ver tierra. Emocionada, comencé a gritar "tierra a la vista". Alai suspiro de alivio.

Cuando llegamos a tierra, me tire al agua empapándome, y Alai, con todo su esplendor, saltó desde Orquídea hasta la arena, sin mojarse ni un solo pelo.

- Muchas gracias, Orquídea - le dije a nuestra nueva amiga.

- Gracias a vosotros, si no fuese porque le habéis ayudado, ahora estaría muerta. Y ahora, adiós. Tengo un largo recorrido por delante para encontrar a mi familia.

- Adiós. - me despedí sonriéndole mientras emprendía su viaje. - Alai, podrías haber sido un poco mas considerado.

- Vámonos - hizo caso omiso de mi bronca y se puso en marcha.

Le seguí, y le pregunté:

- ¿Ahora cuánto nos queda?

- Bastante, Ayala, bastante. Pero primero tenemos que comer algo. - dijo, parándose frente a un círculo de vallas. Pude ver unas cosas que parecían cuevas detrás de las vallas. Supuse que ahí vivían los humanos. Axía una vez me dijo que los humanos construían sus propias casas, pero yo nunca había visto una.

Dentro había una manada de un animal parecido al ñu. Tenían cuernos, como ellos, pero tenían una cabeza mas gorda, y sus colores variaban, de marrón a blanco, y de blanco a negro.

- Esto, Ayala, son vacas. Y están aquí porque los humanos las crían para ellos. Pero supongo que no te sorprenderá.

Y no me sorprendía. Viniendo del ser humano, la verdad es que me parecía bastante normal.

- ¿Y qué piensas hacer?

- Comer.

Entonces se metió dentro de las vallas. Las vacas se pusieron nerviosas y se apartaron de él, pero en rápido movimiento ya tenía una bajo sus zarpas. Tras asfixiarla, la sacó de allí y me llamó con la mirada. Entonces fui con él.

- Demasiado fácil.

Empezó a comer rápidamente, y me puse manos a la obra.

- Hay que darse prisa, antes de que venga un humano y nos vea. - Me dijo.

Y eso hicimos, darnos prisa. En cuanto terminamos de comer nos fuimos, dejando lo que sobró del animal. Mi hambre había desaparecido, pero seguía teniendo sed.

- ¿Dónde puede haber agua por aquí? - Pregunté.

- No muy lejos. Si esa granja estaba ahí, las vacas pastaran por aquí cerca, y eso significa que hay agua cerca. - Me contestó Alai, y como si el mundo nos hubiese escuchado, un lago lleno de agua entró dentro de mi campo de visión.

Tras haber bebido, decidimos quedarnos a descansar a la orilla del lago, ya que estaba oscureciendo. Me tumbé y enseguida fui engullida por un sueño.

- ¿Crees que eres buena? La realidad es que tú eres la mala.

Me encontraba en un lugar oscuro. No sabía dónde estaba, y no lograba ver al hombre que me hablaba, pero sin duda era un hombre.

- Tú eres realmente la que mata. Matas a personas por cazar animales, pero el caso es que tú haces lo mismo.

- Yo lo hago para poder vivir, no...

- Bla, bla, bla, - me interrumpió - tonterías. No son más que tonterías. Excusas baratas. Tú eres tan asesina como yo y tan asesina como aquellos a los que has matado.

- Te equivocas.

- No lo hago, y lo sabes.

Se filtró un rayo de luz por un agujero. Al parecer estábamos en una cueva. La luz daba directamente a lo que parecía ser la espada magistral. Y efectivamente, era la espada magistral, tirada en el suelo, junto a lo que parecía ser... Oh no, no podía ser. Era...

- Venga Ayala, despierta, tenemos que irnos.

Abrí los ojos y bostecé. Apenas me acordaba del sueño que acababa de tener, y suspuse que no debía de haber sido importante. Miré a Alai que tenía una vaca al lado. Una cría de vaca muerta.

- El desayuno está listo.

Al parecer él ya se había comido su parte, así que me tocaba a mí. Después me bebí medio lago, y me di un baño debido al calor que tenía. Entonces nos pusimos en marcha.

Llevábamos todo el día andando, por supuesto que habíamos parado a descansar y reponer fuerzas en dos ocasiones. Según Alai no quedaba mucho.

- Y cuándo lleguemos, ¿Que haremos?

- No lo sé, supongo que tendremos que hablar con Aker. - Me dijo obvio. - Él nos contará que está ocurriendo.

- ¿Alai?

- ¿Sí?

- ¿Por qué eres así? ¿A caso te caigo mal?

- ¿Así cómo?

- Pues así con pinta de odiarme.

- No te odio, Ayala, - me miró a los ojos - sólo es que he sido entrenado para ser así. Para no amar.

- ¿Y por qué iba a querer alguien no amar?

- Supongamos que te quiero - me contestó -. Si te mueres, ¿qué crees que haría? Estar feliz no, eso seguro.

- ¿Me estás diciendo que si yo muriera, te daría igual?

- Te estoy diciendo que no me dolería tanto como si te quisiera. El amor es peligroso.

- Y bonito, Alai.

Alai se paró, y por un momento pensé que le había molestado lo que había dicho. Pero entonces miré hacía adelante, y lo vi. Habíamos llegado. ¡Por fin habíamos llegado a la selva!

NahualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora