Capitulo 9 Maratón 2/3

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¿En serio no te molesta que salte en tu cama?–Preguntó Alaska, brincando en la cama de Anastasia. Ella se encargó de sonreírle, mientras guindaba la ropa de la niña en unos ganchos, sacándola de la maleta.

–No, ¿por qué habría de hacerlo? La cama está sobre cemento. –Afortunadamente, estaba empotrada, por lo que en ningún momento podría romperse. –Y mientras no te lastimes, puedes hacerlo. –Contestó con una sonrisa.

– ¡Esto es tan divertido! –Exclamó ella, brincando de nuevo.

Me imagino. –Contestó, cerrando la maleta de Alaska. Había tenido mucha suerte de que la jueza le diera su custodia temporalmente. Le había tenido que decir un par de mentiras piadosas, como que Christian estaría con ella cuidándola, por ejemplo. Antes de volver a su hotel había tenido que ir al hotel en donde se estaba hospedando Alaska con su madre. Buscó las cosas de la madre y la hija y volvió a su hotel.

– ¿Por qué no saltas conmigo? –Preguntó, aun saltando.

–Estoy mayor para eso. –Contestó, sentándose en el sofá que había enfrente, mirándola con ternura.

– ¿Qué edad tienes?

Veinticuatro.

–Eres joven. ¡Ven! ¡Anda!

–No, Alaska, no sirvo para eso.

– ¡Anda! ¡Hazlo por mí! –Anastasia sonrió al escuchar la súplica de la niña, mientras comenzaba a quitarse los zapatos, dejó los lentes en el buró y se subió a la cama. Agarró a Alaska de las manos, y juntas comenzaron a saltar en la cama. Anastasia aún no creía lo que estaba haciendo. – ¿Ves? ¡Es divertido! –Exclamó la niña. Ella soltó una risa al escucharla.

– ¡Anastasia! ¿Podrías explicarme qué es eso de...?–Christian se interrumpió al observar aquel espectáculo. Anastasia y Alaska encima de la cama. Saltando. Anastasia escuchó su voz e inmediatamente paró de hacer aquello, se giró, mirando a la puerta, colocándose roja como un tomate al darse cuenta de la presencia de él. Alaska seguía saltando y saludó a Christian con la mano. Anastasia se bajó de la cama, aun roja y algo despeinada.

– ¿Qué pasa? –Preguntó en un susurro, apenada.

– ¿Qué estabas haciendo hace un minuto? –Preguntó, al borde de la carcajada.

– ¿Qué pasa? –Volvió a preguntar seria.

– ¿Por qué le dijiste a Andrade que yo también cuidaría a Alaska?

– ¿Te llamó? –Preguntó alarmada.

Sí, me preguntó cómo estaba Alaska y quién la estaba cuidando. Le inventé que tú habías salido con ella a comer.

– ¡Muchas gracias! –Exclamó.

– ¿Por qué le dijiste que yo la cuidaría? –Volvió a preguntar.

Me dijo que ella necesitaba dos adultos a su cargo, que sería como una especie de adopción temporal. Christian, quería cuidarla, por favor, sígueme la corriente. No quiero que tenga que pasar varias noches en un refugio. –Le suplicó.

No me haré responsable de nada. –Le aclaró.

No tienes por qué, solo cúbreme, por favor.

De acuerdo. –Contestó en tono cansino, yéndose de la habitación.

– ¡Sigue saltando, Ana! –Le gritó la niña al ver que otra vez estaban solas.

Las Heridas Del PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora