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   La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, conNorma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela,ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setentaaños, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esatemeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es,para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas aun personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podréagradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz AitanaSánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (peseal pánico que la acompañó). 

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda aentenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos ymorimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vidaverdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que sueleser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos quealentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas comola trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido dela historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional. 

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestrosantepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que lespermitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en nocheshirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y acontárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas deseres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización,el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar alindividuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad,a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a lasestrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vezcomo una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de unmundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, unremanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decirapenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron asoñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos,dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceresembrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario:romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellosdeseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad pordespejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.   

Mario Vargas Llosa:  Elogio de la lectura y la ficciónWhere stories live. Discover now