Capítulo 28. Maraton 2/3

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– ¿Qué vas a hacer? –Preguntó, con el animal en las piernas, al ver que Anastasia se colocaba de pie bruscamente, con el anillo en la mano.

Voy a hablar con Don "Soy rico y le regalo anillos caros a mi novia". –Se fue encaminando a la puerta, despidiéndose con un portazo.

Tras bajarse del taxi y pagar, Anastasia se encaminó hasta la puerta de la mansión, todavía sorprendida por la magnitud de la estructura.

Dios santo, ¿por qué Christian tenía que ser tan... millonario? Tocó la puerta, para encontrarse con Carrick, que tras observarla detenidamente, frunció el ceño. Oh, claro, aquello tenía mucho sentido, ¿qué hacia ella, una empleada, en su casa? ¡Oh, por Dios! ¡Christian acababa de proponerle matrimonio y nadie sabía de su relación! ¿Eso tenía lógica, acaso? Lo que si no tenía lógica era... ¿Carrick no estaba enfermo?

Señorita Steele.

–Doctor Grey. ¿Está su hijo?

– ¿Cuál de los dos?

–Christian. –Susurró.

–Está algo ocupado. –Contestó, frunciendo el ceño.

Es rápido. –Pidió ella.

De acuerdo. Adelante. –Él se apartó, dándole paso a Anastasia. Dios santo, la última vez que había visitado aquella casa... No parecía tan... Exclusiva.

Tome asiento. –Dijo él, mientras se encaminaba a las escaleras. Ella, por su parte, se quedó allí parada, no quería tocar ni... ¿Ensuciar? Si, por así decirlo, no quería ensuciar nada. Solo estaba allí para devolverle el anillo a Christian, solo eso.

Comenzó a observar toda la decoración. Realmente era una sala enorme, Era quizá del tamaño de su apartamento. De un lado estaba el pasillo que se comunicaba con la puerta. Y del otro lado había otro largo pasillo, no sabía a dónde llegaba. En el centro estaba la gran escalera, que se iba ampliando a medida que se subía. Y justo en frente estaba una enorme puerta de cristal que dejaba ver el enorme jardín, y a un lado, la piscina. Dios santo, aquello era abrumador. Tanta... riqueza, tanto lujo. Comenzó a caminar por la sala. Los cuadros, santo cielo, realmente eran originales y los muebles... Definitivamente quería irse de allí cuanto antes.

Seguía observando todo, cuando sintió unos pasos a su espalda, se giró, quedando cara a cara con la rubia. La misma rubia despampanante que había estado tocando a Christian, ¿qué hacia allí?

Oh, santo cielo. –La mujer la miró de arriba a abajo. – ¿Quién dejó entrar a esta pordiosera?

Anastasia abrió la boca, sorprendida. Bien, sabía que no estaba muy decente, solo tenía aquel abrigo y nada de maquillaje, pero... Así era ella, no le gustaba andar excesivamente arreglada.

– ¿Disculpa?

– ¿Qué haces aquí? –Le preguntó.

Yo vine a ver a Christian. –La mujer abrió los ojos como platos.

– ¿Para qué?

–Quiero hablar con él.

– ¿De qué?

–Vaya, ¿no le han dicho que no debe meterse en donde no la llaman?

La mujer se quedó sorprendida por un momento, hasta que unos pasos interrumpieron el intercambio de miradas de ambas.

–Leila, déjanos solos. –Comenzó a decir Christian.

Pero, mi amor...

–Leila. –La interrumpió.

Las Heridas Del PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora