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  Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como elagradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a estatribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados,andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores,cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España sepublicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como CarlosBarral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieranlectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía.Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporteespañol porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso deuna misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esencialescomo la historia, la lengua y la cultura. 

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cincoque pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura deFranco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobretodo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abríanrendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedadespañola absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formasartísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto ymejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante entodos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España,el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y,en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad depintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos queallí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si unoquería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellosfueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundotrabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudadcosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primeravez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos semezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados enuna empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en laEspaña democrática la cultura sería la protagonista principal.  

Mario Vargas Llosa:  Elogio de la lectura y la ficciónWhere stories live. Discover now