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  El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con laque tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosisy rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo enun torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietosque nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelvelos problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a losperiodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace ydeshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace elmejor de los elogios: "Mario, para lo único que tú sirves es para escribir". 

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literariosino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, enCochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir lashistorias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechosanidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las nochesestrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que mecelebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, elhijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto ybuen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yorezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creohaberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Yque ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desdeentonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vidaadulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esosmundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicioinconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió unamanera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable,mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que mehe sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo yalma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla desalvación que lleva al náufrago a la playa. 

   

Mario Vargas Llosa:  Elogio de la lectura y la ficciónWhere stories live. Discover now