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Cualquier fan que te diga que nunca ha soñado con vivir una vida perfecta al lado de uno de sus ídolos (o incluso de todos y cada uno de ellos) te está mintiendo descaradamente.

Disculpa que sea así de franca, pero es la verdad. Y no era la excepción. Durante las largas noches de insomnio, pasé más de una y dos horas imaginándome cómo sería tener una relación con él. Si me llevaría al cine y luego a cenar a un sitio caro, o si iríamos a ver un partido de fútbol y comeríamos hamburguesas en cualquier lugar. Y cualquiera de esas variables hubiera sido perfecta sólo porque le involucraba a él.

Después de aquel primer mensaje (en el cual me abría prácticamente en canal ante él, contándole mis penurias y lo mucho que su música me había ayudado a superar el bache en el que me había estancado), pasaron semanas hasta que me armé del valor suficiente para escribirle de nuevo.

No quería resultar pesada, mucho menos una niñata victimista. Pero lo cierto era que sólo cuando escribía con la intención de mandárselo a él, las palabras fluían sin miedo. Y aquella extraña confianza que él me generaba fue la que me sedujo. Como he dicho antes, anhelaba sentirme comprendida, sentirme en completa confianza. Y él tenía ese... poder.

Era el día de mi cumpleaños. Había discutido primero con mi madre y luego con mi padre. Estaba hecha polvo. Me dolía el corazón y no metafóricamente hablando, sentía una presión en el pecho que me hizo pensar si no tendría que salir corriendo al hospital. Pero entonces recordé la única cosa que me calmaba al momento y lograba sacarme todo de dentro. Pero no era una cosa. Era una persona. Era él.

Durante esas semanas entre el primer mensaje y aquel día, había encontrado refugio en escribirle cartas que nunca llegaría a mandarle, pero aquello me ayudaba a desahogarme, y si de fondo tenía una de sus canciones, el alivio era aún más grande.

Así que conecté mis cascos, le di al play, y empecé a escribir en la aplicación de notas de mi móvil. Entre lágrimas y paradas para sonarme la nariz, escribí un bastante largo mensaje que, en un arranque de valentía respaldada por un creciente sentimiento de que no perdería nada si lo mandaba, le envié nuevamente por Snapchat.

Y tal como el primer día, poco más de un minuto después tuve un mensaje suyo. Y este no eran solamente emoticonos.

Me felicitó por mi cumpleaños y me mandó muchos besos y fuerza.

Por un momento creí que estaba delirando y aquello era una alucinación. Esas cosas no le pasan a la gente normal, ¿no? Solamente a las protagonistas de los fanfics.

Pero joder, en ese momento me sentí más viva que nunca. Sentí que algo en mi interior explotaba y la felicidad se liberaba como por arte de magia. Lo que nunca pensé fue que aquella sensación podía hacer que te volvieras adicta a ella.

Desde aquel día empecé a escribirle a diario. Seguía sin mandárselo, era demasiado cobarde aún, pero un mes después hallé la valentía suficiente para repetir aquella acción. Y él decía recordarme, se preocupó por preguntarme cómo estaba, y aquello me hizo llorar de la emoción. Porque para una persona a la que prácticamente nadie pregunta cómo está de verdad, que alguien le preste un poco de atención es una acción revolucionaria.

Estuve hablando con él por mensajes casi media hora. Dejamos de hablar porque me tenía que ir a recoger a mi hermana y tenía que conducir, pero estuve tentada a mandarle un mensaje rápido a mi hermana para que volviese en autobús, a pesar de que luego mi padre me lo fuera a echar en cara.

Volví a hablarle una semana después, había discutido con mi padre y la primera persona a la que pensé en acudir fue él. Empecé a sospechar que tenía un problema de adicción con el móvil porque siempre que le mandaba un mensaje, lo leía y me respondía en los siguientes dos minutos, dependiendo de lo largo que fuera el mensaje que le hubiera mandado.

Nuevamente estuvimos hablando durante un largo rato, aquel día fue casi una hora, aunque quizá fue un poco más. Me hizo reír con bromas tontas y me dio las gracias por apoyarle siempre. Le dije que era él el que me estaba apoyando a mí ahora, y él me respondió que era lo menos que podía hacer, que se sentía en deuda con las fans.

Me dolió como si me clavase un puñal que me llamase fan.

Me consideraba mucho más que una fan, me consideraba... alguien especial. Pero tenía razón, en realidad no era más que una fan que rápidamente se había hecho ilusiones después de hablar dos veces con su ídolo y que este fuera amigable.

Tuve que desinstalar Snapchat no mucho después, y pensé que aquel era el fin de la "amistad" o ese sucedáneo que había entre nosotros. La aplicación ya no me funcionaba bien y ocupaba demasiado espacio en el teléfono. Pensé en escribirle por Instagram, pero no me atreví.

Dejé pasar el tiempo y aprendí a olvidarme de él, aunque a ratos echaba de menos escribirle y volví a hacerlo, pero sólo para mí. Era imposible no echarle de menos después de haber hablado con él de una forma tan cercana. Pero sabía que no podía depender sentimentalmente de alguien como él.

No fue hasta casi tres meses después que tuve la verdadera necesidad de volver a contactar con él. Y no fue porque estuviera deprimida, ni siquiera era por algo relacionado conmigo.

Marc estaba en un grupo de música con otros cuatro chicos, y compartía piso con uno de ellos. Como podréis intuir, yo era fan de aquel grupo, por lo tanto también del chico con el que Marc vivía.

Una tarde, tumbada en el sofá curioseando con el móvil por twitter, me llegó una notificación de Facebook del compañero de piso de Marc. Había modificado unas cuantas cosas de su perfil, y Facebook me avisaba para que las viera, así que pinché en la notificación para ver los cambios. Sorpresa la mía cuando, en vez de llevarme al perfil del chico, me llevó directamente a su información, y entre ella había un número de teléfono.

Me quedé en shock. Si aquello era lo que yo creía, tenía delante de mis narices el número de teléfono de uno de mis ídolos, y uno de los que yo más apreciaba, aparte de Marc. Temblando, escribí el número en una servilleta (porque era lo que más a mano tenía), y salí de la aplicación para guardarme el número en mis contactos. Solamente quería comprobar si era él, así que entré a WhatsApp y actualicé mis contactos. Allí, al lado de su nombre, apareció su foto. Y supe que era su teléfono móvil, y además estaba en línea.

Tuve la tentación de mandarle un mensaje, solamente para avisarle de que su número estaba expuesto al público en Facebook, pero me contuve. Sabía que no era ético haberme guardado su número, aunque fuera para mandarle un mensaje. Era violar su intimidad.

Así que decidí mandarle un mensaje por Instagram, dependía de él si creer que mis intenciones eran buenas, pero igual que yo había visto ese número, podrían verlo muchas otras fans; y tal vez alguna de ellas decidiera llamarle o mandarle mensajes y él tuviera que cambiarse de número.

Esperé hasta el día siguiente para ver si me contestaba o por lo menos leía el mensaje, pero eso no llegó a pasar. El número seguía ahí, expuesto ante todo aquel que tuviera la perspicacia suficiente como para entrar en la información del perfil. Podrían hacer lo que quisieran con ese número de teléfono.

Y entonces recordé a Marc. Él siempre me leía, por alguna razón, y vivían juntos. Era blanco y en botella.

Rápidamente tecleé un mensaje para él, y en dos minutos estuvo enviado. Aquella vez tardó un poco más en responder, pero lo hizo, y la sensación de alivio que sentí porque por fin podrían poner remedio al asunto del número de teléfono fue enorme.

¿Finales felices?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora