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  En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí queel socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales quearreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción delestatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –quetrato de ser– fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como laconversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, almodelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes queconseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia porlos países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, JeanFrançoisRevel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de lacultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo delucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad uoportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, alaquelarre sanguinario de la revolución cultural china. 

  De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literaturafrancesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal,Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salíadel Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es quedebo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura estanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuandoSartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille yCioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP deJean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le NouveauRoman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, elespectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y lostruenos olímpicos del general de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Franciasea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vastacomunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social ypolítica, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y queen esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, aOctavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti,Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando lanarrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundodescubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, loscaudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá,sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintorescoy hablaban un lenguaje universal.   

Mario Vargas Llosa:  Elogio de la lectura y la ficciónWhere stories live. Discover now